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22/02/2016 | Autopsia política de Jeb Bush

Patricia Mazzei

Las ambiciones de Jeb Bush por llegar a la Casa Blanca quedaron truncadas dramáticamente el sábado en Carolina del Sur, cuando el candidato, lloroso, reconoció que la campaña había llegado su fin.

 

Para los seguidores de Jeb Bush, el primer momento palpable de pánico, y habría muchos más de los esperados en los meses siguientes, fue tomando presión durante cuatro días en mayo pasado cuando su candidato presidencial —aunque en ese momento todavía no había anunciado su postulación— pasó mucho trabajo para pronunciar una respuesta de una sola palabra — “No”— a una pregunta que sabía que le iban a hacer: ¿Debió Estados Unidos haber invadido Irak?

Bush pifió la respuesta cuando se lo preguntaron la primera vez. Su personal lo preparó para la próxima. Sabía lo que tenía que decir, pero no pudo hacerlo. No pudo echarle la culpa a su hermano mayor, el ex presidente George W. Bush, hasta que W., se dice, lo llamó por teléfono y le dijo que no tuviera temor de responder.

Para entonces, los donantes y amigos de Bush ya habían sido testigos de lo que pudiera descarrilar la postulación del ex gobernador de Florida a la nominación republicana.

Estaba oxidado tras nueve años fuera de un cargo público y 13 años sin hacer campaña. No estaba familiarizado con la forma en que funcionan ahora las noticias políticas, en que demorarse cuatro días para arreglar un error es una eternidad. Y no estaba bien preparado para hacer frente al reto que significa su apellido.

“Ya hemos tenidos suficientes Bush”, dijo en el 2013 su madre, la ex primera dama Barbara Bush.

Sus palabras, de las que posteriormente se retractó, probaron ser muy ciertas.

Las ambiciones de Jeb Bush por llegar a la Casa Blanca quedaron truncadas dramáticamente el sábado en Carolina del Sur, cuando el candidato, lloroso, reconoció que la campaña había llegado su fin. A final de cuentas, la culpa la tuvo un candidato poco alineado con la realidad política de su partido, y una campaña que se demoró mucho en adaptarse.

“Jeb era el candidato de las ideas y la experiencia, y la elección se ha librado sobre los sentimientos y el entretenimiento”, dijo el representante federal Carlos Curbelo, republicano por Miami, quien respaldó a Bush y planea dar su apoyo a Marco Rubio el lunes. “De manera que, estructuralmente, y lamentablemente, su candidatura no encajó”.

Bush hizo campaña sobre sus logros como gobernador en Tallahassee. Los conservadores han pasado casi siete años lamentando la inexperiencia de Barack Obama, así que seguramente lo reemplazarían con un ejecutivo veterano, un líder con tanta convicción que declaró en diciembre del 2014 que el próximo nominado del Partido Republicano tendría que estar dispuesto “a perder la primaria para ganar la general, sin infringir los principios de ustedes”.

“Pero no es fácil, les digo con honestidad”, agregó.

Bush creó un monstruo —llamado “Jeb Inc.”— respaldado por el supercomité político mejor financiado de la historia. Sus asesores políticos de muchos años, Sally Bradshaw y Mike Murphy, planeaban asustar a sus rivales recaudando una gran cantidad de dinero y asegurar la nominación alabando los logros de Bush como gobernador de la Florida.

Mitt Romney decidió no participar en la carrera del 2016 tras postularse dos veces a la presidencia. Pero ningún otro republicano pareció amedrentarse por la fuerza de Bush. Los que finalmente se convirtieron en sus rivales detectaron en las encuestas de opinión pública una veta de rechazo a las élites políticas y una oportunidad para un candidato de sangre nueva.

Desde el comienzo, la campaña contrató a numerosas personas y les pagó bien. Sin embargo, ese dinero no podía salir del supercomité político Right to Rise, que había recaudado un récord de $103 millones en seis meses. La campaña necesitaba recaudar la mitad del dinero por sí misma, con donaciones por un máximo individual de $2,700. Pero sin una operación robusta de recaudación en línea alimentada por la base republicana, el presupuesto tenía que reducirse. Danny Díaz, a quien Bush nombró gerente de campaña después de pedirle inicialmente a David Kochel, estratega de Iowa, que preparara el terreno, se vio obligada a despedir personal repetidas veces.

Con cada corte, los donantes se asustaron más.

“Es muy difícil lanzar una compañía con $100 millones en el banco y no tener nada que mostrar a cambio”, dijo Mike Fernández, magnate del sector de servicios médicos de Miami, quien fue el que más dinero donó a Right to Rise antes de desilusionarse con la campaña el otoño pasado.

