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28/10/2013 | De marginados a patriotas: Los Estados Unidos y sus inmigrantes

Guillermo D. Olmo

La reclusión de los asiáticos o la lucha de los negros por sus derechos civiles son algunos hitos del largo camino de las minorías a la ciudadanía. Norteamérica no se concibe sin ellas.

 

«No importa quién eres ni de dónde vienes. Sea lo que sea lo que estás buscando, América es el lugar». En esta afirmación del presidente Barack Obama, que vuelve a la carga estos días para que el Congreso apruebe una nueva reforma migratoria, se condensa la realidad histórica de los Estados Unidos respecto a su población inmigrante. Efectivamente, la identidad nacional de la primera potencia no se concibe sin sus minorías y, aunque el de su integración no ha sido un camino de rosas y todavía plantea problemas, uno de los principales activos del país es el acendrado patriotismo de muchos de los que hunden sus raíces fuera de él.

En un momento en el que en gran parte de Europa se abre paso un discurso xenófobo, la experiencia americana puede resultar un ejemplo aleccionador. Resulta muy difícil ver a los jóvenes norteafricanos de los suburbios de París enarbolar con pasión la bandera tricolor o a los ecuatorianos del extrarradio madrileño la rojigualda. La historia de los Estados Unidos contiene la respuesta a por qué esa diferencia en la identificación con el país de acogida.

La llegada del negro Obama a la Casa Blanca, el peso del lobby cubano en Miami o la emergencia de figuras políticas hispanas como el republicano Ted Cruz son solo algunos ejemplos de que la diversidad racial y cultural se ha convertido en una de las claves sociopolíticas en Norteamérica. Lejos quedan los tiempos en los que el presidente Theodore Roosevelt despreciaba a los «americanos con guión». Hoy su peso electoral y social condena al fracaso a cualquier político que los desconsidere. Hispanos, asiáticos, afroamericanos y otras identidades son ya parte sustancial del país, hasta el punto de que el prestigioso sociólogo Nathan Glazer no dudó en calificarlo de «nación de naciones».

Esta realidad es consecuencia de la heterogeneidad de los mimbres humanos con los que se construyó el gran coloso de la época contemporánea. Inmersa en una ingente industrialización, la economía estadounidense demanda mano de obra de manera insaciable durante todo el siglo XIX. No es hasta 1882 cuando se introducen las primeras limitaciones a la entrada de extranjeros. Con ellas aparecen los primeros brotes de aversión a los asiáticos, que se convertirá en una constante, y se prohíbe explícitamente a chinos y japoneses asentarse en el país. A partir de 1923 Europa dejará de ser el principal punto de origen y Asia e Iberoamérica toman el relevo. El rechazo a estos nuevos inmigrantes fue una de las razones de la «Inmigration Act» de 1924, que se inspiraba en unas tesis racistas cada vez más en boga y que partía de la premisa de la «anglo-conformity», la idea de que solo los inmigrantes angloparlantes podían ser asimilados.

Persecución a los japoneses

Pero la Segunda Guerra Mundial y la batalla de las democracias contra los nazis y su delirante racismo pr0vocó en los Estados Unidos la reacción contraria, la de enorgullecerse de su diversidad étnica y cultural. Son los años en los que Hollywood muestra a polacos, irlandeses, etc. combatiendo en el Ejército estadounidense en la «lucha por la libertad». Los que quedaron excluidos fueron, otra vez, los japoneses. El historiador Willi Paul Adams estimó que más de cien mil, muchos de ellos nacidos en los Estados Unidos, fueron recluidos en centros «que recordaban a campos de concentración», una medida claramente racista que no se aplicó a alemanes o italianos, pese a que también eran enemigos en la guerra.

En la segunda mitad del siglo XX la lucha de los negros por conquistar la igualdad en materia de derechos civiles se adueñó de la escena pública, una lucha que llega hasta la actualidad, ya que, según el sociólogo de la Universidad de Princeton Alejandro Portés, en muchos lugares del sur «ser negro significa continuar siendo parte involuntaria del estrato más bajo y discriminado de la sociedad» todavía hoy. El último colectivo en demandar su cuota del pastel en el sueño americano han sido los hispanos, reconocidos oficialmente desde el año 2000 como la minoría más numerosa. Estos inmigrantes dan crecientes muestras de prosperidad y Magalí Muría, de la Universidad de California, calculó en 2005 en un 80% la proporción de ellos que pueden ser considerados como miembros de la clase media.

ABC (España)

 



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