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12/07/2006 | SISTEMA CARCELARIO - Hoy, la gran universidad del crimen

Laura Etcharren

Cuando la anomia se apodera de la sociedad, las consecuencias, también pueden verse dentro de los penales.

 

Los recurrentes episodios de violencia así como los motines que tienen lugar en las cárceles de los diferentes países de América Latina, reflejan el deterioro de la infraestructura y de las condiciones de vida a la que deben adaptarse los reclusos.


Distinción de la población carcelaria
Si bien la decadencia del sistema carcelario es cierta, también lo es, que muchos presos merecen habitar espacios paupérrimos.
No todos los delincuentes están encarcelados por los mismos motivos, y tampoco son las mismas sus posibilidades de rehabilitación.
Es decir, muchos prisioneros nunca llegan a tomar conciencia del ilícito cometido y del daño individual y colectivo que el mismo ocasionó.
Un caso concreto es el del violador. Ese sujeto es absolutamente conciente de su acción, se jacta de ella y en ningún momento repara en las consecuencias.
Al violador, lo único que le interesa es llevar adelante su cometido y las consecuencias que lo abrumarán son, solamente, aquellas que afectarán su persona y libertad.
Pero cuando son liberados vuelven a violar. Porque así, es su condición humana. No existe el arrepentimiento, ni la conciencia por el otro.
Entonces, para este tipo de escoria humana un lugar mejor es un premio inmerecido.
Ahora bien, se estipula que en muchas cárceles latinoamericana hay hasta cuatro veces más población que la debida. Con lo cual, las condiciones de hacinamiento son más que significativas y disparadoras de todo tipo de conflictos entre los reos.
Aunque a ello, debe sumársele el crimen organizado, los grupos de narcotraficantes y las pandillas que hay dentro de los presidios.
En América Latina un porcentaje importante de presos se encuentra en las sombras sin tener aún, una condena estipulada.
Por otro lado hay individuos que son inocentes y que están presos por la falta de celeridad de la justicia. Mientras que en otros casos lo están, por la mala justicia que los condenó por error.
Situaciones particulares, son las de los individuos encarcelados que poseen patologías que no encuentran solución en una cárcel sino más bien en un psiquiátrico.
Personas estigmatizadas que deben estar internadas y no presas. Que no son concientes de sus actos, ni dentro, ni fuera de la prisión.


Universidad del crimen
Ocurre que todo lo que el sistema carcelario encierra es un gran negocio.
Detrás de los muros se manejan grupos de poder insospechados que digitan el accionar de quienes están afuera.
La demencia de algunos es funcional a la inteligencia mal empleada de presos peligrosos deseosos de venganza.
Sin importar medios y costos, las operaciones que se llevan adelante desde las cárceles son escalofriantes.
Pero los presos no están solos. Además de poseer compinches dentro de la cárcel misma, entablan relaciones “comerciales” con los guardias.

Y los directores de los penales, no son ajenos a las barbaridades que allí dentro se cometen. Saben y guardan estratégicamente las operaciones que se realizan.
El tráfico de ideas está muy bien cuidado y cuando no, se paga con la vida misma.
En el mejor de los casos, con un aviso que puede costarle al delator la pérdida de algún órgano o miembro vital del cuerpo.
La vida en las prisiones no es sencilla para nadie.
Violencia y exclusión son dos de las variables que más se reproducen en su interior.
Según especialistas, los individuos salen de las prisiones siendo más delincuentes de lo que eran al momento de ingresar.
Porque las cárceles son universidades del crimen. El ocio y la falta de interés por superarse, vuelven a los delincuentes personas más inescrupulosas de lo que ya de por sí eran.
Adquieren nuevas características vinculadas a la biotipología y las ya existentes, se agudizan progresivamente. Ello se debe a la convivencia, la adopción y aprendizaje de nuevos códigos y gestos.


