Contrariamente a lo que muchas veces se piensa, no son la justicia ni los derechos humanos los que mueven a un gobernante a intervenir en otro país, entre otras cosas porque no tienen traducción estratégica.
Más bien al contrario, todo gobernante posee como objetivo fundamental la
salvaguarda de los intereses y la seguridad de su país, al menos si presuponemos
un comportamiento racional. En el caso de Siria, que el uso de armas químicas
por parte de Assad (dando como buena la hipótesis de que efectivamente haya sido
su bando y no el rebelde el responsable, lo que por otra parte no está claro del
todo-) quede impune aumenta la posibilidad de que otros puedan hacer lo mismo en
el futuro, no sólo con armas químicas, sino bacteriológicas o nucleares. Un tipo
de proliferación de difícil freno que en sí mismo sí constituye un problema de
seguridad, no sólo para los Estados Unidos, sino para cualquier otra nación
mínimamente estable, incluso de signo despótico.
El uso de armas químicas debía y debe pararse
pues en Siria, y Estados Unidos fue el único país que atesoraba legitimidad y
capacidad de hacerlo. Con su inicial advertencia sobre las "líneas rojas" en
marzo, Obama puso sobre la mesa, no ya su credibilidad, sino la de los Estados
Unidos. Pocas veces en los últimos años la superpotencia ha marcado tan nítida y
explícitamente sus exigencias. ¿Creyó que Assad nunca la traspasaría?¿que la
sóla amenaza bastaría para disuadirle de utilizar estas armas?¿que Putin jamás
llegaría a amparar a Siria en tan horribles circunstancias? No tenemos esa
información. Pero sí sabemos que tan pronto como Estados Unidos marcó las líneas
rojas, Obama se obligaba a hacerla cumplir, so pena de perder credibilidad
internacional. Lo cual, por otra parte, parecía muy improbable en aquel
momento.
Pero al mismo tiempo, marcando lo prohibido,
Obama señalaba también lo no prohibido. Desde este punto de vista tienen
razón quienes aducen el número de muertos en horribles circunstancias ocurrido
durante toda la guerra, aunque pasen por alto el carácter cualitativamente
diferente de las armas químicas. A Obama, marcar las líneas rojas de la
intervención le excusaba de hacerlo a la luz de las atrocidades que ya se
conocían cuando lanzó aquel aviso. Le permitía hacer borrón y cuenta nueva
respecto al uso que según muchas fuentes se estaba haciendo ya en ese país.
Dicho en otros términos, al marcar explícitamente
lo no-prohibido, y al fiar el cumplimiento de las líneas rojas a un futuro
improbable, Obama parecía alejar el fantasma de la intervención en Siria, por
crueles que fuesen los contendientes en sus usos y tácticas. Es ya lugar común
-en honor a la verdad fue en el GEES donde primero se advirtió de eso en España-
afirmar el desinterés de Obama por el mundo, y el ciclo de aislacionismo de la
política exterior norteamericana. Las "líneas rojas" parecían garantizar esta
tendencia respecto a Siria. ¿cómo en su sano juicio podría Assad atraerse la
furia norteamericana?
Esta aparente falta de previsión de la
Administración Obama sobre el devenir sirio dió paso así la improvisación cuando
la pasada semana las noticias sobre el ataque se extendieron y aquella logica
saltó por los aires. En medio del habitual torrente de pasiones y exigencias
morales, Estados Unidos se vió arrastrado y se puso en marcha hacia la
intervención militar, en cuya posibilidad hasta ahora nadie parecía creer en la
Casa Blanca. En cuestión de horas, Estados Unidos cogió velocidad dispuesto a
lanzar sus ataques aéreos contra Siria.Más allá de esta precipitación hacia una
intervención justificada y justa, la falta de pruebas concluyentes, la división
doméstica y las implicaciones internacionales obligaron a Obama a dar un brusco
frenazo.
Descontada la agilidad militar, fallaron otros
dos aspectos: el político interno en el Congreso; y el internacional en el
Consejo de Seguridad de la ONU y sobre todo en la incapacidad de los inspectores
de proporcionar una información certera, veraz y en tiempo. Si en horas Estados
Unidos se embaló hacia los bombardeos, en horas también su Administración cambió
respecto a lo que llevaba transmitiendo en los últimos días: que Assad sería
castigado y que se haría al margen del Consejo de Seguridad. Las declaraciones
del miercoles 28 -las del "no he tomado una decisión"- efectuadas sin
justificación ni nuevas circunstancias diferentes a las que debían ser ya
conocidas, suponían un frenazo injustificado.
A diferencia de hace 24 horas, ahora Estados
Unidos parece dispuesto a perdonar el pecado a Assad, bien limitando aún más los
ataques, o bien simplemente dilatándolos. En pocos días, Estados Unidos ha
pasado de preparar misiles y aviones a retrasar la línea roja un poco más allá,
con la esperanza de que nadie vuelva a cruzarla en el futuro.
¿Qué concluir de esta sucesión de líneas rojas,
amenazas, frenazos y dilaciones? La falta de una política clara y definida hacia
el conflicto sirio, la ausencia de una posición firme hacia el uso de armas de
destrucción masiva, la tendencia a evitar los problemas de fondo y solucionar a
corto plazo los presentes, implican una pérdida de credibilidad evidente de los
Estados Unidos ante aliados, enemigos, Estados o grupos armados de todo el
mundo. Si por algo se está caracterizando la gestión del problema sirio por
parte de Obama, es por la pérdida continúa de confianza, no en sí mismo, sino en
la capacidad de los Estados Unidos como garante de la estabilidad internacional
en regiones altamente sensibles. Esa es quizá la peor consecuencia de esta
política de líneas discontinuas de la Administración Obama respecto a Assad.