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24/06/2014 | Una potencia desorientada

Maruja Tarre

Por mucho tiempo creí que la inexistente política exterior del presidente Obama hacia América Latina, se debía a falta de interés por nuestro continente.

 

En efecto, por razones familiares Obama ha estado desde niño en contacto con la religión musulmana y lógicamente siente una cercanía intelectual con todo lo que ocurre en el mundo islámico. Uno de sus primeros actos de política exterior fue el discurso New Beginning pronunciado en la universidad Al-Azhar en el Cairo en el 2009. Quizás fue ese discurso que motivó a los noruegos para darle el premio Nobel de la Paz.

Desgraciadamente, aparte de un bello discurso, la política mesoriental del gobierno de Obama ha sido catastrófica. Empezando por la primavera árabe que los tomó de sorpresa y luego, debido a los estudiantes, al Twitter y Facebook, la interpretaron como una especie de revolución hippie, llena de paz y amor. Un primer despertar ocurrió en la plaza Tahrir la noche misma de la caída de Mubarak, cuando la periodista Lara Logan, bella, rubia y totalmente gringa, fue asaltada por una multitud de hombres cuya cultura ella no conocía, ni llegó nunca a entender.

La llamada primavera árabe resultó ser en muchos casos una pesadilla árabe, con el gobierno de Obama dando siempre la impresión de estar a la zaga de todo lo que ocurría. Luego vino el caso de Libia. Un poco a la manera de Cantinflas, Obama interviene sin querer, interviniendo, pero en todo caso saliéndose del país norafricano lo más rápido posible. El caos existente en Libia es tan grande que la muerte en Benghazi del Embajador de EEUU y de varios marines, aparentemente sin suficiente protección por parte de Washington, puede ser uno de los puntos más negativos en la campaña de Hillary para su elección presidencial.

La crisis siria, descrita por las Naciones Unidas como la tragedia humanitaria más grave de nuestros tiempos, parece tomar también a Obama por sorpresa. Traza una “línea roja” que ha sido violada prácticamente por todo el mundo y confía en Assad para destruir su armamento químico. Todo esto lleva a que Putin le dé lecciones sobre paz y moderación, en una carta publicada por The New York Times.

Llega ahora la tremenda y difícil crisis en Irak. Es indudable que Obama ganó las elecciones con su promesa al pueblo de los EE UU, de regresar al país a todos los soldados que estuvieran en combates en el exterior. Cumplir con esta promesa ha sido una obsesión en su gobierno, que lo ha llevado a veces a retirar precipitadamente tropas indispensables para mantener la paz y el orden. En Irak, los americanos tumbaron a Saddam Hussein, un tirano sin lugar a dudas espantoso, pero de paso destruyeron todas las instituciones existentes. Se trata de un país con fronteras artificiales, constituido por minorías que se odian entre sí.

Saddam mantenía el orden a través del terror. Se hubiera necesitado una clase política de altísimo nivel, para conciliar chiitas y sunnís, más las rivalidades tribales y el eterno problema kurdo. Los EE UU, como potencia que ocupaba el país, tenían la obligación de ayudar a su reconstrucción, no solo material sino también política. El General Petraeus, que de paso tiene un doctorado en Princeton en Relaciones Internacionales, junto con todo un equipo trató de conciliar los jefes de tribus sunnís con el nuevo gobierno chiita. Necesitaban más tiempo para hacerlo. Pero Obama “a petición del primer ministro al Maliki” sacó todas las tropas en 2011.

En este momento en Washington, muchos culpan al premier iraquí por su sectarismo y su torpeza al haber perseguido y alejado del poder a los sunitas. Pero cuesta trabajo creer que EE UU, como potencia que ocupaba al país militarmente, no podía imponerle condiciones al hombre que habían instalado en el poder. Al Maliki, a pesar de haber ganado elecciones en Irak, había tenido primero que ser examinado por la CIA para ver si era un gobernante “aceptable”. Los saudís, que son junto con Israel los aliados más antiguos de EE UU en la región, lo catalogaron desde un principio como agente de Irán, donde pasó gran parte de su vida política. Por eso, las recientes declaraciones del secretario de Estado Kerry, según las cuales su país estaba dispuesto a colaborar con Irán para derrotar a la guerrilla sunní de EIIL, han debido caer como una bomba en los países del Golfo.

Quizás consciente del error, Obama en su última rueda de prensa en la Casa Blanca, explicó que colaborarían con Irán “siempre que coincidiesen en sus objetivos” Pero cabe preguntarse: ¿desde cuándo Irán y Washington tienen objetivos coincidentes? Esa pregunta se la deben estar formulando, muy alarmados, todos los soberanos que gobiernan los países sunitas del Golfo, que ven a Irán como su enemigo tradicional y que, hasta ahora, se consideraban aliados y amigos de los EE UU. En su rueda de prensa, Obama habló extensamente sobre Irán pero ni siquiera mencionó a sus aliados sauditas, que indudablemente lo podrían ayudar a tener mejores contactos con esa guerrilla sunní que tanto asusta en este momento a la opinión pública mundial.

En todo caso, viendo las enormes dificultades que tienen los EE UU en desarrollar una política coherente en el Medio Oriente, pienso que hay que darle gracias al cielo que Obama no se interesa por América Latina. Mejor estar lejos de la mirada de una potencia que no parece tener muy claro lo que pasa en el mundo.

@marujatarre Profesora USB, Caracas.

El Pais (Es) (España)

 



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