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02/06/2013 | Africa - ¿Desmontando a los masais?

Javier Brandoli

El coche se desvía por uno de los caminos del área de conservación del Ngorongoro, una inmensidad natural entre el Parque Nacional del Serengeti y el Parque Nacional del Ngorongoro.

 

Una reserva natural de animales y humanos donde viven los míticos masais, la tribu más famosa del continente. A principios y mediados del siglo pasado firmaron acuerdos "voluntarios" para abandonar los parques del norte de Tanzania y el sudoeste de Kenia y poder así preservar mejor su rentable vida salvaje.

Los fieros guerreros, dueños del ganado, son objeto de todo tipo de leyendas: las que dicen que terminan de hacer sus danzas para turistas y se calzan sus zapatillas deportivas última generación y las que cuentan que para hacerse hombres atraviesan con una lanza el corazón de un león. Los masais parecen condenados a vivir en el pasado si quieren merecer el respeto del resto del mundo. Dura elección la de ser o estar.

Nosotros partimos en busca de algo de realidad, quizá con la estúpida idea de que en cualquiera de los mundos posibles hubiera una realidad única. "No queremos un poblado para turistas, queremos un lugar donde no nos esperen", es la indicación que damos a nuestro conductor, Wilson, un miembro de la tribu meru y un fabuloso conocedor de la zona y de sus antiguos enemigos, los masai.

Tras pasar muchos asentamientos decidimos parar en un pequeño poblado en el que no nos reciben altos guerreros con danzas y lanzas en la mano. No hay bailes. Wilson habla con un joven masai que accede a que visitemos el poblado. No es gratis, pagamos por ello una pequeña cantidad (aunque no hay bailes alguien pasó también por aquí antes que nosotros). Nuestro anfitrión lleva un móvil en la mano y no tiene los lóbulos de las orejas alargados. El turista puede creer ya que se trata de un engaño, que no es un masai genuino, que está infectado por la globalización. Podría ser, pero entonces va a tener que adentrarse en lugares sin caminos si busca en África a una población en la que no haya un joven con un teléfono móvil en sus manos. Muchos de los mitos africanos son viejos estigmas occidentales de un África que ya casi no existe. Hoy es más real en este continente un teléfono que una lanza.

"Bienvenidos a nuestro poblado", dice él joven en un inglés mediocre. ¿Quiénes son los masai?, nos decidimos a intentar comprender nosotros. Tras recorrer un lugar lleno de excrementos de su numeroso ganado nos invitan a una choza en la que están cociendo algo de leche. Nos sentamos en un lugar en que apenas hay luz. Sólo dos agujeros en la pared de estiércol y paja dejan entrar algo de claridad. Hay dos habitaciones con un plástico en el que tumbarse en el suelo y un espacio para meter a las terneras jóvenes, para protegerlas por la noche de los depredadores. "Duermen con nosotros", nos dicen. Hace calor, el espacio es algo claustrofóbico, lleno de moscas. Es una de las mejores casas del poblado.

El joven masai, de nombre irrepetible, comienza a explicar a nuestro traductor su vida, sus costumbres. "No tenemos espacio para nuestro ganado. Poco a poco nos vamos quedando sin tierras y no podemos prosperar", relata.

Decenas de miles de cabezas de ganado se esparcen por unos pastos cada vez menores. Una reserva de caza de un millonario americano llevó hace poco el conflicto a todos los periódicos del mundo: "Nos echan de nuestra tierra", reclamaban ellos ante una nueva expropiación de terrenos. En realidad, el problema es que cada vez son más y viven más tiempo por los avances médicos. Una longevidad que choca con un cada vez menor espacio para su inmenso ganado que muere de hambre y sed si se alarga la temporada seca.

Los masai, antiguos dominadores de este territorio, sometieron a la mayor parte de pueblos por dos razones: "Eran fieros guerreros y tenían el ganado. Eran ricos", me dice Wilson. Tanto que su tribu, los meru, fue sometida hasta que se quitaron el yugo sus ancestros con una treta: "Ellos no conocían el alcohol. Mis antepasados les obsequiaron en una fiesta con mucho alcohol. La mayoría se emborracharon y pudimos matar a todos sus guerreros aquella noche. Desde entonces nos dejaron vivir en paz. Aprendimos de ellos a ser guerreros, los respetamos". El alcohol no es especialmente duro para los masai que viven en zonas rurales, donde beben principalmente sangre de las vacas mezclada con su leche. Si se ven masais deambular borrachos por los pequeños núcleos urbanos que hay en la zona.

