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16/11/2013 | China - El sueño de la clase media

Manel Olle

Las reformas del Tercer Pleno del Partido Comunista chino están dirigidas a la emergente clase media con el fin de que la mayor protección social genere más bienestar y un aumento del consumo interno.

 

Se escenifica estos días en China el inicio de una tercera oleada reformista, tras los impulsos previos, emprendidos en 1978 y en 1992, bajo el liderazgo de Deng Xiaoping. Con la apuesta por los principios aún hoy vigentes de la reforma (gaige) y la apertura (kaifang), y con la posterior consolidación del socialismo de mercado, China emprendía una senda inédita.

El Partido Comunista Chino relajaba la presión sobre la sociedad, descentralizaba la propiedad estatal, desmantelaba las comunas, introducía el mercado, la inversión extranjera y determinadas cuotas de iniciativa privada en un proceso económico que, en buena medida, sigue aún hoy en manos de distintas instancias públicas y fuertemente regulado por el Estado (o para ser más exactos) por el Partido. Por el camino quedaban tiradas en la cuneta buena parte de las coberturas sociales que se dan por sentadas en un régimen comunista.

La fortaleza blindada de los poderes locales y las grandes empresas, industrias y entidades financieras estatales ha acabado transformando el "socialismo de mercado" que se dibujaba a principios de los 90 en una "capitalismo de Estado".

China ha crecido en estas tres últimas décadas a un ritmo vertiginoso, pero la renta per cápita es apenas similar a la que tenía el ciudadano de la URSS el año 1989: un ingreso medio anual de 9.300 dolares muy mal repartidos, en una sociedad extremamente polarizada, que cuenta con una elite político-económica extremamente enriquecida, formada por unos pocos millones a afortunados integrantes, y unas clases medias urbanas, crecientes pero aún de perfil bajo y de volumen incierto.

Distintos análisis hacen oscilar el porcentaje de las clases medias chinas entre el 10% y el 20% del conjunto de la población china. Al margen del festín del consumo más o menos intenso y lujoso, queda más de la mitad de la población china, que se mueve entre la precariedad y la subsistencia. Ciertamente todos han mejorado de forma sensible, pero algunos mucho más que el resto.

Los inmensos beneficios de tres décadas de crecimiento económico han quedado en las arcas del Estado, sin proyectarse de forma significativa hacia su población. Algunas de las dinámicas reformistas que hoy impulsa el liderazgo de Xi Jinping, con un horizonte final en el año 2020, buscan corregir esta tendencia.

Así por ejemplo se exige que las empresas estatales aporten como mínimo un 30% de sus beneficios al Estado. O se introducen nuevas tasas medioambientales. Sin estos nuevos recursos difícilmente podrán reintroducirse algunas cuotas de cobertura social y sanitaria, de las que el Estado se desentendió en décadas anteriores.

Y sin algún nivel de cobertura social, las inicipientes pero expansivas clases medias chinas urbanas no acaban de lanzarse al consumo, imprescindible en el cambio de modelo que se persigue, en una necesaria transición desde de una economía orientada a la exportación (que se ha revelado vulnerable con la crisis financiera global) a una producción de objetivos más repartidos, en las que el consumo interno juegue un papel importante.

Cada nueva generación de dirigentes chinos aporta un principio doctrinal que marca la impronta de su mandato. El liderazgo de la quinta generación china que emprende su década bajo el mando fortalecido de Xi Jinping y Li Keqiang ha puesto en circulación la idea del "sueño chino" (Zhongguo meng). Se trata de un sueño que se orienta principalmente a las clases medias. En ellas se fundamenta la estabilidad y la viabilidad del sistema chino.

Las clases medias chinas constituyen hoy la principal base de estabilidad del sistema, pero al mismo tiempo constituyen la principal preocupación por su potencial desestabilizador. China no ha entrado en un sistema de gobernación demoscópica pero no deja de auscultar las tendencias sociales para adaptarse y para canalizar tensiones y descontentos.

Sin entusiasmo, ni tan siquiera afección por el régimen, las clases medias valoran la estabilidad y difícilmente emprenderán aventura alguna que no venga precedida por un colapso económico. Sin embargo en estos últimos años no han dejado de mostrar en las redes sociales y en la calle sus inquietudes, defendiendo su aspiración a informarse y expresarse sin cortapisas excesivas, su aspiración a un liderazgo más transparente y justo, su hartazgo ante la corrupción y la acumulación de riqueza en las élites, o su negativa a convivir con la polución y la industria contaminante...

Buena parte de la agenda social y judicial que se emprende en esta tercera oleada reformista china se orienta a dar salida a algunas de las inquietudes y aspiraciones de estas clases medias.

Manel Ollé, es coordinador del Máster en Estudios Chinos de la Universitat Pompeu Fabra (UPF).

El Mundo (España)

 


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