El último mes ha sido especialmente agitado en el penal de Tora. Hasta el jueves Hosni Mubarak era el rey de la trena más exclusiva de Egipto, un complejo que -al abrigo del nuevo viento- recibe ahora a viejos conocidos.
Para desquite del rais excarcelado, los recién llegados son precisamente
aquellos que más detesta: los
Hermanos
Musulmanes y su caterva de jeques barbudos. Los peces gordos de la cofradía
y algunos predicadores afines, blanco de las redadas policiales, van dando con
sus huesos en Tora.
No es difícil imaginar que la ola de arrestos llegó hace semanas hasta la
habitación de la enfermería -reformada y dotada con todas las comodidades- donde
residía a regañadientes el viejo caudillo. "Mubarak ha debido recordar las
palabras que dijo antes de abandonar la presidencia: Egipto solo puede
elegir entre el caos y yo", relata a ELMUNDO.es el pintor Mohsen
Shaalan, ex viceministro de Cultura en las postrimerías de la dictadura.
El artista conoce al dedillo las entrañas de Tora, un complejo de
cinco cárceles ubicado a 14 kilómetros al sur de El Cairo. Pasó un año
confinado entre sus muros tras ser condenado por negligencia en el robo del
cuadro "Las Amapolas" de Van Gogh -aún en paradero desconocido- en agosto de
2010. La desgracia permitió a Mohsen codearse e intimar en prisión con
el círculo más cercano al presidente: sus dos hijos Alaa y Gamal -que
esperan entre rejas el veredicto a varios escándalo de corrupción- y sus
ministros.
Y aprovechó la oportunidad para dibujar las rutinas de sus nuevos camaradas,
que ahora comparten presidio con barbudos como el guía supremo de la Hermandad
Mohamed
Badía; su número dos y factótum de la agrupación, Jairat el Shater; el ex
líder Mahdi Akef o el vicepresidente del grupo Rashad al Bayumi. "Solía juntarme
con Alaa y el ex primer ministro Ahmed Nazif. Son gente muy normal. En la
prisión no hay castas. Compartíamos algunas horas juntos al día. A menudo les
dibujaba mientras jugaban al dominó o bebían té en la cantina", explica
Mohsen.
La humillación de Mubarak
Unos 600 reclusos viven en la grisura de Tora, la madre de las prisiones
egipcias. En su entramado, descuellan los lujos de La Granja de Tora. Sus
habitaciones disponen de cama, una pequeña nevera y baño. "Hay un aparato de
televisión pero no dispone de servicio de satélite", apunta Mohsen. Sus
habitantes visten prendas de deporte blancas y disponen de entre tres y cuatro
horas al día para salir de la celda. Pueden recibir la comida del exterior y
completar el equipamiento de sus células. "Instalar aire acondicionado está
prohibido pero te permiten comprar ventiladores que hay que dejar allí al salir
de prisión", señala el artista.
"El ambiente de la prisión es amable pero es cierto que los
funcionarios controlaban y realizaban más redadas en las habitaciones de los
hijos y los ministros de Mubarak", agrega. Según la prensa local, los
carceleros han requisado en varias ocasiones teléfonos móviles ocultos en las
celdas de los otrora mandamases del país árabe.
La existencia del dictador, liberado del tormento el pasado jueves al
agotarse el periodo máximo de detención preventiva, era otra historia. El
octogenario, que no ha concedido ninguna entrevista desde su espantada en
febrero de 2011, ha aparecido postrado en una camilla y parapetado tras unas
gafas de sol en todas las comparecencias del tribunal que le juzga -por segunda
vez- por la muerte de manifestantes durante las revueltas.
El año pasado se resistió durante meses a la humillación de ingresar en Tora,
su lugar preferido para ahogar toda clase de disidencia. En diciembre
una caída en la bañera le hizo escapar del penal en ambulancia y le devolvió al
hospital militar donde vivió sus últimos días el Sha de Persia y al que ha
vuelto ahora para cumplir el arresto domiciliario. Sus partidarios respiran
aliviados: “Mubarak nunca debió ingresar en Tora. Los Hermanos Musulmanes han
vuelto adonde merecen estar. Son terroristas”, indicaba ayer Lamia Omar, de 27
años, a las puertas del tribunal que juzga al caudillo.
Los Hermanos regresan al pasado
Los islamistas se reconcilian con décadas de persecución. En el listado de
encarcelados también figuran el líder salafista y popular jeque Hazem Abu
Ismail; el predicador Safwat Hegazi y el jefe del departamento legal de la
Hermandad, Abdelmonein Abdelmaqsud. La historia del letrado es una de las más
dramáticas: Acudió al penal para presenciar el interrogatorio de varios
gerifaltes de la cofradía y no volvió a salir. Acusado de insultar a la
judicatura, Abdelmaqsud padece desde hace más de un mes el mismo
calvario que sus superiores.
Es probable que el derrocado Mohamed Mursi, retenido desde el golpe militar
del 3 de julio, acabe también en esta prisión. El ministro del Interior Mohamed
Ibrahim insinuó tal final después de que la justicia decretara su arresto
preventivo por, entre otros cargos, conspirar presuntamente con el grupo
palestino Hamas. "Es un escándalo para la justicia egipcia que se libere
al presidente malo y se encarcele al bueno", maldecía Mohamed Ibrahim,
un abogado de 50 años, en las marchas islamistas del pasado viernes.
"Lo que sucede en Tora, la ida y venida de reprimidos y represores, es una
escena que volverá a repetirse", advierte a este diario Ayman Nur, el político
liberal que osó disputarle la presidencia a Mubarak en 2005. Y pagó su arrojo
con cuatro años en el infierno de Tora. Nur no ha olvidado el disfrute sádico de
su carcelero sometiéndole al terror psicológico o a la violencia física y
negándole la medicación para tratar la diabetes. "No me gusta recordarlo. Son
imágenes muy duras que siguen doliendo. Hay días que no aguanto cargar con esa
memoria".