Se da la circunstancia de que el Pro y Eco son socios a nivel nacional en una coalición opositora que intentará vencer en octubre a Daniel Scioli, el candidato al que Cristina Fernández de Kirchner no tuvo otra salida que aceptar como propio.

Algunas voces le susurran (o gritan) a Lousteau que desista del ballotage para evitar escenarios incómodos y porque su 25, 5 por ciento es, casi, la mitad de lo que sacó Rodríguez Larreta. El ex ministro de Economía de Cristina Fernández de Kirchner, se resiste con uñas y dientes y no renuncia a dar la batalla en las urnas. Entre otras razones, porque olfatea que, pese a la diferencia abismal, podría ganar. 

Los votos del kirchnerista Mariano Recalde  (21,9 %), Luis Zamora (4%) y Myriam Bregman (3,1 %) son, por naturaleza ideológica, más afines a Lousteau. La suma, con el interrogante abierto de los que no votaron, pondría las cosas difíciles para el Pro cuyo “aparato” en la capital tampoco hay que despreciar.

La aritmética es imprecisa en política pero en la ciudad de Buenos Aires es poco probable caer en el error si se anticipa que el pulso entre ambos no será fácil. Y, en el hipotético caso de que Rodríguez Larreta pediera, la factura, sin duda, se la pasarían a Mauricio Macri en octubre.

Dicho todo esto, el todavía jefe de Gobierno de la ciudad se podría haber ahorrado este trago. Ha tenido ocho años, con mayoría legislativa, para proponer una reforma de la Constitución que dijera, sin ir más lejos, lo mismo que proclama la Carta Magna de la Nación: que en primera vuelta gana el que saca 40 por ciento y diez puntos arriba del siguiente o logra el 45 por ciento de los votos.

La medida es razonable y justa. Además, es la que rige en toda Argentina. Macri no lo hizo ni lo intentó. ¿Por qué? La respuesta la tiene él pero el probeta, también.