La realidad es que hay un complicado conflicto entre sus creencias ancestrales y los pueblos de la zona. "Los masai son dueños de todo el ganado de la tierra porque así se lo concedió su Dios, Ngai. Por eso se creen con el derecho a quitarnos al resto nuestras vacas", cuenta nuestro traductor. Ngai, formaba el cielo y la tierra juntos. Luego se enfadó y separó el cielo y la tierra. Los masai creen que Ngai es la tierra y por eso no practicaban la agricultura, era dañar a su Dios. Fue el progreso, esta vez que trajeron las mujeres de otras tribus con las que se casaron los masai, el que hizo que se comenzara a practicar con cultivos en algunas zonas".

La leche sigue hirviendo y el calor es sofocante en aquel estrecho y oscuro habitáculo. Tocamos un tema peliagudo. ¿Practicáis la ablación?, pregunto, "el Gobierno lo prohíbe, pero se sigue haciendo", reconocen los masai sin titubear. "Tenemos que hacerlo sin que nos vean", apuntillan. Otra realidad poco contada de África. Muchas de las costumbres ancestrales de algunas tribus fueron prohibidas por los gobiernos africanos tras las independencias.

Las realidades políticas africanas tras el colonialismo eran estados artificiales, creados tras la conferencia de Berlín por las potencias europeas, que al recobrar la libertad tenían el problema de mantener una falsa unidad. Dentro de Tanzania y en casi toda África hay decenas de tribus que amenazaban con romper los nuevos estados libres dominados por élites culturales o militares que debían imponer rápido el concepto de patria. Eliminar las diferencias era el mejor camino.

"Julius Nyerere, primer presidente de Tanzania, impuso el ideario comunista soviético. En las escuelas Primarias era obligatorio la mezcla de niños de diferentes etnias. Se intentaba evitar el tribalismo. Fue así como todos entramos en contacto con otras culturas. Se prohibieron también algunas costumbres ancestrales", explica Wilson. (Lo mismo ocurrió en casi toda África donde el tribalismo se consideraba un peligro y un retraso por sus primeros líderes). "Algunas masai que van a la escuela y comprenden otras culturas cuando vuelven a sus poblados no aceptan la ablación y se escapan", nos cuentan. Sin embargo, "hace pocos meses en la cercana ciudad de Mwanza un grupo numeroso de mujeres se manifestaba para exigir al Gobierno que respete la tradición de la ablación", nos cuentan también.

La circuncisión sí es una práctica muy extinguida en los chicos, aunque ya está absolutamente prohibido el viejo mito de que un joven mate a un león al pasar la pubertad. "No nos dejan", reconocen ellos, "están protegidos". Sexualmente este es un pueblo muy promiscuo, permitiéndose las relaciones extraconyugales a hombres y mujeres. "Si un masai pasa por este poblado puede tener relaciones con alguna de nuestras mujeres", explican ellos.

Un préstamo basado en el nomadismo. Un hombre masai recorría grandes extensiones de terreno con su ganado y la única forma de satisfacer sus necesidades sexuales era tener relaciones con otras mujeres masai que son prestadas por otros hombres. El Sida se propagó aquí también con fuerza, aunque eso no es algo que afecte a los masai por encima de otras tribus.

Se acaba la visita y la larga charla. Nos vamos. Llevamos días recorriendo sus parques, sus zonas, su cultura. Hemos conocido masais guías, pastores, camareros, con estudios, sin ellos... ¿Qué quedará de vosotros dentro de 50 años?, es nuestra última pregunta. "Los masai siempre seremos masai", contestan con cierto orgullo ellos mientras iluminan la salida de la choza de estiércol con su móvil-linterna.

Aún vemos un último masai días después en la puerta de una joyería en una zona comercial de la capital comercial, Dar es Salaam. Está sentado frente a un escaparate, vestido con sus mantas rojas y azules, jugueteando con un teléfono en sus manos. Es un reclamo para atraer turistas, pero es también un masai. Una estampa que recuerda mucho a España, al sur, donde se ven hombres vestidos de corto y mujeres vestidas de gitanas que invitan a los turistas a entrar a locales donde se anuncian "Flamenco's Show".

El Mundo (España)

 


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