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30/08/2013 | Siria: líneas discontinuas

Oscar Elía Mañú

Contrariamente a lo que muchas veces se piensa, no son la justicia ni los derechos humanos los que mueven a un gobernante a intervenir en otro país, entre otras cosas porque no tienen traducción estratégica.

 

Más bien al contrario, todo gobernante posee como objetivo fundamental la salvaguarda de los intereses y la seguridad de su país, al menos si presuponemos un comportamiento racional. En el caso de Siria, que el uso de armas químicas por parte de Assad (dando como buena la hipótesis de que efectivamente haya sido su bando y no el rebelde el responsable, lo que por otra parte no está claro del todo-) quede impune aumenta la posibilidad de que otros puedan hacer lo mismo en el futuro, no sólo con armas químicas, sino bacteriológicas o nucleares. Un tipo de proliferación de difícil freno que en sí mismo sí constituye un problema de seguridad, no sólo para los Estados Unidos, sino para cualquier otra nación mínimamente estable, incluso de signo despótico.

El uso de armas químicas debía y debe pararse pues en Siria, y Estados Unidos fue el único país que atesoraba legitimidad y capacidad de hacerlo. Con su inicial advertencia sobre las "líneas rojas" en marzo, Obama puso sobre la mesa, no ya su credibilidad, sino la de los Estados Unidos. Pocas veces en los últimos años la superpotencia ha marcado tan nítida y explícitamente sus exigencias. ¿Creyó que Assad nunca la traspasaría?¿que la sóla amenaza bastaría para disuadirle de utilizar estas armas?¿que Putin jamás llegaría a amparar a Siria en tan horribles circunstancias? No tenemos esa información. Pero sí sabemos que tan pronto como Estados Unidos marcó las líneas rojas, Obama se obligaba a hacerla cumplir, so pena de perder credibilidad internacional. Lo cual, por otra parte, parecía muy improbable en aquel momento.

Pero al mismo tiempo, marcando lo prohibido, Obama señalaba también lo no prohibido. Desde este punto de vista tienen razón quienes aducen el número de muertos en horribles circunstancias ocurrido durante toda la guerra, aunque pasen por alto el carácter cualitativamente diferente de las armas químicas. A Obama, marcar las líneas rojas de la intervención le excusaba de hacerlo a la luz de las atrocidades que ya se conocían cuando lanzó aquel aviso. Le permitía hacer borrón y cuenta nueva respecto al uso que según muchas fuentes se estaba haciendo ya en ese país.

Dicho en otros términos, al marcar explícitamente lo no-prohibido, y al fiar el cumplimiento de las líneas rojas a un futuro improbable, Obama parecía alejar el fantasma de la intervención en Siria, por crueles que fuesen los contendientes en sus usos y tácticas. Es ya lugar común -en honor a la verdad fue en el GEES donde primero se advirtió de eso en España- afirmar el desinterés de Obama por el mundo, y el ciclo de aislacionismo de la política exterior norteamericana. Las "líneas rojas" parecían garantizar esta tendencia respecto a Siria. ¿cómo en su sano juicio podría Assad atraerse la furia norteamericana?

Esta aparente falta de previsión de la Administración Obama sobre el devenir sirio dió paso así la improvisación cuando la pasada semana las noticias sobre el ataque se extendieron y aquella logica saltó por los aires. En medio del habitual torrente de pasiones y exigencias morales, Estados Unidos se vió arrastrado y se puso en marcha hacia la intervención militar, en cuya posibilidad hasta ahora nadie parecía creer en la Casa Blanca. En cuestión de horas, Estados Unidos cogió velocidad dispuesto a lanzar sus ataques aéreos contra Siria.Más allá de esta precipitación hacia una intervención justificada y justa, la falta de pruebas concluyentes, la división doméstica y las implicaciones internacionales obligaron a Obama a dar un brusco frenazo.

Descontada la agilidad militar, fallaron otros dos aspectos: el político interno en el Congreso; y el internacional en el Consejo de Seguridad de la ONU y sobre todo en la incapacidad de los inspectores de proporcionar una información certera, veraz y en tiempo. Si en horas Estados Unidos se embaló hacia los bombardeos, en horas también su Administración cambió respecto a lo que llevaba transmitiendo en los últimos días: que Assad sería castigado y que se haría al margen del Consejo de Seguridad. Las declaraciones del miercoles 28 -las del "no he tomado una decisión"- efectuadas sin justificación ni nuevas circunstancias diferentes a las que debían ser ya conocidas, suponían un frenazo injustificado.

A diferencia de hace 24 horas, ahora Estados Unidos parece dispuesto a perdonar el pecado a Assad, bien limitando aún más los ataques, o bien simplemente dilatándolos. En pocos días, Estados Unidos ha pasado de preparar misiles y aviones a retrasar la línea roja un poco más allá, con la esperanza de que nadie vuelva a cruzarla en el futuro.

¿Qué concluir de esta sucesión de líneas rojas, amenazas, frenazos y dilaciones? La falta de una política clara y definida hacia el conflicto sirio, la ausencia de una posición firme hacia el uso de armas de destrucción masiva, la tendencia a evitar los problemas de fondo y solucionar a corto plazo los presentes, implican una pérdida de credibilidad evidente de los Estados Unidos ante aliados, enemigos, Estados o grupos armados de todo el mundo. Si por algo se está caracterizando la gestión del problema sirio por parte de Obama, es por la pérdida continúa de confianza, no en sí mismo, sino en la capacidad de los Estados Unidos como garante de la estabilidad internacional en regiones altamente sensibles. Esa es quizá la peor consecuencia de esta política de líneas discontinuas de la Administración Obama respecto a Assad.

Grupo de Estudios Estratégicos (España)

 


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