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20/10/2015 | El niño bonito de la política canadiense

Fatima Ruiz

Nixon predijo cuando era un bebé que llegaría a primer ministro. Hijo del padre de la Canadá moderna y boxeador amateur, promete legalizar la marihuana.

 

Ya lo dijo Nixon cuando tenía cuatro meses. «Brindo por el futuro primer ministro de Canadá, Justin Trudeau». La profecía ha tardado 43 años en cumplirse. Aquel bebé de 1972 ha vuelto del revés los sondeos, reanimado al moribundo Partido Liberal y colocado a Canadá -ese país donde nunca pasa nada- en el mapa informativo.

El hijo de papá con hechuras de estrella de cine desafía ahora desde el podio de primer ministro a quienes le han cortado un traje de vendedor de humo. Vuelve la 'Trudeaumanía', dicen del niño bonito de la política canadiense. La inauguró su padre -que también lo fue de la Canadá moderna- a finales de los convulsos años 60, convertido en primer ministro rockero que firmaba autógrafos y se enamoraba de jóvenes hippies que le abandonaban por Mick Jagger en el Studio 54 de Nueva York.

A Pierre Elliott Trudeau no se le recuerda, claro, sólo por aquellas fotografías en papel couché. El hombre que gobernó Canadá entre 1968 y 1984 casi sin interrupción forjó la herencia multicultural y bilingüe -hizo del inglés y francés las lenguas oficiales del Gobierno- que ahora reclama su hijo. Federalismo aparte, a él se le atribuyen algunos de los grandes avances que han cimentado la leyenda de tolerancia del país de los osos y el sirope de alce: legalizó, por ejemplo, la homosexualidad y suavizó las leyes de divorcio.

Trudeau hijo se crió en una mezcla entre algodón y realidad. Cada mañana salía de la residencia del primer ministro en Ottawa para coger el autobús hacia una escuela pública. «A veces no comía allí porque tenía que volver a casa para atender a la reina», cuenta él mismo, según 'The New York Times'. «Pero al mismo tiempo me inculcaron que, aunque esto era un privilegio, no me hacía mejor que otras personas». También le enseñó su padre a ver al hombre detrás del cargo: «Me decía que al margen de la responsabilidad de cada uno, la gente es sólo gente».

Y al nuevo primer ministro le gusta la gente. «Nuestra sociedad inclusiva no se formó por accidente y no continuará sin esfuerzo», decía en campaña. «Pero hay que tener fe en nuestros conciudadanos, amigos, son amables y generosos, abiertos de mente y optimistas».

Una y otra vez ha reclamado esa visión positiva para gobernar el país. Dice haberla heredado de su madre, Margaret Sinclair: «De ella me queda la necesidad de conectar emocionalmente con la gente». Y lo ha conseguido, a juzgar por el 40% de votos que se ha embolsado en las elecciones. Ahora se enfrenta al desafío de poner en marcha un programa en las antípodas de su rival, Stephen Harper, a quien ha descabalgado tras una década en el poder.

El joven primer ministro, que boxea un par de veces por semana como hobby, ha prometido acoger a 25.000 refugiados sirios donde Harper aceptó sólo 10.000; conjurar el cambio climático mientras su antecesor retiró a Canadá del Protocolo de Kyoto; legalizar la marihuana; doblar la inversión en infraestructura sacrificando el rigor del déficit; investigar las misteriosas muertes de mujeres aborígenes;destensar la maltrecha relación con Obama y acercarse a Irán, de quien Harper se divorció cerrando la embajada en Teherán. Una larga tarea para demostrar que no es sólo un político de 'selfie'.

El Mundo (España)

 



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