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28/05/2006 | Irán: la última oportunidad para la diplomacia

Joschka Fischer

La crisis de Irán avanza rápidamente en dirección alarmante. Ya no puede haber duda razonable de que la ambición de Irán es obtener armas nucleares.

 

Sin embargo, en el centro del problema se encuentra la aspiración del régimen iraní de convertirse en una potencia hegemónica regional islámica y así posicionarse al mismo nivel de los países más poderosos del mundo. Esa ambición distingue a Irán de Corea del Norte: mientras esta busca capacidad nuclear para afianzar su propio aislamiento, Irán quiere obtener dominio regional y más.

Irán apuesta a que sucedan cambios revolucionarios en la estructura de poder de Oriente Medio que le ayuden a alcanzar su objetivo estratégico. Con este fin, utiliza a Israel y el conflicto palestino-israelí, pero también a Líbano y a Siria, su influencia en la región del Golfo y, por encima de todo, a Irak. Esta combinación de aspiraciones hegemónicas, cuestionamiento del statu quo regional y un programa nuclear es extremadamente peligrosa.

La adquisición de una bomba nuclear por parte de Irán –o la capacidad para producirla– sería interpretada por Israel como una amenaza fundamental a su existencia, lo que obligaría a Occidente y, a Europa, a adoptar una posición. Europa tiene obligaciones morales históricas con Israel e intereses de seguridad que la unen al Mediterráneo oriental. Un Irán con capacidad nuclear probablemente provocaría una carrera armamentista regional. En suma, pondría en duda la seguridad fundamental de Europa. Es una ilusión peligrosa creer que esta se puede mantener al margen.

Hace dos años, Alemania, el Reino Unido y Francia iniciaron negociaciones con Irán con el objetivo de persuadirlo de abandonar sus esfuerzos por completar el ciclo del combustible nuclear. Esta iniciativa fracasó por dos razones. Primero, el ofrecimiento europeo de abrir el comercio y el acceso a la tecnología, incluido el uso pacífico de la tecnología nuclear, era desproporcionado con el temor fundamental de Irán al cambio de régimen, por un lado, y a sus aspiraciones hegemónicas regionales y su búsqueda de prestigio global, por el otro. Segundo, la desastrosa guerra contra Irak encabezada por Estados Unidos ha llevado a que los líderes de Irán piensen que la principal potencia occidental se ha debilitado al punto de que depende de la buena voluntad de Irán y de que los altos precios del petróleo han hecho que Occidente sea más cauteloso ante una confrontación seria.

El análisis del régimen iraní podría resultar un cálculo erróneo peligroso porque es probable que conduzca a una confrontación ‘caliente’ que no puede ganar. Después de todo, el punto central del conflicto es quién domina Oriente Medio: ¿Irán o Estados Unidos? Los líderes de Irán subestiman la naturaleza explosiva de este problema y la forma en que se le hará frente, para Estados Unidos.

El debate sobre la opción militar –la destrucción del programa nuclear de Irán a través de ataques aéreos– tampoco es propicio para resolver el problema. No hay garantía de que tenga éxito. Al ser víctima de una agresión extranjera, las ambiciones nucleares de Irán quedarían plenamente legitimadas. Un ataque militar marcaría el inicio de una escalada militar y terrorista regional y tal vez global.

Entonces, ¿qué se debe hacer? Todavía queda una oportunidad seria de solución diplomática si Estados Unidos, en cooperación con los europeos y con respaldo del Consejo de Seguridad y el Grupo de los 77, presenta a Irán una ‘gran oferta’. A cambio de una suspensión de largo plazo de las actividades de enriquecimiento de uranio, Irán y otros países tendrían acceso a la investigación y la tecnología en un marco internacionalmente definido y bajo supervisión de la Agencia Internacional de Energía Atómica. Seguiría la plena normalización de las relaciones políticas y económicas, incluyendo garantías de seguridad al convenir un arreglo de seguridad regional.

Se debe dejar absolutamente claro a los líderes iraníes el alto costo que conllevaría rechazar tal propuesta: si no se llega a un acuerdo, Occidente hará todo lo que esté a su alcance para aislar a Irán económica, financiera, tecnológica y diplomáticamente. La presentación de estas alternativas presupone que Occidente no teme al alza de los precios del gas y el petróleo. Las otras dos opciones –el surgimiento de Irán como una potencia nuclear o el uso de la fuerza militar para impedirlo–, además de sus horribles consecuencias, incrementarían también los precios del gas y el petróleo. Todo indica que es más favorable jugar la carta económico-financiera y tecnológica.

El conocimiento sobre las horribles consecuencias tanto de una confrontación militar como de que Irán tenga una bomba atómica debe obligar a Estados Unidos a abandonar su política de no negociar directamente y su esperanza de un cambio de régimen. No basta que los europeos reaccionen mientras los estadounidenses siguen mirando cómo se desarrollan las iniciativas diplomáticas, participando en las discusiones solo tras bambalinas y dejando que los europeos hagan lo que quieran. La administración Bush debe encabezar las iniciativas occidentales a través de negociaciones directas y unificadas con Irán, y, si tienen éxito, Estados Unidos debe también estar dispuesto a aceptar las garantías adecuadas. En esta confrontación, la credibilidad y la legitimidad internacionales serán los factores decisivos, y garantizarlos requerirá un liderazgo estadounidense con visión, frío y calculado.

La presentación de una ‘gran oferta’ uniría a la comunidad internacional y le daría a Irán una alternativa convincente. Si Irán acepta la oferta, la suspensión de sus investigaciones nucleares en Natanz mientras se llevan a cabo las negociaciones sería la prueba más clara de su sinceridad. Si la rechaza o no cumple, eso lo aislaría totalmente en el ámbito internacional y daría legitimidad tajante a medidas adicionales. Ni Rusia ni China podrían dejar de mostrar solidaridad en el Consejo de Seguridad.

Pero tal iniciativa solo tendráéxito si el gobierno estadounidense asume su liderazgo entre los países occidentales y se sienta a la mesa de negociaciones con Irán. Incluso entonces, la comunidad internacional no tendría mucho tiempo para actuar. Como todas las partes lo saben, el tiempo se acaba para una solución diplomática.

* Ex Ministro de Relaciones Exteriores de Alemania
© Project Syndicate, 2006

El Tiempo (Colombia)

 


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