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18/12/2014 | Corrupciones

Gustavo Gorriti

La corrupción suele ser gris, chata, sórdidamente tentadora cuando se la presume

 

La corrupción suele ser gris, chata, sórdidamente tentadora cuando se la presume; sorprendente, plena de matices, con más efectos y alcances que un mapa de acupuntura, cuando se la revela.

Todos los años Transparency International (TI) da a conocer su índice global de corrupción, un ranking que va del mejor al peor, del uno (Dinamarca) al 174 (Somalia), con una geo-referencia cromática en la que la virtud tiene el color de un amarillo casi palúdico y el vicio el rojo negruzco de sangres demasiado espesas.

La lista de la corrupción está basada, como recalca TI desde el título, en percepciones. Y aunque la relación entre percepción y realidad ha mantenido meritoriamente ocupada a la filosofía durante casi 30 siglos, se trata de percepciones informadas.

La publicación del ranking de TI suele provocar comparaciones interesantes. Este año, por ejemplo, hubo ensayos de correlación entre el índice de corrupción de TI con el crimen organizado, de un lado, y con el terrorismo, del otro.

Jeremy McDermott, codirector de InSight Crime, se encargó de lo primero. En un artículo (How Organized Crime & Corruption Intersect in LatAm) cuyo título no necesita traducción, McDermott encontró que un ranking de la corrupción latinoamericana basada en “el poder del crimen organizado puede resultar en una lista muy diferente”.

InSight Crime la hizo. Su criterio de gradación fue medir el poder del crimen organizado en cada nación por su capacidad adquisitiva y por su habilidad de corromper o controlar a funcionarios e instituciones del Estado.

En el ranking de InSight Crime hay poca consonancia con el regional latinoamericano de TI (entre paréntesis: el número más bajo significa en este caso la mayor corrupción comparativa).

México es, para InSight Crime, el país más corrompido (o depredado) por el crimen organizado en América Latina. En el ranking regional de TI figura en el noveno lugar. Los otros son: Colombia: 2 (11); Honduras: 3 (4); Brasil: 4 (14); El Salvador: 5 (13); Guatemala: 6 (6); Venezuela: 7 (1); Perú: 8 (12); Paraguay: 9 (2); Argentina: 10 (8).

La lista es discutible en parte; ¿con qué criterio se puso, por ejemplo, a Paraguay en un casi virtuoso noveno lugar?, pero su criterio general es sólido. Así que la percepción de la corrupción y la realidad de sus manifestaciones más destructoras no coinciden necesariamente.

El Institute for Economics and Peace publica un Global Terrorism Index con un ranking de peor a mejor en cuanto a la importancia del terrorismo en cada nación.

Terrorismo es uno de los conceptos de definición más difícil y controvertida. El Global Terrorism Index lo circunscribe a actores no estatales pero a la vez lo abre a conductas y escenarios que pueden ser simplemente definidos como conflicto armado. Aun así, el índice es informativo y tiene consonancias y disonancias interesantes con el índice de TI.

El índice de las diez naciones peor afectadas por el terrorismo, junto con la posición entre paréntesis en el ranking de TI (donde, para facilitar la comparación, he puesto a los países más corruptos con los números más bajos) es el siguiente:

Irak: 1 (6); Afganistán: 2 (4); Pakistán: 3 (48); Nigeria: 4 (38); Siria: 5 (15); India: 6 (89); Somalia: 7 (1); Yemen: 8 (13); Filipinas: 9 (89); Tailandia: 10 (89).

India, Filipinas y Tailandia tienen una posición igual en el ranking de Transparency International porque obtienen el mismo puntaje en el corruptómetro de esta.

Lo sorprendente del Global Terrorism Index es la falta de correlación con la violencia urbana y el crimen organizado. En niveles de violencia urbana (en ciudades que no están en guerra), San Pedro de Sula, en Honduras, es la más letal del mundo. Sin embargo, en el GTI, Honduras figura en una posición mejor (64) que las de Noruega (44), Francia (56) o Chile (58).

¿Es posible calibrar la corrupción sin contabilizar sus costos? Creo que no. Los niveles más altos de corrupción, por los montos de dinero robado, suelen darse en transacciones entre funcionarios estatales y corporativos. Y eso es lo que menos se percibe.

En el índice de Transparency International, Haití y Venezuela aparecen como las naciones más corruptas de América Latina. Sin embargo, toda la corrupción haitiana posiblemente sea apenas una fracción de los robos epopéyicos revelados hasta ahora por el caso Petrolão en Brasil.

Esa, la corrupción público-privada, cosmopolita y dirigente, con su geografía paralela de offshores y una compleja ingeniería de camuflaje financiero, es la que roba más y se percibe menos. Suele ser también la que menos se detecta y desmantela, aunque, como demuestra el caso Petrolão, ocurran imprevistas y virtuosas excepciones a la regla.

El Pais (Es) (España)

 



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