Si ya es común referirse a Zuluaga como la reencarnación del uribismo y no tanto del partido que encabeza, Centro Democrático, es porque ha hecho campaña a la sombra del ex presidente Álvaro Uribe. Bastó con escuchar el discurso de Santos tras la jornada electoral para comprender que su mensaje estaba dirigido contra quien fue su mentor y hoy es su archienemigo. Y es que son muchos los que coinciden en que el voto a Zulauga expresa el deseo de revivir las políticas de Uribe, sobre todo en lo que concierne a la estrategia contra la guerrilla de las FARC.

Precisamente, en su intervención Santos resaltó que el 15 de junio los votantes elegirán entre "los que queremos el fin de la guerra o los que quieren una guerra sin fin". El presidente criticó a "quienes piensan que todo vale". Un dardo dirigido a Uribe, en todo momento omnipresente en una campaña electoral salpicada de escándalos en los dos bandos principales y acusaciones mutuas entre el actual mandatario y Zuluaga, en las que no han faltado vídeos supuestamente incriminatorios y sospechas de sobornos provenientes de narcos.

En medio del salpicadero político entre el Partido de la U y Centro Democrático, lo que esta primera vuelta ha demostrado es que, a pesar de la polémica que siempre lo acompaña, incluso desde un forzoso segundo plano, Uribe se proyecta como un candidato paralelo. Y su fuerza radica en la memoria colectiva de muchos colombianos, que aún no pueden pasar página y olvidar las décadas de violencia y muerte que se cobró la guerra del Estado contra las FARC.

En los años en los que gobernó Uribe (con la ayuda de su entonces discípulo Santos) la cruzada contra el avance terrorista logró lo que parecía impensable: el virtual acorralamiento de la guerrilla y el descabezamiento de sus dirigentes. Cuando Santos llegó al poder en 2010 como heredero de esa estrategia, la guerrilla ya boqueaba y los posteriores ataques del ejército han sido banderillas sobre la maltrecha cúpula de las FARC.

Ante la certeza de la mayoría de los colombianos de que el terrorismo se encuentra en un callejón sin salida, hay quienes se preguntan porqué Santos sintió la necesidad de sentarse a negociar la paz y otros asuntos de estado con las FARC. Durante las conversaciones en la Habana los ataques de la guerrilla no cesaron, y para muchos damnificados lo que está por definir no es una puerta a la viabilidad política de la guerrilla, sino la reparación por su crímenes.

Más que las tramas de grabaciones con 'hackers' informáticos y supuestas maletas de dinero entregadas por los narcotraficantes, quienes votaron se movilizaron por dos percepciones opuestas: la negociación hacia una paz duradera o la paz a cambio de la impunidad. Por los resultados de este domingo, podría imponerse el temor, como ha ocurrido en el pasado, de despertar el monstruo adormecido de las FARC, proporcionándoles el balón de oxígeno de la legitimidad cuando todo parece indicar que están casi aniquiladas.

Lo que está claro es que en las próximas tres semanas la contienda entre el santismo y el uribismo promete ser una guerra sin fin.