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08/02/2015 | Venezuela en febrero

Héctor Schamis

Maduro habla de una guerra económica; esa guerra la libra el gobierno contra su pueblo.

 

Fue en febrero de 1989. Carlos Andrés Pérez asumía su segunda presidencia. La caída del precio del petróleo y la crisis de la deuda latinoamericana causaban un fuerte efecto recesivo. En contraste con lo dicho en la campaña, la política económica del nuevo gobierno se basó en un drástico ajuste fiscal: cortes en el gasto público, eliminación de subsidios a la gasolina y aumento de impuestos y tarifas. La población se enteró de la magnitud del ajuste en la mañana del 27. La secuencia de protestas, saqueos y represión dio la vuelta al mundo como “El Caracazo”. Hasta el día de hoy, se desconoce el número exacto de muertos. Hasta el día de hoy, ello continúa marcando el alma política venezolana.

Fue un febrero también, pero en 1992, en las primeras horas del cuarto día. Venezuela seguía en recesión y crisis, exacerbada por el deterioro del puntofijismo y la llaga abierta por el Caracazo. Un grupo de oficiales medios, organizados bajo el nombre de Movimiento Bolivariano Revolucionario 200, se rebela. Les interesa el poder. Si bien lograron controlar varias ciudades del interior, fracasaron en apresar al presidente y en tomar los puntos claves de Caracas, que permanecieron en manos de tropas leales. Los rebeldes fueron derrotados, aunque en realidad habían vencido. La capitulación del jefe golpista, Hugo Chávez, lo dejo bien en claro en su televisada rendición: “por ahora”, le dijo al país y al mundo.

Fue todo una certera premonición: cárcel e indulto, seguido por elección y Quinta República, el eufemismo de una no república que —sin separación de poderes, precisamente— solo podría concluir en un régimen autoritario y personalista. Le siguió la perpetuación en el poder, enfermedad, muerte y sucesión, y finalmente Maduro en la presidencia. Todo bajo la larga sombra de aquel golpe fracasado a medias, que terminó legitimado por sucesivas elecciones y un diseño constitucional a medida para la reproducción de ese orden político. Bajo la larga sombra de febrero.

Fue en febrero, otra vez, más reciente, en 2014. Los reclamos comenzaron en Caracas, donde la oposición se concentró para reclamar derechos, contra el desabastecimiento y por la seguridad. Siguió en Táchira, donde los estudiantes se movilizaron en respuesta a la violación de una estudiante en un campus universitario. La represión derivó en detenciones, con los estudiantes arrestados siendo trasladados a otros puntos geográficos. La ola de protestas se propagó a Mérida, ciudad universitaria, y se intensificó en Caracas. La respuesta fue la acción criminal de los parapoliciales en motocicletas, asesinatos y miles de arrestos sin causa, sin pruebas, sin régimen de visitas y con torturas.

Y esta es la introducción, porque estamos en otro febrero y el espectro de los anteriores perdura en la memoria de los venezolanos. Un año más tarde todo parece estar igual, solo que peor. La pregunta no es cómo se sostiene este régimen, sino cómo se explica que no haya caído. Una parte importante de la explicación es que la comunidad internacional ha hecho poco, muy poco, y le ha dado este año de gracia a Maduro, Cabello y compañía. Ha sido un año de gracia no para gobernar sino para que sus divisiones internas y sus odios personales se diriman en el seno del propio Estado venezolano. Uno ejecuta, supuestamente, el otro legisla, figurativamente hablando. Es una ficción, el país se deshace día tras día.

Finalmente, el Secretario General de la OEA ha pedido la liberación de Leopoldo López y los demás presos políticos. En hora buena que lo dijo, más vale tarde que nunca. Entonces que los familiares de los presos le pidan que ahora actúe, no solo que hable. Así como Calderón, Pastrana y Piñera fueron a pedir la liberación de Leopoldo y los demás presos, que el próximo viaje sea de Insulza y su gabinete. Que vaya personalmente a exigir en Caracas lo que acaba de pedir en Washington. Aquí está hecha la sugerencia.

Es que Venezuela necesita más que palabras. Venezuela está despedazada en su tejido social, no se sostiene como sociedad. Los mitos del chavismo se han desvanecido uno por uno. La pobreza crece; la desigualdad se profundiza; el crimen es la única actividad productiva y lucrativa. Esta semana las colas son más largas que la semana anterior y más cortas que la semana próxima, ya no para comprar jabón y desodorante sino para comprar leche. Venezuela es una bomba de tiempo, con una crisis humanitaria a la vuelta de la esquina. Desactivar esa bomba es obligación de la comunidad internacional, especialmente de la OEA.

En Venezuela no existe más la división de esas dos mitades a las que se refería el Secretario General hace un año. Eso es trivial, tan trivial como hablar de crisis política para caracterizar la coyuntura actual. Lo de Venezuela es una guerra, una guerra de un gobierno contra su pueblo. Un gobierno que ya no solo arresta estudiantes insurrectos y políticos de oposición, ahora también arresta médicos y dueños de supermercados.

Maduro habla todo el tiempo de una guerra económica. Tiene razón, solo que esa guerra la libra el gobierno contra su pueblo. Un país en el que las mujeres pobres hacen cola durante horas para comprar leche para sus hijos pequeños y al final no lo logran, es un país donde el gobierno está en guerra contra su pueblo. Y estamos en otro febrero, bajo la larga sombra de varios febreros anteriores.

Twitter @hectorschamis

El Pais (Es) (España)

 



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