El Ejército egipcio derrocó a un presidente elegido de forma democrática pero que no demostró ser un demócrata. ¿Es eso legítimo? Y, sobre todo: ¿son los sucesores mejores demócratas?
En El Cairo eran muchos los que llevaban la sonrisa a flor de piel. Estaban
felices después de que el
Ejército derrocase al presidente islamista Mohamed
Mursi. "¡Presidente depuesto, restablecida la legitimidad revolucionaria!",
tituló el diario 'Al Ahram'.
En realidad los militares no pueden remitirse a la legitimidad democrática,
puesto que Mursi puede reclamarla para sí mismo. Hace más de un año fue
escogido para el cargo en elecciones libres y democráticas. Fueron las
primeras votaciones tras la revolución que en febrero de 2011 derribó a Hosni
Mubarak.
Muchos no islamistas, devotos apolíticos y participantes en la revolución
contra Mubarak escogieron al candidato de los islamistas Hermanos Musulmanes, al
que dieron su voto en la segunda vuelta frente a Ahmed Shafik, exponente del
antiguo régimen.
Pero durante su año en el poder, Mursi indignó a los
revolucionarios. En lugar de democratización y recuperación económica,
logró una islamización del Estado y un estancamiento social y económico. Al
final, cada vez más aislado, se congració incluso con el islamismo más
radical.
Tras una de esas actuaciones conjuntas, una multitud asesinó en un pueblo
cercano a El Cairo a cinco chiitas, una minoría tan pequeña en Egipto que no
molesta a nadie salvo a los más fanáticos.
"Sembró la insatisfacción y dividió a la sociedad egipcia", afirma el
profesor Said Abdul Rahman, que viajó a El Cairo desde Alejandría para
participar en las manifestaciones contra Mursi de la plaza Tahrir. "Es
bueno que se haya ido", opina. Lo que funcionó mal con Mursi puede
acabarse ahora, arreglarse, corregirse y llevarse en una buena dirección,
confía.
¿Fue la drástica intervención tras las impresionantes protestas de los
últimos días una "corrección" de la revolución? ¿Un golpe de
Estado "con guantes de seda"?
El presidente interino, Adli Mansur, que hoy juró el cargo, mostró respeto
por la democracia y el Estado de Derecho. Pero todavía no está claro quien
pertencerá a su gobierno de transición ni en que plazo y con que marco jurídico
se celebrarán las anunciadas elecciones presidenciales y parlamentarias.
Los Hermanos Musulmanes se lamen ahora las heridas. A pesar
de la importante pérdida de popularidad que sufrieron, cuentan con un buen y
organizado núcleo de cientos de miles de miembros y seguidores. Su potencial
para perturbar la administración del país y paralizarla es considerable. Y
tampoco hay que descartar que se puedan producir acciones violentas por parte de
Hermanos Musulmanes o de algunos de sus aliados extremistas.
Las informaciones sobre la retención de Mursi y las órdenes de arresto contra
varios líderes de los Hermanos Musulmanes no hacen presagiar nada bueno. Una ola
de persecución y represión sería contraproductiva. "El mayor reto para
el nuevo gobierno es volver a llevar a bordo a los Hermanos
Musulmanes", aseguró en declaraciones a la CNN el experto en Cercano
Oriente Magdi Abdelhadi. Los nuevos dirigentes del país podrían desacreditarse
rápidamente si hicieran lo mismo por lo que los movimientos de protesta critican
a Mursi y los islamistas: marginar e ignorar a sus adversarios políticos.