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23/06/2014 | «El nacionalismo escocés se basa en mitos engañosos»

Borja Bergareche

El ministro británico para Escocia insiste en que lo patriótico será votar «no» en el referéndum del próximo septiembre.

 

La inesperada victoria absoluta del Partido Nacional Escocés de Alex Salmond en 2011 situó al gobierno de coalición de conservadores y liberales liderado por David Cameron en una encrucijada histórica. Aunque la independencia nunca fue el anhelo más íntimo de muchos de los líderes nacionalistas, su programa, refrendado en las urnas, exigía la convocatoria de un referéndum.

El gobierno de Londres, tras muchas dudas, decidió dar los poderes al parlamento escocés para convocar la consulta que tendrá lugar el próximo 18 de septiembre. La decisión, ratificada mediante la firma del Acuerdo de Edimburgo por Cameron y Salmond en octubre de 2012, abre la puerta a bajar la persiana del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte tal y como lo conocemos. «Implicaba riesgos, pero no convocar la consulta, no abordar el debate constitucional, implicaba un riesgo mayor», explica el ministro británico para Escocia, el liberal Alistair Carmichael.

Este abogado escocés asumió el cargo el pasado octubre con el mandato oficioso de insuflar testosterona y simpatía a una campaña anti-independencia acusada de tibia desde las filas «tories», y de querer meter «miedo» desde el campo nacionalista. No niega este último reproche, pero cree que «es un problema decreciente». Frente a los «mitos» que achaca al nacionalismo en su defensa de una secesión presuntamente indolora, Carmichael cree que es necesario afrontar «los hechos, por muy duros que sean». Lo ve como una tarea «patriótica y en positivo; no se trata de un concurso entre Escocia y el resto del Reino Unido sino de dos visiones para el futuro de Escocia», explica a ABC en la primera entrevista que concede a un diario español. Para ello, la campaña «Mejor Juntos» se dispone a repartir folletos explicativos a 2,5 millones de hogares, en un país de 5,3 millones de habitantes.

Tras dos años de debate, los sondeos indican que el «no» a la independencia mantiene un 60% de apoyo frente a un 40% de defensores de la separación. Barack Obama, el Papa Francisco y el primer ministro chino, Li Keqiang, se han manifestado a favor de la unidad de Gran Bretaña. Pero, si se incluyen los indecisos, la distancia se achica. Según un sondeo de Yougov publicado por «The Sun» esta semana, un 53% defiende la permanencia en el Reino Unido frente a un 36% de independentistas y un 9% de indecisos.

Este martes, el nacionalismo intentará azuzar los sentimientos patrióticos con la conmemoración del 700 aniversario de la batalla de Bannockburn, una de las grandes derrotas inglesas en la primera guerra de independencia escocesa. Pero Carmichael, cuyo padre pertenece a la minoría que habla gaélico escocés, reitera que lo patriótico para un escocés será votar «no» en septiembre. «Tengo una identidad dentro de Escocia como habitante de las tierras altas (Highlands), tengo una identidad dentro de Gran Bretaña como escocés, y una identidad dentro de Europa como escocés británico y, como liberal, mi ideología se define por la creencia en la libertad», explica el ministro del ramo de un gobierno que ha asumido el riesgo —controlado, dicen— de presidir quizás la partición de una de las naciones más prósperas del planeta.

—Esta semana se conmemora el 700 aniversario de la batalla de Bannockburn. ¿Cuánto hay de mitos y cuánto de datos en la campaña independentista?

—Los independentistas han lanzado una campaña deliberada y bastante cínica en torno a lo que saben que es una propuesta arriesgada, la independencia, solo que es un riesgo que un nacionalista está desesperado por asumir. En el momento en que defines las decisiones políticas en función de tu nacionalidad, el resto ya no importa. Sabemos que una mayoría de los escoceses no se define políticamente en base a su identidad nacional, por eso es una campaña cínica: identifican aquello que implica un riesgo, o aquellos aspectos de la pertenencia al Reino Unido identificados como positivos por la mayoría, y aseguran que eso se mantendrá igual. Los escoceses valoran positivamente el tamaño de la economía británica y pertenecer a uno de los países más valorados y respetados del mundo, o el papel del Banco de Inglaterra como prestamista de última instancia. Y la campaña nacionalista les asegura que, por supuesto, todo eso se mantendría en un escenario de independencia. Ahí es donde el debate se vuelve frustrante, porque no hay ninguna prueba que apoye su afirmación. Están recurriendo al intento de creación de un mito.

—¿Hay una manipulación de los hechos y de los sentimientos de los escoceses?

—Lo intentan hacer algunos en la campaña del «sí», aquellos para quienes el argumento sentimental importa más, pero es una minoría. No afirmaría que la totalidad de la campaña por la independencia está manipulando los sentimientos y distorsionando los hechos.

