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26/07/2015 | Obama y América Latina: la súbita amistad

América Economía Staff

El fotografiado apretón de manos que se dieron el estadounidense Barack Obama y el cubano Raúl Castro, en Ciudad de Panamá, el 10 de abril de este año, fue visto como un punto de inflexión en las relaciones entre ambos países. Pero fue más que eso.

 

Al restablecer un diálogo amistoso con Venezuela y Brasil, Obama ha mostrado que el simbólico gesto de dar la mano al presidente cubano es  además un llamado de amistad para toda América Latina.
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En lo que respecta a Cuba, este 20 de julio se restablecen relaciones diplomáticas y ambos países volverán a abrir embajadas en la capital del otro. Y sumándose a muchas otras empresas estadounidenses que han anunciado que abrirán operaciones en la isla, la compañía de cruceros turísticos Carnival acaba de anunciar que iniciará viajes entre Miami y La Habana, en mayo de 2016.

Obama ha anunciado también el fin del embargo comercial y económico que Estados Unidos impuso a la isla hace 55 años. Para lograrlo necesita la aprobación del Congreso, donde algunos no quieren a Cuba y otros no quieren a Obama. La discusión en la Cámara y el Senado será larga, pero debiera imponerse la iniciativa presidencial. El fin del embargo abrirá a Cuba el mayor mercado consumidor del mundo y le inyectará una saludable dosis de inversión extranjera. De paso, muchas empresas estadounidenses harán buenos negocios.

El fin del embargo muestra también que imponerlo fue un error. No sólo porque fracasó en su intento de derrocar al gobierno de Castro, sino también por algo enteramente capitalista: las oportunidades de negocios que descubren hoy las empresas de EE.UU. ya las aprovecharon, hace años, empresas europeas y canadienses que lucran en hotelería, astilleros, minería, petróleo y alimentos, entre otros sectores. El 75% de los US$900 millones en ingreso que recibe la minera canadiense Sherritt provienen de su negocio cubano. 

Acercarse a Cuba ha sido el más significativo y sorprendente gesto de amistad de Obama hacia América Latina, pero también sorprende su reciente acercamiento a Venezuela.

En el caso venezolano, quien al parecer inició el acercamiento fue el presidente Nicolás Maduro. En marzo, cuando las relaciones entre ambos países parecían estar peor que nunca, Maduro estaba pidiendo a Estados Unidos un canal de comunicación directa. Y hace un par de semanas, el gobierno estadounidense filtró a la prensa que ese canal existe y está funcionando bien. Lo mismo dijo Maduro en Caracas, elogiando a Barack Obama por haber ayudado a pavimentar ese canal de comunicación.

La cancillería venezolana y el Departamento de Estado confirmaron simultáneamente que el 14 de junio se habían reunido Diosdado Cabello, el poderoso presidente de la Asamblea Nacional venezolana, con un alto funcionario del Departamento de Estado. En esa cita se puso énfasis en las líneas de diálogo en las que hay intereses compartidos, como las conversaciones de paz en Colombia y las elecciones presidenciales de diciembre en Haití. Un resultado concreto de esa reunión fue el compromiso venezolano de financiar la logística de un equipo de Naciones Unidas que viajará en agosto a Haití a hacer un sondeo independiente de intención de voto. A la salida del encuentro, Diosdado Cabello dijo que Venezuela quiere mejorar sus relaciones con Estados Unidos.

Del odio al amor ha sido también la historia reciente de Dilma Rousseff con EE.UU. Hace dos años la presidenta de Brasil canceló una visita a Washington tras revelarse que Estados Unidos le espiaba los emails. Hace un par de semanas, se la vio radiante por la capital estadounidense, coqueteando con inversionistas extranjeros del brazo de Obama.

Dilma ofreció a las empresas norteamericanas concesiones de obras públicas por US$64.000 millones y pidió consejo en temas de innovación a los magos de Silicon Valley. También obtuvo la promesa de que EE.UU. pondrá fin a una prohibición de importar carne brasileña que dura ya 14 años y se habló de un acuerdo arancelario y aduanero para 2016.

Es fácil entender el interés de los países latinoamericanos en la reconciliación. La Habana está a 160 kilómetros de Key West y reanudar relaciones económicas y comerciales con EE.UU. le conviene mucho más a la isla que al gigante del norte. Para qué hablar de Venezuela: su dependencia del petróleo en tiempos de caída de precios ha hecho imposible seguir financiando los programas sociales que sustentaron electoralmente al chavismo. Responsable de una inflación de 100% anual, una moneda que pierde valor todos los días, reservas internacionales acercándose peligrosamente a cero, desabastecimiento de productos básicos y violencia desatada, Maduro ha visto bajar su popularidad a menos del 25% y necesita dar una buena noticia a sus compatriotas. Amistarse con Obama es esa buena noticia.

Algo similar le sucede a Dilma. Acercarse a Estados Unidos le mejora un poco la imagen, que está por los suelos debido al estancamiento económico, la inflación y la corruptela en Petrobras. Su exitoso viaje a Washington y las palabras de Obama diciendo que Brasil es “un poder global cuyos intereses y valores están alineados con los de Estados Unidos”, le sube los bonos a un país que ha perdido la autoestima.

Lo que no es tan fácil de entender es la motivación de Obama. Son muy pocos los estadounidenses interesados en lo que pasa fuera de sus fronteras, más allá de saber si se trata de una amenaza o no. La reconciliación con Castro, Maduro y Rousseff es algo que la opinión pública ni siquiera registra y mucho menos le dan popularidad al presidente ni votos a su partido ni a su candidata presidencial. 

A Obama le queda un año de gobierno y pareciera estar actuando para dejar un legado. Tras siete años en los que se ha dedicado a atender emergencias y enfrentar urgencias, está ahora emprendiendo acciones que modelarán el futuro de Estados Unidos como potencia global. Y en estos últimos empeños ha mostrado resolución, inteligencia y serenidad. 

Así ha ido acumulando un éxito tras otro en los últimos meses. El Congreso le pavimentó el camino al ambicioso Acuerdo de Asociación Trans-Pacífico al concederle fast track en junio. La Corte Suprema dio el sí definitivo al matrimonio gay. El mismo tribunal dio el visto bueno final a su gigantesca reforma de la salud pública, conocida como Obamacare. Y en relaciones exteriores, amistarse de una plumada con Cuba, Venezuela y Brasil, los tres países más antinorteamericanos del hemisferio, no es una hazaña diplomática menor. Pero ese triunfo palidece frente al sorprendente acuerdo nuclear que ha logrado con Irán, una obra maestra de ingeniería diplomática.

Todo esto es buena noticia para América Latina. Especialmente para Cuba y Venezuela, que tendrán el apoyo norteamericano a cambio de asegurar ciertas garantías en derechos humanos, buenas prácticas democráticas y libertad de prensa.

La región toda se beneficia de la amistad de Estados Unidos porque es la mayor potencia global y es la potencia que tenemos al lado. Por mucho que China sea ahora el mercado consumidor más grande del mundo, sus afanes y su realidad geopolítica la llevan a ampliar con más fuerza su influencia en Asia. Y por mucho que varios países latinoamericanos ya tengan a China como primer socio comercial, Estados Unidos seguirá siendo el país con más influencia en la región durante varias décadas.

Tener a un vecino tan rico y tan grande se puede ver como una amenaza o como una oportunidad. Probablemente sea ambas cosas. Los países latinoamericanos deben seguir aprendiendo a convivir con él. Y Obama, en su último año de gobierno, está facilitando esa convivencia.

América Economía (Chile)

 



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