El aspecto más importante del plan de Obama es que representa, por fin, una respuesta concreta a un reto innegable. Hay que hacer algo ante las terribles consecuencias del cambio climático.

Era de esperar que la decisión del Presidente causara un alboroto. A juzgar por la respuesta negativa de la industria del carbón y de los opositores políticos del mandatario, uno pensaría que Obama presentó una propuesta radical con objetivos imposibles.

Nada de eso. Las regulaciones de la Agencia de Protección Ambiental son modestas. Y ofrecen la mayor deferencia a los estados.

Las regulaciones asignan a cada estado un objetivo de reducción de la polución y les permite buscar el objetivo a su manera. Y cada estado y empresa de servicio público tendría 15 años para crear sus soluciones de acuerdo con sus economías y sus fuentes energéticas.

Las metas de la EPA se pueden alcanzar. Las emisiones ya han bajado el 10 por ciento desde el 2005.

En la Florida, por ejemplo, FPL adoptó hace años un plan para reducir su dependencia del carbón. En mayo del 2013, el carbón solo representaba el 5.4 por ciento de su generación de electricidad. El índice de emisiones de carbono de FPL es 35 por ciento menos que el promedio nacional. Si FPL puede, otras empresas de energía también.

Hay otros detalles en la propuesta de Obama:

• Beneficios para la salud. “La polución de las plantas eléctricas enferma a la gente y reduce el tiempo de vida”, dijo la American Lung Association, que aplaudió la acción presidencial.

• Energía limpia. Ofrece incentivos al crecimiento de los negocios y a los innovadores en la generación de electricidad. Los trabajos que se perderían en la industria carbonera se compensarían con los creados al ampliar las fuentes de energía alternativa.

• Gas natural. Permite utilizar las grandes reservas de gas natural en Norteamérica.

• Liderazgo. Mejora las posibilidades de cumplir con los objetivos de un acuerdo de la ONU de 2009, cuando el presidente Obama prometió en Copenhague que Estados Unidos reduciría sus emisiones de gases de efecto invernadero en el 17 por ciento con respecto al nivel del 2005 para el 2020 y en 83 por ciento para el 2050. La acción por sí sola no detendrá el cambio climático, pero le da a Estados Unidos la autoridad moral para exhortar a otros países a actuar con responsabilidad.