Como cabía esperar de un régimen que no respeta los tiempos (una mala costumbre que impuso el desaparecido Hugo Chávez), el diálogo comenzó con retraso y se prolongó durante casi seis horas con un aburrido monólogo del presidente Nicolás Maduro a modo de homenaje a su predecesor.

Antes del espectáculo, porque sin duda fue un curioso espectáculo que toda la nación pudo ver en directo, el enviado del Vaticano leyó un mensaje conciliatorio del Papa. Así se aseguraba que la paloma del Espíritu Santo revoloteara en el tenso ambiente bajo la mirada atenta, y por momentos embargada por el sopor, de tres cancilleres de Unasur.

Aunque en la mesa ovalada se sentaron con el Gobierno un sector de la oposición y tres gobernadores antichavistas, sólo faltó la campanada que anunciaba la salida de los contrincantes al cuadrilátero. Pero esta vez no hubo los puñetazos que los chavistas han propinado en la Asamblea Nacional; ni disparos a la cabeza de las fuerzas bolivarianas; incluso escasearon las descalificaciones contra los opositores. Por eso, insisto, el intercambio televisado fue un experimento por el que ha apostado una parte de la Mesa de Unidad Democrática, y cuyo valor radica en la posibilidad de decir verdades irrefutables mientras Maduro y su gente recurren una vez más a la artillería de la retórica demagógica.

En las redes sociales los universitarios que a diario se manifiestan y todo el abanico de la oposición, opinaron sobre un encuentro en el que los opositores reivindicaron a los presos políticos; aseguraron que las protestas continuarían si no hay cambios; denunciaron la grave situación económica, la inseguridad y los atropellos; se presentó un proyecto de ley de amnistía; se le recordó a Maduro que la nación está dividida y es su deber buscar la concordia nacional. El propio Henrique Capriles advirtió que, sin cambios, el país reventaría y Henri Falcón, ex chavista y hoy gobernador de Lara, fue aún más contundente: "O dialogamos o nos matamos".

Para unos el Gobierno salió debilitado en un marco en el que tuvieron que escuchar los datos que demuestran el fracaso de sus políticas. Otros lo percibieron como un triunfo de Maduro, al erigirse como el artífice de un diálogo que no llegará a ninguna parte pero que lava la imagen al sistema. En Twitter son muchos los que creen que el único camino posible es el de las protestas en las calles, posición más enérgica que defienden María Corina Machado, Antonio Ledezma y Leopoldo López desde su encierro en prisión.

Después de seguir una sesión maratoniana que podría tener segunda parte, me inclino a pensar que la oposición ha de aprovechar este momento para embestir desde todos los frentes: el uso de la palabra en una televisión secuestrada hasta ahora por el oficialismo; las manifestaciones para exigir un futuro mejor para la juventud y la liberación de los presos políticos, y la presión continuada en el extranjero para que cese la violación a los derechos humanos.

Precisamente, la fuerza de la oposición es su pluralidad y la debilidad del Gobierno es su incapacidad para salirse del nefasto guión que dejó escrito Chávez. Un callejón sin salida. Ésa es la triste verdad que ningún debate puede ocultar.