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18/06/2013 | Turquía: de la civilidad a la violencia

Roland Behar

Me unen a Turquía lazos ancestrales. Mi abuelo nació en Kýrk Kilise, en el noroeste europeo del país, y mi abuela nació en Estambul. La familia vivió en Turquía por casi 500 años provenientes de Salamanca, de donde mi abuelo decía eran originarios. Guardo una gratitud genética hacia ese pueblo, mi familia sobrevivió gracias a su hospitalidad cuando huían de las masacres a las que eran sometidos en Europa.

 

Luego de la aplastante derrota del Imperio Otomano, a principios del pasado siglo, y con la pérdida de su hegemonía sobre el mundo árabe ante las potencias europeas, Turquía inició un camino hacia su europeización liderada por Mustafá Kemal Atatürk.


La nueva Turquía de Kemal Atatürk se caracterizó fundamentalmente por su secularidad. De hecho, legalizó el voto de las mujeres en 1934 y creó un sistema escolar completamente laico. El 5 de febrero de 1937 fue retirado de la Constitución Turca un artículo que rezaba: “la religión establecida de Turquía es el Islam” y, sobre todo, mantuvo a raya y perseguía implacablemente cualquier expresión de islamismo intolerante, incluyendo, por supuesto, a la Hermandad Musulmana. Para evitar la incitación desde los púlpitos, la república instituyó la Dirección de Asuntos Religiosos, la cual decide el texto que los clérigos musulmanes pueden entregar en sus sermones del viernes.


Siete años antes de la llamada primavera árabe, arribó al poder, por primera vez desde la conformación de la nueva república turca, un líder islámico. Recep Tayyip Erdogan, del Partido Justicia y Desarrollo (AKP), desde el principio ha ido mostrando una tendencia hacia la islamización del país, instituyendo una creciente proyección islámica en la educación, ilegalizando el aborto y la regularización de las ventas así como el consumo de bebidas alcohólicas. Erdogan ha declarado abiertamente que la regulación y posible prohibición del alcohol es un requisito religioso y que pretende reformar la vida pública de acuerdo a las restricciones religiosas islámicas. Veremos qué pasa cuando intente someter a las turcas.


El dinámico funcionamiento de la sociedad turca, que incluso ha podido interactuar con Europa en muchos propósitos, sembró esperanzas en el Medio Oriente. Tras el estallido de la primavera árabe en el 2011, muchos esperaban que las autoridades incipientes podrían adoptar el modelo turco de “Democracia Islámica”, lo cual de por sí, es una incongruencia, pues los valores democráticos promueven la libertad de expresión, la igualdad de derechos entre hombres y mujeres de diferentes religiones, ideas políticas, origen nacional y un larguísimo etcétera, todos condenados y/o perseguidos por el Islam. Las religiones no son democráticas, y el Islam lo es mucho menos.


La ambición del AKP de Turquía de servir como un modelo para el Oriente Medio ha sido invalidada por la explosión social evidenciada durante la reciente protesta. Miles de miembros de la sociedad civil se congregaron pacíficamente en la Plaza Taskin para oponerse a la eliminación de los árboles del Parque Gezi, donde se pretende construir la réplica de un cuartel del ejército otomano, un centro comercial y una mezquita. Los manifestantes fueron atacados por miles de policías que utilizaron contra ellos bastones, camiones de agua, gases lacrimógenos y pimienta. Este es el comienzo del fin de la popularidad del gobierno de Erdogan, el cual carece de toda legitimidad democrática por proyectar claras violaciones a los derechos y las libertades de sus ciudadanos.
La política exterior de los gobiernos kemalistas (en honor a Kemal Atatürk) tendían a identificarse con Occidente con tal resolución que terminó alienando a Turquía de sus vecinos regionales. Israel fue la única excepción, y su amistad con Turquía subrayó las dificultades de esta con sus vecinos musulmanes.


Con el gobierno islamista de Erdogan aparece el fantasma del neo-otomanismo. Los neo-otomanistas buscan anclar a Turquía firmemente en su entorno musulmán, intentando no alienarse con Occidente del todo, además de quizás convertirse en el factor de equilibrio frente a los persas, en concordancia con los miembros de la Liga Árabe, no sólo frente al conflicto sirio, sino también en el diferendo israelí-palestino. Al parecer, Turquía está buscando tener la relevancia de otrora en el panorama general del Medio Oriente, intentando devenir en el puente inevitable en las relaciones con Europa.


Todo parece indicar que un Islam políticamente moderado, en un país como Turquía, que carece de mecanismos de control, chequeo y balance, donde no hay cuestionamiento al gobierno por parte de una oposición efectiva y sin libertad de prensa, podría terminar en un orden modelado por la sharia. Esto es lo que la experiencia turca está enseñando al mundo. Preocupante. ¿A Ud. no le parece? A mí sí.

El Nuevo Herald (Estados Unidos)

 


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