“Creo que no entendieron bien las cosas: creyeron que iban a ganar, de manera que en vez de comenzar poco a poco —esto es una idea que me hago— comenzaron con un equipo de transición. Cuando uno se considera el ganador desde el principio —o el equipo tiene esa postura— algo tiene que salir mal”.

Fernández y otros donantes señalan, directa o indirectamente, a Bradshaw y Murphy por estar demasiado cerca de Bush para ver la carrera objetivamente o dar a Bush el asesoramiento necesario. (Fernández dijo: “Rodearse de la gente que lo quiere a uno no es una buena forma de comenzar un negocio”)

Fernández dio una versión, que no se pudo verificar porque no identificó a la persona, un posible donante de Miami-Dade que una vez le dijo que llegó a la sede de la campaña de Bush con un cheque en la mano, y le costó tanto trabajo que el equipo de seguridad lo dejara ver a alguien del equipo del candidato, que se fue y rompió el cheque.

Pero Kochel, quien terminó dirigiendo la campaña de Bush en Iowa, defendió a Bradshaw y a Díaz, la gerente de campaña, diciendo que vieron las cosas claras desde el principio. Sugerir otra cosa, dijo, “no es preciso”.

“Sally le presentó a Jeb los hechos sin barniz alguno sobre la base de las personas con quienes hablaba: donantes, personas dentro y fuera de la campaña. Cumplió ese papel de manera ejemplar”.

La campaña de Bush culpa en lo fundamental a Donald Trump.

Trump lanzó su sorpresiva candidatura un día después que Bush, quien atrajo a miles de partidarios a un evento de alto calibre en el Miami Dade College. Trump atrajo a turistas —y se dice que a artistas pagados— al vestíbulo del edificio Trump Tower en Nueva York. El propio Trump hizo su entrada por la escalera mecánica.

Pero Bush se rió del reto de Trump. Su campaña, como las de otros republicanos, lo ignoró, pensando que era una advenedizo a quien el correr de los meses le pasaría la cuenta.

Para cuando los dos se enfrentaron en el primer debate de las primarias en agosto pasado en Cleveland, Trump ya dominaba la carrera. El magnate de los bienes raíces había calificado a Bush de “un tipo con poca energía”, una etiqueta muy lejos de la verdad para un Bush que trabaja hasta el cansancio y con un cronograma cargado. Pero las palabras de Trump pegaron —quizás porque Bush había perdido peso, resultado de los ejercicios y de una dieta Paleo, o debido a su comportamiento elegante, tan diferente a la bravuconería de Trump.

Bush trató de enfrentarse a Trump, pero éste se negó a pedir disculpas por insultar a los mexicoamericanos, y por extensión a la esposa de Bush, Columba, nacida en México. Cuando le preguntaron a Bush si se había referido en privado a Trump con un adjetivo peyorativo fuerte, lo negó.

Entonces Bush trató de ir contra Marco Rubio, el rival que él y sus asistentes conocían mejor. El equipo de Bush había supuesto que Rubio cedería ante su viejo amigo y no se lanzaría a la campaña. Cuando resultó que no era así, los amigos de Bush se sintieron traicionados. Aunque los asistentes de Bush insistieron en que Rubio no era un peligro, en privado trataban constantemente de determinar qué camino tomaría.

Y cuando dejaron saber que Bush se enfrentaría a Rubio directamente en un debate en octubre en Colorado, Rubio estaba listo. Después que Bush lo regañó por perder varios días de trabajo en el Senado, Rubio le contestó: “La única razón por la que usted hace esto en este momento es porque estamos postulándonos al mismo cargo y alguien lo ha convencido de que criticarme lo va a beneficiar”

A partir de ahí, la campaña de Bush pareció seguir dos caminos diferentes. Bush se centró en Trump, mejorando sus respuestas al magnate en cada debate. Right to Rise, que estaba pagando casi toda la publicidad de campaña, se centró en Rubio.

Bush abandonó la campaña con sólo cuatro delegados a su nombre, después de gastar unos $100 millones entre su campaña el supercomité político.

Se marchó cuando todavía le quedaba dinero en el banco, pero sabía que continuar sería inútil.

“Siempre se puede contar con Jeb y la familia Bush para que hagan lo mejor por el partido y el país”, dijo Curbelo.

“Obviamente, los primeros traspiés no ayudaron —su actuación en los debates, la inercia sobre qué hacer sobre Trump— eso no ayudó”, concluyó. Pero al final, Curbelo llegó a la misma conclusión que muchos otros sobre la campaña de Bush: “Sencillamente éste no fue su año”

El Nuevo Herald (Estados Unidos)

 


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