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18/06/2006 | Sobre las recientes relaciones España- Estados Unidos (2001-2005)

Gabriel Alonso

La cuestión es que mientras no se vuelva a una línea de actuación compartida y consolidada entre los EEUU y la UE, el dilema de la posición española tendrá difícil solución.

 

 Actualmente, no cabe extraer a España de su contexto geopolítico y las relaciones europeas con el aliado norteamericano condicionan sobre manera las relaciones bilaterales entre España y los Estados Unidos.

En la segunda legislatura del Partido Popular, en un primer momento, se intensifica la relación bilateral con EEUU aún en el marco multilateral, aunque con un ya matizado distanciamiento parcial de las posturas de algunos aliados. Así, España apoya decididamente a los norteamericanos en la derogación unilateral del Tratado ABM (antibalístico) lo que, según algunos analistas, mereció que el primer país en ser visitado por el presidente Bush en su primera gira presidencial por Europa fuera el nuestro (2001). EEUU encontraba un aliado cercano en España en su estrategia global de gestión de la hegemonía mundial post-guerra fría, reorientada con los atentados de l1 de Septiembre, que al mismo tiempo proyectaba la presencia española en el ámbito internacional a niveles anteriormente desconocidos.

Para E. Lamo de Espinosa, el alineamiento español con la política exterior norteamericana tras el 11 de Septiembre obedecía a cinco razones fundamentales: la lucha contraterrorista, la seguridad en el Mediterráneo, la configuración de la nueva Europa, la defensa de las inversiones españolas en Iberoamérica y la potenciación de las posibilidades para nuestro país de la comunidad hispana en EEUU -actualmente, la primera minoría del país- ("De la vocación atlantista de España", Informe del Real Instituto Elcano, 2003.) Este nuevo vínculo intensificado no estaba exento de costes y riesgos, pero -en principio- no tenía porqué modificar las prioridades clásicas de la política exterior nacional sino reforzarlas a través de esta alianza.

Ante la nueva situación internacional creada por los atentados del 11-S, el Gobierno impulsó de manera decidida el refuerzo de la relación bilateral de defensa con EEUU. Muestra de ello es la revisión del Convenio de Defensa y el Protocolo de Enmienda a dicho Convenio firmado por J. Piqué y C. Powell en abril del 2002. El contenido suponía la desmilitarización de las relaciones bilaterales transfiriéndose el núcleo del compromiso mutuo a la cooperación política frente al terrorismo. El nuevo acuerdo quería dotar de estabilidad y solidez a la alianza bilateral.

Mientras que la intervención en Afganistán, en Octubre del 2001, había suscitado la unanimidad y la solidaridad de los aliados, la discrepancia respecto a la intervención en Irak desgarró dramáticamente la unidad con EEUU. España, por diversas razones, en las cuales jugaba un peso determinante el involucrarse en la lucha internacional contra el terrorismo (asunto que llevaba reivindicando mucho tiempo en la agenda internacional) y el afán de situarse en la primera línea del liderazgo mundial, junto a EEUU, apostó por adherirse plenamente a la coalición internacional liderada por los angloamericanos.

El apoyo de Aznar en la situación creada facilitaba a EE. UU. contar en Europa con aliados significativos a parte del Reino Unido, lo que constituía un dato importante a la hora de convencer a París y Berlín sobre la necesidad de intervenir y derrocar a Saddam Husssein. Además, el apoyo español proyectaba la postura norteamericana en Latinoamérica.

Las discrepancias en la crisis de Irak no fueron, inicialmente, tanto de fondo como en los métodos y en los tiempos. La resolución del Consejo de Seguridad de la ONU nº 1441, para algunos países, ofrecía suficiente base legal para la intervención. Aquí es donde se produjo la polémica más agria.

La Declaración de la Cumbre del Atlántico decía así: "durante doce años la comunidad internacional ha tratado de persuadir (a Hussein) a desarmarse y, en consecuencia, evitar un conflicto militar; más recientemente, mediante la aprobación de la resolución 1441. La responsabilidad es suya. Si S. Hussein rehúsa cooperar con las NU provocará las graves consecuencias previstas en la resolución 1441 y en las resoluciones anteriores." Aznar escribe, en su último libro Retratos y Perfiles, las siguientes palabras: "la decisión que entonces se adoptó representó una oportunidad para la pacificación y la democratización -palabras en buena medida sinónimas- de Oriente Medio. Asumimos la necesidad de hacer respetar la legalidad internacional y, también, la de eliminar riesgos. Esas eran las grandes líneas de la política exterior española en aquellos momentos." Esta decisión era el fruto de una de las perspectivas en liza.

