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19/10/2015 | Argentina - Los excluidos del 'oro verde'

César González Calero

La soja ha sido el motor del desarrollo económico de Argentina, pero su cultivo incontrolado ha dejado miles de afectados por los pesticidas químicos.

 

Al principio los vecinos de los pueblos que serpentean en la frontera sojera del norte de Argentina miraban al cielo y observaban con curiosidad el surco de las avionetas que sobrevolaban Pampa del Infierno, Avia Terai, Charata, Campo Largo... La fumigación de las plantaciones sojeras del Chaco no tenía pausa. Con el tiempo, muchos transformaron esa curiosidad en temor. Y hoy en día a losmiles de afectados por la secuela de los agroquímicos, la deforestación del bosque y la invasión sojera ya sólo les queda la resignación de ser parte de un ejército de perdedores, la legión de excluidos de la gran fiesta de la soja, el cultivo que sustentó buena parte del milagro económico argentino de la última década.

Desde hace 15 años los productores de soja (y el Estado argentino, que retiene el 35% de sus exportaciones) han ganado cientos de millones de dólares gracias a esa planta oleaginosa que la creciente demanda china llegó a convertir en 'oro verde', con una cotización en 2012 de más de 600 dólares por tonelada en la Bolsa de Chicago (hoy ronda los 300). Un aluvión de divisas que, sin embargo, sólo disfrutaron unos pocos.

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Muchos propietarios rurales en la provincia del Chaco quisieron ganar dinero fácil y vendieron sus terrenos a grandes productores de otras provincias vecinas. Hoy, esas tierras cuestan 30veces más. Y los pequeños propietarios se lamentan a la puerta de sus casas mientras los denominados 'pool sojeros' [grandes productores] se frotan las manos al ver su cuenta de resultados y siguen erosionando una tierra que tiene fecha de caducidad. La siembra directa (sobre los restos de la cosecha anterior) va desgastando los productivos camposargentinos. El uso de semillas transgénicas (que Argentina adoptó a mediados de los años 90) hace más resistentes las malezas que quedan de la cosecha previa y eso implica el uso de potentes plaguicidas, como el glifosato, para eliminarlas. Pese a que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha calificado a ese agente químico como cancerígeno, el Gobierno argentino permite su uso y los sojeros lo aplican a discreción. El año pasado se rociaron los 20 millones de hectáreas de soja (el 53% de la producción agrícola del país) con más de 300 millones de litros de glifosato. Una auténtica lluvia ácida.

Algo extraño sucede en Pampa del Infierno, un deslucido pueblo del Chaco de unos 10.000 habitantes, emblema del esplendor sojero, que debe su nombre al implacable clima que sufrieron los primeros colonos europeos. Como si se tratara de una maldición, la expansión sojera ha provocado en muchos vecinos un temor a hablar en público de sus problemas. El poder de la soja parece doblegar algunas voluntades.

Hace tiempo que María Amelia Bertoldi perdió ese miedo. Esta docente de la escuela Tomás M. de Anchorena está al frente de Ecoguardianes, una asociación que lucha para que los vecinos del pueblo estén informados sobre los efectos nocivos de los agroquímicos. Los niños de la escuela comenzaron a quejarse de picores en 2007. La razón: un silo instalado en un terreno lindante al colegio. El polvillo del cereal invadía el patio y las aulas de la escuela. Tras años de litigios, se logró que la empresa cerealera retirara el silo. "Al principio no le dábamos importancia, luego supimos que ese picor de los niños era producto de los agroquímicos utilizados en el cultivo de los cereales". Para Bertoldi, el enemigo a batir es la "desinformación".

Liliana Martínez, vecina de Pampa del Infierno, tampoco fue invitada a la fiesta sojera. Toda su familia padece sinusitis alérgica. Su calvario: vivir junto a un silo de acopio de cereales. "En nuestro aljibe caían los desperdicios del avión fumigador y de la soja". A Patricia Jiménez, otra afectada, nunca le han sabido explicar los médicos por qué tiene dos sobrinos con leucemia y un nieto con deficiencias neurológicas. Todos se criaron junto a una chacra fumigada. "Al principio, nos dijeron que mi nieto tenía ataques de nervios -relata Patricia-, pero luego vieron que era algo relacionado con el cerebro".

Para Alejandra Gómez, abogada de la Red de Salud Popular Ramón Carrillo, la falta de un estudio epidemiológico, que las autoridades se niegan a realizar, impide conocer con exactitud la relación entre los agroquímicos y el estado de salud de la población. Su asociación impulsó varios informes comparativos para paliar ese vacío administrativo, cotejando datos oficiales de hospitales de la provincia. Y las conclusiones son reveladoras: el 38% de las familias encuestadas en cuatro pueblos sojeros señalaron que al menos un integrante de la unidad familiar había presentado un cuadro cancerígeno en los últimos 10 años. En otros dos pueblos en los que no hay campos fumigados, ese porcentaje bajaba al 5%.

"Es un mito lo de las enfermedades". Quien habla al teléfono es Jorge Brugnoli, elmayor productor sojero local de Pampa del Infierno. Su empresa familiar es la misma que fue denunciada por la escuela del pueblo. La misma a la que Liliana Martínez acusa de producirle infecciones respiratorias por mantener sus silos en el barrio donde vive con su familia. "La soja no es contaminante. Esas denuncias son la mayor pelotudez que he oído en mi vida", zanja Brugnoli, para quien la expansión sojera dejó beneficios en el pueblo, como la pavimentación de muchas calles. Pero sólo hace falta echar un vistazo a los barrios marginales, sin luz ni agua potable, para darse cuenta de que la gran mayoría de los dólares de la soja se fueron hacia otra parte.

La obsesión por la soja ha traído otro problema añadido a los pueblos del Chaco: la progresiva deforestación de sus bosques nativos. Tanto las empresas madereras como los grandes productores agrícolas están arrasando sin descanso una zona rica en biodiversidad, denuncia al pie de un "desmonte" el ingeniero forestal Aníbal Coria.

Los pueblos del norte argentino languidecen al compás del avance sojero. Los excluidos de esa fiesta de dólares y plaguicidas no cotizan en la Bolsa de Chicago. Mañana mirarán al cielo y volverán a ver esos graciosos avioncitos que riegan, metódicamente, los campos del oro verde argentino.

El Mundo (España)

 


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