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15/08/2015 | Cuando es la verdad lo que se ahoga en el Mediterráneo

Guillermo D. Olmo

Vienen de Siria, Somalia, Afganistán…, pero solo los vemos cuando se asoman desesperados a las orillas de Lampedusa, Kos, Melilla y otras puertas de acceso al paraíso europeo.

 

Los naufragios en los que mueren a decenas son objeto de amplia cobertura en nuestros medios de comunicación. Cuando desbordan los centros de acogida y los operativos fronterizos de seguridad se convierten en tema de debate en los platós de televisión e incluso a veces en materia de alguna interpelación parlamentaria. Últimamente, también en pretexto para discursos xenófobos cuyo potencial corrosivo solo la historia determinará.

Sabemos que vienen huyendo y que buscan un hueco en esta nuestra torre de marfil, que los sueldos por los que nosotros nos quejamos y los servicios públicos que nos irritan con sus carencias son para ellos un sueño por el que jugarse la vida a bordo de chalupas atestadas. Uno paga para subirse, a veces los ahorros de toda una vida, sin saber siquiera si la travesía conducirá a alguna playa europea o a una muerte anónima más en el Mediterráneo. Sabemos también que su masivo desembarco es un problema social mayúsculo y hay incluso quien compra los discursos que los describen como una amenaza para nuestra civilización.

Lo que no vemos con tanta nitidez son las condiciones dramáticas en los lugares de los que escapan. La guerra, la violencia y la miseria son epígrafes genéricos que engloban miles de historias con cara y ojos, con nombres y apellidos, tragedias cotidianas de seres humanos con cuya aflicción podríamos empatizar si hubiera quien nos las contara. Pero no lo hay. En Siria, quizá la más sangrante herida abierta de la humanidad en este tiempo, no quedan periodistas occidentales. Los españoles Ángel Sastre, Antonio Pampliega y José Manuel López, que permanecen secuestrados desde poco después de poner el pie en el país, son buen ejemplo de por qué.

El reporterismo de guerra es una actividad intrínsecamente peligrosa, tanto como imprescindible. Son malos tiempos para ella, especialmente en España, donde los medios de comunicación han visto en los últimos años drásticamente reducidas sus plantillas y sus capacidades. Lamentablemente, han concluido que se saca más partido de un corro de tertulianos discutiendo a voces que de las crónicas trabajadas de un profesional sobre el terreno en una zona de conflicto.

Así, esos países devastados que vomitan seres humanos en dirección a la fortificada Europa son zonas de sombra de los que recibimos información muy escasa y rara vez personalizada. Los activistas del Observatorio Sirio de Derechos Humanos pueden contar una y mil veces que la última jornada de combates dejó decenas de muertos en la martirizada Alepo. Nunca tendrá el mismo efecto que la entrevista que un periodista pueda hacer a cualquiera de las víctimas.

En 1987, Peter Galbraith, un joven miembro del Comité de Relaciones Exteriores del Senado estadounidense recorrió el norte de Irak, una zona entonces castigada por la campaña de ataques químicos del régimen de Sadam Husein contra la población kurda. Sus informes contribuyeron a concienciar a la opinión pública mundial de la tragedia kurda, hasta entonces desconocida, y de que Sadam era una amenaza a la que combatir. La presión política consiguiente llevó a que los cazas de una coalición liderada por Estados Unidos expulsaran al Ejército iraquí y delimitaran una zona segura para los kurdos. Galbraith se expuso enormemente para llegar allí donde nadie más lo hacía y dar fe de los crímenes de Sadam. Galbraith no era un reportero profesional, pero sí un ejemplo de como el testimonio de testigos audaces puede impulsar la reacción frente a la injusticia. Hoy nadie está tan cerca de la boca del lobo. Hoy, la historia comienza cuando los damnificados llegan a nuestras costas. De su penuria anterior nadie contó nada. Seguro que la mezquina respuesta política que esta Europa insoportable le está dando a su enésima crisis migratoria tiene mucho que ver con esto.

 

En Twitter: @golmo

ABC (España)

 



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