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21/03/2015 | Argentina - Nisman, la ceremonia de la confusión

César González Calero

La lentitud de las investigaciones y las acusaciones cruzadas entorpecen el camino hacia la verdad sobre la muerte del fiscal que denunció a Kirchner.

 

En su libro Código Stiuso, de muy reciente aparición en Argentina, el periodista Gerardo Young, experto en los servicios de Inteligencia, describe las turbias relaciones entre los poderes públicos y los agentes secretos que se mueven a sus anchas en las cloacas del Estado. Un submundo en el que una sola bala, advierte Young, puede hacer temblar las estructuras de todo un sistema. Como la bala que mató hace justo dos meses a Alberto Nisman, siete gramos de pólvora y plomo que alojados en la cabeza de un fiscal federal pueden convertirse en un arma de destrucción política masiva. Sobre todo si la investigación de esa muerte sigue presidida por la ceremonia de la confusión.

La pistola Bersa Thunder calibre .22 que apareció junto al cuerpo del fiscal es un arma muy apreciada entre los sicarios. Es pequeña, hace poco ruido y es muy efectiva a corta distancia. Pero no es buena, según los expertos, para defensa personal, el argumento que según Diego Lagomarsino le trasladó Nisman cuando se la pidió prestada. El fiscal temía por la vida de sus dos hijas, "por si algún loquito les hacía algo", según relató el técnico informático que le prestó la pistola. Lagomarsino, que trabajaba en la fiscalía de Nisman, fue supuestamente la última persona que vio con vida a Nisman. Aquel sábado, 17 de enero, el fiscal trabajaba en su inminente comparecencia ante el Parlamento para detallar la denuncia contra el Gobierno que había presentado tres días antes. Una auténtica bomba política. Nisman acusaba a Cristina Fernández de Kirchner de otorgar el "sello presidencial" al encubrimiento de Irán en el atentado de la mutual judía AMIA en 1994.

Al día siguiente de la muerte de Nisman, Lagomarsino se presentó ante la fiscal Viviana Fein. Le confesó que era el propietario del arma y después se fue a su casa tan pancho. Como si nada. Ni Fein ni la jueza encargada del caso, Fabiana Palmaghini, se preocuparon de registrar su vivienda ni sus teléfonos. Fue imputado solamente por haberle prestado su pistola a otra persona. Pasaron cincuenta días hasta que ese registro se produjo y fue por petición de Sandra Arroyo, la ex mujer de Nisman, una experimentada jueza que está llevando adelante una investigación paralela, hasta tal grado llega la desconfianza que le merece la fiscal Fein.

Arroyo, que ha intentado infructuosamente apartar a Fein de la causa, reprocha a la fiscal la lentitud de sus procedimientos. Y Fein ve oscuros intereses en los movimientos de Arroyo, empeñada en que la carátula del caso pase de "muerte dudosa" a "homicidio". Sus reclamos y recursos, se queja Fein, también empantanan la investigación.

Sea como sea, lo cierto es que sesenta días después de iniciada la investigación de la muerte de Nisman, todavía queda por analizar gran parte del contenido de los ordenadores del fiscal, sus teléfonos móviles, el GPS de su coche y mucha documentación en su haber. Nada o muy poco se sabe de sus finanzas. Su madre, Sara Garfunkel, que fue la primera en ver el cadáver en el apartamento de su hijo junto a los escoltas del fiscal, vació las cajas fuertes y mantiene un total hermetismo sobre lo que allí guardaba Nisman. Hace unos días trascendió que Lagomarsino compartía una cuenta en Estados Unidos con el fiscal y parte de su familia. Otro enigma más sin resolver. Aunque puede que por poco tiempo. El abogado del técnico informático, Maximiliano Rusconi, uno de los letrados más cotizados de Buenos Aires, amenazó ayer con tirar de la manta si siguen presionando a su cliente.

