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02/02/2005 | Lo que ofrece la Constitución Europea

Pedro Schwartz

Los españoles hemos de votar pronto en el referéndum sobre la Constitución europea. El debate ha sido mínimo a pesar de que el nuevo Tratado influirá profundamente en nuestras vidas. Ello es preocupante porque indica indiferencia de los ciudadanos y frivolidad en nuestros dirigentes.

 

Dice el Gobierno del señor Zapatero que todo eso no importa, que es posible votar sí aunque no se haya leído texto ni siquiera un resumen de sus cientos de páginas. Nos dicen que la aprobación de este nuevo Tratado es trascendental para que Europa progrese. Nos dicen que construir Europa es como pedalear una bicicleta, si paramos, se cae. Empecemos por declarar que, en conjunto, la creación de la Unión Europea ha tenido efectos muy positivos para los pueblos que la componen, especialmente para los salidos de situaciones de dictadura u opresión. Prueba de ello es que acaban de ingresar en el club diez nuevos miembros y que otros más están llamando a la puerta con impaciencia. Ese deseo de formar parte de Europa no se debe todo a las ayudas y subsidios que reciben los nuevos entrantes. Más importante es la confianza en el progreso que traen consigo la competencia y el libre comercio. También importa sentirse anclados en una comunidad de naciones democráticas. Por fin, en un Continente arrasado por las guerras durante todo el siglo XX atrae la esperanza de paz y seguridad.

Pese a todo, cabe preguntar si era necesario poner a prueba la solidez de nuestros lazos con este oceánico texto y si vale la pena correr el riesgo de que algunos países miembro lo rechacen. Los partidarios de esta “Constitución” dan dos respuestas contradictorias para animarnos al sí: a quienes tememos la concentración de nuevos poderes en Bruselas, nos dicen que contiene pocas novedades, que no es sino una recopilación y puesta en orden de lo existente; a quienes aspiran a crear una federación de los pueblos y regiones de Europa, se les dice que la Carta es otro paso hacia una unión cada vez más profunda de los europeos. El impulso inicial para redactar este texto era doble: uno, mejorar la gobernabilidad de la Unión, ahora que cuenta con veinticinco miembros; otro, reunir en un solo instrumento más claro las normas y Tratados fundamentales de la UE. De la reunión de Versalles, por impulso sobre todo de ese impenitente centralizador político y planificador económico que es Giscard d’Estaign, salió otra cosa bien distinta.

No es mala idea que el Consejo Europeo elija su presidente por dos años y medio por mayoría cualificada y con posibilidad de reelección por otro mandato. Ello permitirá concentrar la atención de la ciudadanía en una persona y un programa y mejorará la representación de la UE en el mundo. Otro acierto es la proclamación del derecho a abandonar la Unión, lo que sin duda dulcificará cualquier incidente de secesión que pueda presentarse y facilitará llegar a acuerdos comerciales, económicos y militares con el miembro que quiera marcharse.

No me parece tan bien la reducción del quórum necesario para que el Consejo apruebe propuestas de la Comisión. Es vieja experiencia de muchas federaciones y confederaciones que las decisiones mayoritarias son utilizadas por las regiones o estados más regulados para imponer la misma regulación sobre los más competitivos. Esta mayor facilidad para alcanzar acuerdos hace temer abusos de la mayor regulación del mercado de trabajo implícita en la Carta de Derechos fundamentales y de la menor independencia del Banco Central Europeo. El texto además no pone límites a las materias sobre las que puede legislar el Parlamento, a sabiendas de su parcialidad federalista. Así también, el Tribunal de Justicia, siempre dispuesto a ampliar los poderes de la Unión, podrá seguir creando Derecho ( al contrario del Tribunal Constitucional español) y tendrá la última palabra sobre si la Unión ha pasado por alto el principio de subsidiariedad.

Es natural que la UE en su conjunto goce de competencia exclusiva en materias concernientes a la moneda común, la unión aduanera y la política comercial común. Más inquietantes son las llamadas “competencias compartidas” con los Estados miembros sobre una amplia gama de materias: el mercado interior; el espacio de libertad, seguridad y justicia; agricultura y pesca; transporte y redes transeuropeas; energía; política social; cohesión económica, social y territorial; medio ambiente; protección de los consumidores; aspectos comunes de salud pública, política exterior y seguridad común; e incluso la exploración espacial. También apoyará y coordinará las políticas de industria, protección y mejora de la salud humana, educación, formación profesional, juventud y deporte, la cultura y protección civil. Cuando se descubre que, en estas materias compartidas, “los Estados miembros ejercerán su competencia en la medida en que la Unión no hubiere ejercido la suya o hubiere decidido dejar de ejercerla”, empezamos a temer lo peor.

Si la Constitución no se aprueba no creo que ocurra nada catastrófico en la UE. Un pequeño descanso en la carrera no vendría mal, aunque fuera para preguntarse a dónde se dirige la bicicleta europea. Por eso creo que no me uniré a quienes voten sí en el referéndum del 18 de febrero.

Pedro Schwartz es Presidente del MTS Spain, profesor de la Universidad San Pablo CEU de Madrid y Académico Asociado del Cato Institute.

El Cato (Estados Unidos)

 



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