"Hoy me presento ante una justicia injusta, ante una justicia corrupta. En Venezuela no hay justicia". Leopoldo López buscó ayer su lugar en la historia de la Venezuela moderna y lo encontró, paradójicamente, a pies de la estatua de José Martí, el libertador cubano.

Arropado por una marea blanca que eludió el gigantesco cerco policial, el líder radical opositor reapareció a las 12,02 horas de ayer, tras cinco días en la clandestinidad. Se subió como pudo al pedestal y emuló al propio Hugo Chávez, antes de entregarse tras el golpe de Estado de 1992, con su propio 'por ahora': "No me voy a ir nunca de Venezuela... Esta lucha si es por nuestros jóvenes, por los estudiantes, por los reprimidos, por los encarcelados, por todo el pueblo que hoy está sufriendo colas y escasez. ¡Despierta Venezuela! Si mi encarcelamiento despertara al pueblo, valdrá la pena".

Sin soltar la bandera tricolor venezolana de la mano, con una camiseta blanca con la leyenda 'El que se cansa, pierde' y un gran crucifijo sobre su pecho, López aupó a su mujer al estrecho pedestal. Se besaron y se despidieron, como si lo estuviera haciendo de todo un país. Nada más bajar, aclamado por la multitud que gritaba "¡No estás solo!", López se entregó a la Guardia Nacional. Según pudo saber EL MUNDO, la entrega se había pactado previamente para evitar que la tensión pasara a mayores.

Clase media venezolana y aguerridos estudiantes se hicieron presentes en la ya histórica entrega del dirigente opositor. Tantos eran que la tanqueta militar a la que fue subido el opositor ni siquiera podía avanzar. Tuvo que ser el coordinador de Voluntad Popular quien se asomara para pedir paso, ayudado de un megáfono. Minutos antes escribió su último tuit: "Me desconecto. Gracias, Venezuela. El cambio está en cada uno de nosotros. No nos rindamos. ¡Yo no lo haré!".

Rumbo a Fuerte Tiuna

Así se inició la marcha hacia su lugar de detención, en un capítulo más de la tragicomedia venezolana. López tuvo que bajar del vehículo militar para subirse en un vehículo de su partido, que seguía su camino. Con la autopista congestionada y en medio de la ceremonia de la confusión que vive la Venezuela revolucionaria, los militares incluso lanzaron gases lacrimógenos para abrirse paso. Luego, el propio Diosdado Cabello llevó al opositor en su vehículo.

El lugar elegido por el Gobierno sería Fuerte Tiuna, el mayor cuartel militar de la capital, según adelantó el Foro Penal Venezolano. La primera parada, en la base aérea de La Carlota.

El Gobierno acusa a Leopoldo López de terrorismo, homicidios culposos e instigación para delinquir por los sucesos violentos del 12-F. Una acusación que los documentos audiovisuales recabados echan por tierra. Aquel día, el dirigente opositor pidió a los jóvenes que abandonaran el lugar tras acabar la marcha pacífica.

Poco después comenzó un tiroteo, protagonizado por agentes del Servicio de Inteligencia Militar (Sebin) y paramilitares chavistas. Dos personas murieron en ese momento. Horas más tarde otro joven, Robert Redman, fallecía de un balazo disparado por otro paramilitar en Chacao.

Las pruebas son tan contundentes que el Gobierno ha destituido al director del Sebin, hombre de confianza del ministro de Interior, Miguel Rodríguez-Torres, quien también fuera el hombre fuerte de la Inteligencia militar. "Este jefe político fascista ya está en manos de la justicia", clamó Nicolás Maduro tres horas después. El presidente siguió los acontecimientos desde Miraflores, rodeado por varios de sus ministros y salió fuera de su palacio para arengar a sus seguidores.

El 'hijo de Chávez' insistió en la retórica revolucionaria del golpe de Estado, aunque ayer aseguró "que hemos contenido el ataque por ahora, [pese] a los intentos de sedición [protagonizados por López] y a las bandas fascistas que atacan al pueblo".

Siguiendo el guión de todas las crisis contemporáneas, Maduro lanzó nuevas andanadas a los enemigos externos, incluyendo esta vez a Colombia y Chile. "Problemas de venezolanos los resolvemos los venezolanos", clamó el primer mandatario, quien interpeló directamente a Juan Manuel Santos, presidente colombiano: "No nos dé lecciones de democracia".

Atentamente, y bajo una tromba de agua, le escuchaba la contramarcha chavista, convocada de urgencia por Rafael Ramírez, presidente de PDVSA. El también vicepresidente económico conminó a sus trabajadores para que se desplegaran en una gran marea roja, parecida a 'Novecento'. Y con tantos extras como la película: medios locales confirmaron que una vez más el Gobierno trajo autobuses de todo el país cargados de obreros. La presencia era obligatoria para los más de 100.000 trabajadores del ente petrolero.