Y si las demoras y los ataques cruzados no fueran suficiente para enmarañar la causa, ahí está la rumorología que invade no sólo las redes sociales y las redacciones de los periódicos sino también los despachos de Tribunales: la vida íntima del fiscal, cuyos detalles ya están filtrándose aquí y allá; el harén de jóvenes secretarias que trabajaba en la fiscalía; el papel de la modelo Florencia Cocucci, a la que Nisman conoció en una discoteca y con la que compartió un viaje a Cancún, la "calcinada" que apareció un día frente a la torre Le Parc del exclusivo y vigilado barrio de Puerto Madero donde vivía Nisman y a la que nadie ha puesto identidad todavía... Tal vez Fein sea lenta en sus pesquisas pero hay que reconocer que el caso se las trae. Porque cada día es más evidente que todos los personajes involucrados en esta novela negra argentina ocultan información y dicen verdades a medias, desde los miembros del Gobierno hasta el último escolta de Nisman.

A todos esos secretos y enigmas que envuelven el caso hay que sumarle algo más, algo determinante, la presencia fantasmal de los "servicios", como se denomina coloquialmente en Argentina al departamento de Inteligencia. No hay caso enredado en el que no se note la huella de la ex SIDE, experta en "plantar" pruebas falsas, modificar escenas del crimen, retrasar pesquisas, instaurar, en definitiva, la ceremonia de la confusión. Ya lo hicieron, por ejemplo, en la causa del atentado a la AMIA, que pasados 21 años no cuenta ni con un sospechoso entre rejas.

El caso Nisman ha revelado a los argentinos que todo lo que se imaginaban sobre el poder oculto de los servicios secretos era poco. Y que los vínculos inconfesables entre el poder político, el judicial y los servicios de Inteligencia son tan reales como perniciosos para el país. Han conocido, por ejemplo, algunos detalles de la vida de uno de esos "superagentes", Antonio Jaime Stiuso, el ex jefe de Operaciones de la Secretaría de Inteligencia, cesado a mediados de diciembre, un mes antes de que Nisman presentara su denuncia. De Stiuso se dice que tiene "carpetas" comprometedoras de todo político, empresario o magistrado que se precie. Fue fiel al kirchnerismo, con el que medró, hasta que se torció el rumbo del caso AMIA y Cristina Kirchner trató de tender puentes con Teherán. Ahora es el enemigo público número uno de la Casa Rosada, que lo responsabiliza de la muerte de Nisman. Se fue de Argentina hace unas semanas "por miedo", según le dejó dicho a su abogado, Santiago Blanco. "Había recibido amenazas en el pasado, como Nisman, y si uno ve que matan al amenazado, qué puede pensar: me van a matar a mí también", explica Blanco a ELMUNDO.ES. Stiuso, que suministró información sensible a Nisman sobre el caso AMIA durante una década, cruzó a Uruguay por tierra y llegó a quejarse a su abogado de que le molestaron un rato en la frontera. No tiene fecha de regreso.

Son tantos los rumores que corren en torno a la vida privada de Nisman, a las razones de su ex mujer para presentar el caso como un asesinato, a los intereses ocultos del Gobierno en la trama, a los pactos secretos que se pueden estar forjando entre bastidores, que la fiscal Fein, de quien se dice que recibe tantas críticas porque no le debe favores a nadie, tal vez hubiera hecho bien en tomar esas vacaciones con las que amagó nada más iniciada la causa. Porque el caso no tiene visos de aclararse.

Esa ceremonia de la confusión en que se ha convertido la causa amenaza con enclaustrar la muerte de Nisman en el sótano negro de los casos olvidados de Argentina. Si no se despejan pronto algunos interrogantes, la muerte de Alberto Nisman correrá la misma suerte que la del fotógrafo José Luis Cabezas, cuyo asesinato nunca se resolvió, o la del brigadier Rodolfo Etchegoyen, otro dudoso "suicidio" relacionado con corrupción y poder que jamás llegó a esclarecerse. Casos que ensombrecieron en su día el mandato de Carlos Menem, como el caso Nisman está enturbiando hoy el fin de ciclo de Cristina Kirchner en el poder.

El Mundo (España)

 


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