Hace meses los más veteranos analistas predijeron que sólo se trataba de una tormenta de verano, pero este Súpermartes concluyó para los republicanos con un gran nubarrón que tiene nombre propio: Donald Trump. Atrás quedó la certeza de que la irrupción del millonario empresario en la contienda sólo era un fenómeno pasajero.

En estas cruciales votaciones, Trump se ha impuesto en al menos siete estados y se acerca peligrosamente a los 1.237 delegados que podrían asegurarle la nominación a la presidencia por el partido republicano, a pesar del establishmentque lo rechaza, sentimiento que evidentemente es mutuo.

Desde el principio, en las filas republicanas subestimaron al jactancioso magnate, seguros de que su discurso "políticamente incorrecto" y salpicado de descalificativos acabaría por desinflarse. Nada más lejos de la verdad. A Trump le ha bastado exhibir su explosivo temperamento exento de sustancia para arrasar entre las bases del partido. A pesar de que dice y se desdice con la misma velocidad con que gana millones, ha seducido a un amplio electoradoprincipalmente compuesto por hombres blancos sin título universitario, quejosos de sentirse arrinconados por políticos que no defienden sus intereses. Trump se autoproclama el macho alfa de esta clase media venida a menos, dispuesto a propinarle un puntapié a Washington y devolverle al país la grandeza que según él se ha perdido.

Aunque se vale del trampolín que le ha proporcionado el partido republicano, ha venido a dinamitarlo (y de paso hacer volar el estamento político que representan los dos grandes partidos), para moldear una nueva forma de gobernar a imagen y semejanza suya, que es la de un populismo nacionalista de derechas, en la que se erige como el hombre fuerte que sabe lo que la tribu necesita.

En la cabeza de Trump (coronada por una asombrosa pelambre amarilla) no habita ideología alguna, pero de ella emana una serie de eslóganes fáciles y airados que ha calado, a pesar de que el país actualmente no atraviesa una crisis económica (con un escaso 5% de desempleo) que podría ser terreno fértil para extremismos. Pero su innegable habilidad ha sido la de agitar prejuicios atávicos: la gran muralla que va a construir para frenar la inmigración. Los musulmanes que expulsaría. Pondrá en su sitio a los chinos. Le plantará cara a los enemigos. En todas y cada una de sus arengas habla en primera persona de lo que hará unilateralmente, aunque en su discurso de vencedor en este Súpermartes afirmó que su carácter es "unificador" y que bajo su ala el partido republicano florecerá.

En vísperas de esta consulta en una docena de estados que lo corona como líder, ahora seguido por Ted Cruz y un debilitado Marco Rubio en un lejano tercer puesto, en su cuenta de Twitter el candidato neoyorkino se hizo eco de una cita de Mussolini: "Es mejor vivir un día como león que cien años como oveja". Unas horas antes, en una entrevista con CNN, Trump se había negado a rechazar abiertamente a un grupo vinculado al Ku Kux Klan que lo respalda. Quienes votan por él lo admiran por sus exabruptos y no a pesar de ellos.

Donald Trump se muestra imparable después del Súpermartes y a dos semanas de unas primarias en Florida en las que podría arrebatarle la victoria en su propio estado al senador cubanomericano Rubio. Como en Alien, el partido republicano teme implosionar con este "octavo pasajero" a bordo. Tal vez sea demasiado tarde. Trump es el león que devora a las ovejas.