—¿Tiene la campaña contra la independencia un problema de falta de discurso emocional, como critican algunos?

—Llevamos ya dos años de campaña en torno al referéndum, y es imposible mantener esos niveles de intensidad emocional en un debate político. Tampoco sería saludable. Nuestra apuesta estratégica es correcta: concentrarnos en proporcionar datos para apoyar nuestra postura de que estamos mejor juntos. Pero, en breve, iniciaremos la recta final de la campaña y pondremos toda la pasión en el esfuerzo porque este es mi país, y porque estoy convencido de que la independencia es un error y no estoy dispuesto a poner en peligro el futuro de mis hijos.

—Los tres partidos nacionales han ofrecido ampliar las competencias de Escocia si gana el «no». ¿Cuánta descentralización debe haber? ¿Tiene límite temporal esta vía descentralizadora o es un proceso abierto?

—Nuestra Constitución es una fuerza dinámica y está siempre en transformación, lleva haciéndolo varios siglos. Esa flexibilidad y adaptabilidad es una de las ventajas de tener una Constitución no escrita. Debemos entender que la independencia supondría el final del proceso de devolución [descentralización] porque sería el final del Reino Unido. El federalismo, tal y como defendemos los liberales, solo funciona en el contexto del Reino Unido. El debate sobre dónde deben residir las decisiones es un debate tan necesario en Escocia como en el resto del Reino Unido, porque lo que hemos visto en los últimos años en Escocia es la absorción por el parlamento escocés de competencias de los entes locales y las comunidades. El gobierno escocés en la actualidad es mucho más centralista que lo que ha sido nunca el gobierno de Londres.

—¿Era el momento, en plena salida de la crisis?

—Yo quiero ver un parlamento escocés con más competencias y más control sobre la recaudación fiscal, es importante terminar ese trabajo. No creo que hubiéramos podido hacerlo en 1999, cuando se establece el parlamento regional, ni en la segunda ola descentralizadora de 2012. Pero debemos completar este proceso ahora. Y lo importante es que eso solo ocurrirá con Escocia dentro del Reino Unido.

—¿Qué ha cambiado en estos años para estar a las puertas de un referéndum de independencia?

—Hay que ver la consulta como un paso en la construcción de un Reino Unido más federal, y requerirá un debate constitucional más amplio, no solo en Escocia sino en todo el Reino Unido. Cada región lo hará a su manera y a su ritmo, pero personalidades como [el ex primer ministro laborista] Gordon Brown o [el ex primer ministro conservador] John Mayor han defendido que ese debate más amplio es la consecuencia natural del proceso.

—Las implicaciones estratégicas de la posibilidad de la independencia son enormes, ¿cuál fue el cálculo del riesgo del gobierno?

—El debate constitucional ha estado siempre presente en la política escocesa, y supongo que tenía que llegar el momento de zanjar la discusión de forma decisiva y concluyente. Fuera cual fuera la tormenta perfecta de circunstancias políticas que nos han conducido hasta aquí, no había forma de sortear que había llegado el momento cuando el primer ministro, David Cameron, y el ministro principal, Alex Salmond, firmaron el acuerdo de Edimburgo en 2012. Denegar la celebración del referéndum habría hecho más probable la independencia porque en el parlamento escocés que resultó de las elecciones de 2011 había un mandato para su celebración, fueran las que fueran las finuras constitucionales. Y habríamos creado una enorme sensación de agravio entre los nacionalistas, y no solo entre nacionalistas. Había riesgos, pero no convocar la consulta, no abordar la cuestión, implicaba un mayor riesgo.

—Tras la brutal campaña en redes sociales contra la escritora JK Rowling por donar a la campaña «Mejor Juntos», ¿se ha ensuciado la campaña del «sí»?

—Hay ciertas personas que apoyan la campaña por el «sí» que han actuado de forma vergonzosa, son veneno y deberían pararles. Pero sería injusto acusar a todos los miembros del Partido Nacional Escocés (SNP). Lo que me preocupa más es que los simpatizantes de base lean ciertas señales desde el liderazgo de la campaña. La semana pasada, un asesor de Alex Salmond, Campbell Gunn, actuó de forma vergonzosa con Clare Lally, una activista escocesa de la campaña por el «no». Salmond ha decidido mantener a Gunn en su puesto, lo cual será entendido por las bases como una afirmación de lo que hizo: denigrar a Lally, una activista independiente en la campaña «Mejor Juntos» y madre de un niño con parálisis, afirmando falsamente que era familiar de un político laborista. Salmond es culpable de haber cometido un grave error de juicio al no despedir a Gunn.

El Mundo (España)

 



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