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02/01/2015 | La pirueta imposible de la presidenta

Germán Aranda

La presidenta de brasil debe en su nuevo mandato, que arranca hoy, reconducir la economía reduciendo el gasto y, al mismo tiempo, mejorando los servicios públicos.

 

La ecuación es tal vez la más difícil para Dilma Rousseff desde que asumió la Presidencia en 2011. Ajustarse el cinturón sin perjudicar a las clases más populares ni perder apoyo del electorado de izquierdas parece una misión imposible para la presidenta, que tomará hoy posesión de su segundo y último mandato con fastos de fiesta nacional y con la presencia de jefes de Estado como el presidente de Venezuela Nicolás Maduro, la chilena Michelle Bachellet o el uruguayo José Mujica, que estará acompañado del recientemente elegido Tabárez Vázquez. En representación de Estados Unidos, el vicepresidente Joe Biden confirmó su presencia a la ceremonia. España tan sólo estará representada por su embajador en Brasilia.

Como medida de contrapeso a los ajustes fiscales que el recientemente elegido Ministro de Hacienda, Joaquim Levy, seguramente anuncie hoy mismo, el año empezará con una buena noticia para los trabajadores: el aumento del salario mínimo, que pasará de 223 a 244 euros.

Mientras las calles se pasaron meses pidiendo mejoras en los degradados servicios públicos -seguridad, transporte, sanidad, educación- desde las históricas protestas de junio de 2013, en las que un millón de brasileños llegaron a tomar las calles, los mercados llevaban tiempo pidiendo menos intervencionismo y menos gasto para recuperar el crecimiento después de que 2014 se cierre seguramente con una pequeña recesión en el PIB. Levy, liberal de la escuela de Chicago, probablemente subirá los impuestos en 2015, así como estrechará el crédito y cortará los subsidios a muchas empresas, lo cual podría aumentar el desempleo, cuyos bajísimos niveles son ahora mismo el gran aval de la presidenta para mantener cierta paz social.

La austeridad, esa palabra que hasta hace poco en Brasil no era sino un eco lejano de Europa que el gigante sudamericano se enorgullecía de no tener que aplicar, ha llegado al país tropical. Es posible, no obstante, que lo haya hecho a tiempo para evitar mayores catástrofes.

Levy, que irá de la mano del ministro de Planeamiento, Nelson Barbosa, no es el único nombramiento que ha levantado ampollas dentro y fuera del partido. En el reparto de poderes necesario para contentar a la base aliada, la ex presidenta de la Confederación Nacional de Agricultura Katia Abreu, del conservador PMDB, se ha quedado con la cartera de Agricultura para descontento de los ecologistas, entre ellos Greenpeace, que la considera una amenaza para la mayor selva del mundo y para las tribus indígenas que la habitan. También los nombramientos de miembros del propio PT han acentuado divisiones internas, según informó el diario O Globo. El pasado martes, Juca Ferreira, que asumirá Cultura, fue el último Ministro en ser anunciado.

Un equipo totalmente renovado y con carteras de peso para los partidos aliados, especialmente el PMDB, debería facilitar a Rousseff gobernar con estabilidad en el comienzo de su mandato después de imponerse en las presidenciales con una escasa ventaja de tres puntos al opositor Aécio Neves, del PSDB (Partido de la Social Democracia Brasileña).

La victoria electoral fue la mejor noticia para una Rousseff que pasó un 2014 tan complicado como para mostrar su capacidad de superponerse a todo tipo de adversidades. Tras el desgaste sufrido a finales de 2013 por las grandes manifestaciones, en marzo se dio a conocer una trama de corrupción, que ha ido creciendo a lo largo del año en torno a la petrolera estatal Petrobras, con más de 3.000 millones de dinero público desviado y que se llevó a cabo durante los últimos años, en los que la presidenta siempre ha tenido un contacto cercano con la empresa.

Después llegó el Mundial y, aunque las calles no gritaron como se esperaba su oposición al torneo por los multimillonarios gastos, Dilma escuchó pitidos e insultos cada vez que se presentó en un estadio. Pero ni esa escena ni el golpe a la autoestima que supuso el 7-1 de la selección ante Alemania en semifinales fueron suficiente empujón para que el elector brasileño apostara por un cambio en el mes de octubre.

Brasil, no obstante, pide a una Dilma diferente, con capacidad para retomar el crecimiento, lavar la imagen de Petrobras y mejorar de una vez por todas unos servicios públicos que impiden que la inclusión social de las clases más bajas sea definitiva. Todo mientras allana el camino al más que posible regreso de Lula en los comicios de 2018.

El Mundo (España)

 



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