De nuevo se planteaba la eterna disyuntiva de la política exterior española de cómo mantener un vínculo transatlántico intenso y sólido sin menoscabar la tradicional y estrecha relación con el eje principal de la UE, París y Berlín. Entre los dos grandes partidos se da, todavía hoy, una discrepancia fundamental respecto a la relación transatlántica. Para unos, España no debería hacer "seguidismo" de los EEUU, mientras que para los otros Europa no debería erigirse como un contrapeso, si no quiere verse relegada al papel de un actor secundario, frente al eje Asia-Pacífico o las nuevas potencias emergentes.

Tres días después de los terribles atentados del 11 de Marzo, se celebraron las elecciones generales en España y se produjo un vuelco electoral con la victoria del PSOE. Desde la perspectiva de la estrategia estadounidense se perdía un aliado de indudable valor y peso en el escenario internacional, al comprometerse el nuevo gobierno a rectificar y dar un giro de ciento ochenta grados a la política exterior llevada a cabo por el Partido Popular.

En la Comisión de Exteriores del Congreso de los Diputados, el ministro Moratinos, a los diez meses de gobierno socialista, declaraba que la intención del nuevo gobierno era el restablecimiento de la alianza transatlántica como una comunidad de intereses, pero también la insistencia en el multilateralismo sería la seña de identidad del nuevo programa exterior. A parte de la solución multilateral en el asunto iraquí, otro de los problemas a resolver por este cauce era la respuesta a los problemas de seguridad. Para el ministro era necesario recuperar la sintonía transatlántica, pero con una relación equilibrada entre EEUU y sus socios basada en la lealtad. Desde España, estos puentes se tenderían desde la relación bilateral y en el marco de la relación de la UE y EEUU. El deseo expresado por el ministro era que esta relación se articulara como una relación intensa y de respeto mutuo.

En España, el problema de fondo parece ser decantarse por el eje París-Berlín, o por los EEUU. El gobierno popular, en su momento, apostó fuerte por los norteamericanos -aún con la opinión pública en contra-. Esto nos situaba ante el debate clave, como advierte C. Alonso Zaldívar: "por bueno que sea el entendimiento con el gobierno estadounidense, mientras la actitud del gobierno sea rechazada por la mayoría de los españoles, España se encontrará en una posición de debilidad ante EE.UU. y el gobierno de Washington, en el fondo, no podrá confiar en el de Madrid" ("Miradas torcidas. Percepciones mutuas entre España y EEUU", Documento del Real Instituto Elcano, 2003). En definitiva, ¿es posible superar la pretendida imposibilidad de combinar europeísmo y atlantismo?

La cuestión es que mientras no se vuelva a una línea de actuación compartida y consolidada entre los EEUU y la UE, el dilema de la posición española tendrá difícil solución. Actualmente, no cabe extraer a España de su contexto geopolítico y las relaciones europeas con el aliado norteamericano condicionan sobre manera las relaciones bilaterales entre España y los EEUU.

Si Europa quiere influir en Norteamérica, limando sus tendencias unilateralistas sólo lo conseguirá desde la solidaridad atlántica. La lucha antiterrorista abre un nuevo periodo de la historia de la humanidad y Europa debe saber jugar su papel. Dado que ya no se pueden concebir las relaciones bilaterales entre España y EEUU haciendo abstracción del contexto de la OTAN y de la UE, es urgente que haya un Pacto de Política Exterior entre las grandes fuerzas políticas que evite la falsa disyuntiva europeísmo versus atlantismo. Éste podría pasar, dado el consenso que recabó, por la recuperación de la anterior visión transatlántica impulsada por el último gobierno de F. González y asumida y desarrollada por los posteriores gobiernos de Aznar. La aplicación de la Agenda Transatlántica de 1995, aún con sus carencias y limitaciones, podría ser un excelente punto de encuentro. Sus cuatro objetivos principales: promover la paz y la estabilidad, la democracia y el desarrollo en el mundo; responder a los retos globales; contribuir a la expansión del comercio mundial y a unas relaciones económicas más estrechas y, finalmente, construir puentes a través del Atlántico, no pueden sino unir a los dos grandes partidos políticos españoles en una acción exterior conjunta de nuestro país de cara a un aliado con el cual no podemos permitirnos estar distanciados.

Gabriel Alonso Profesor Doctor.

Instituto de la Democracia USP-CEU

Diario Exterior (España)

 


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