El caso argentino y brasilero
Los casos de Brasil y Argentina son reveladores de la situación carcelaria en Latinoamérica.
Según un informe de BBC Mundo.com, en Brasil, por cada 5.897 presos liberados cada mes, 9.321 entra a las cárceles.
La misma fuente indica que entre los años 1992 y 2004 la población carcelaria se triplicó y hay alrededor de 330.000 presos. De ese total, 135.000 están recluidos y el resto dividido en otras modalidades.
El porvenir no trae buenas noticias. En lugar de disminuir, se estima que la delincuencia se irá incrementando paulatinamente. El Ministerio de Justicia de Brasil, considera que en el año 2007 la población en las cárceles ascenderá a 476.000.
En Argentina, por ejemplo, el 62% de los 62.500 internos no tiene condena. Así se viola el artículo 18 de la Constitución Nacional que dice que todo persona es inocente hasta que se demuestre lo contrario. (BBC Mundo; 2005)
En los últimos siete años el número de presos se ha duplicado a nivel nacional.
La inseguridad en las calles se incrementó significativamente y la impunidad se apoderó del país.
Por otra parte, gran parte de la población carcelaria argentina se encuentra a la espera de una sentencia, evidenciando la decadencia e inoperancia de la justicia argentina.


Sistema carcelario, maras y liderazgo
Desde los planes de mano dura, pasando por la ley Antimara hasta el proyecto “Nueva Esperanza” puesto en práctica en Panamá, los intentos por frenar la propagación de las maras han sido constantes.
Sucede que frenar esta expansión es una tarea complicada; más, cuando casi el 50% de los delitos cometidos en las calles están dirigidos desde las cárceles.
Esto es lo que ocurre en países tales como Guatemala y El Salvador. Allí, se han registrado -según indica una nota llamada “El infierno de las prisiones guatemaltecas” publicada en el diario El País de España- los más terribles motines de la historia carcelaria Centroamericana.
Dentro de un mismo pabellón se encuentran presos que pertenecen a distintas maras, muchas de ellas, rivales entre sí.
Por ello, el año pasado se produjo un enfrentamiento sangriento en una de las prisiones de Guatemala, protagonizado por integrantes de la mara Salvatrucha y la MS18 que tuvo un saldo de 36 muertos y 60 heridos.
Y del mismo modo que se gestan delitos desde el interior de las cárceles hacia el exterior, también se cometen ilícitos dentro de las mismas prisiones.
En las cárceles los reclusos deben cumplir diversas tareas y obligaciones.
Madrugar para llevar adelante la limpieza de los sanitarios y las celdas; en caso de querer un colchón y mantas pagar por ello; y pagar por ingresar al rancho, como se dice en la jerga carcelaria.
Es decir, al igual que afuera, los mareros imponen sus propias leyes y la impunidad cobra un papel protagónico.
Los reclusos dispuestos a pagar la extorsión impuesta están liberados de realizar dichas tareas y tienen -según el dinero que posean- comodidades al igual que acceso a drogas, licores y prostitutas.
La fidelidad hacia los lideres crea una relación de dominación en la cual el líder afirma su yo y esa afirmación induce respuestas de sumisión.
Eso quiere decir que la dominación de unos siempre tiene como contrapartida la sumisión de otros y la agresividad forma parte de este tipo de relación.
El liderazgo que se conforma en las maras y dentro de las prisiones es de tipo autocrático.
Y lo autocrático se vuelve más visible al momento de coptar adeptos, dado que en esa instancia, el apoyo se logra mediante la variable fuerza.
En síntesis, en las cárceles, la seguridad no está asegurada por los guardias; al contrario, la seguridad depende increíblemente de los lideres de cada uno de los grupos que allí se conforman y del sometimiento de los reclusos para con ellos.

Rumbo a la eternidad
La decadencia del sistema carcelario en América Latina y Centroamérica lleva muchos años de discusión teórica pero de indiferencia práctica.
El tiempo pasa, la inseguridad se incrementa y la sociedades se polarizan. Delincuentes de toda clase y estilo invaden las calles y las soluciones se vuelven ajenas a los problemas que nos azotan.
Al tiempo que la ciudadanía exige castigos más proporcionales a los delitos cometidos, las autoridades voltean la mirada alegando falta de presupuesto y en el caso argentino, se discute una peligrosa reforma del Código Penal.

Los internos exigen mejores condiciones y sus demandas se realizan a través de protestas y sangrientos motines.
El problema es complejo. Y de seguir en la teoría sin bajar a la práctica, se volverá eterno.

Especial Opiniones de Vanguardia: www.scavarelli.com

www.lauraetcharren.blogspot.com

Offnews.info (Argentina)

 



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