A media mañana, mientras se contabilizaban los últimos resultados, Blair hacía público un profundo reajuste ministerial en cuyo gabinete destaca el nombramiento de políticos muy leales al blairismo y del que desaparece el ministro del Interior, Charles Clarke, responsable de que un millar de presos extranjeros fueran liberados sin que se estudiara la posibilidad de deportarlos. Le sucede el hasta ahora ministro de Defensa, John Reid, reputado partidario de Blair y gestor de casos difíciles, al que se apunta como un posible rival del presunto delfín Gordon Brown, que sigue como canciller del Exchequer. El duro e inquebrantable Clarke aparece así como la principal víctima del fracaso electoral laborista.

Llama poderosamente la atención en el nuevo gabinete el traslado de Jack Straw, hasta ahora responsable de Exteriores, a la función de líder de la Cámara de los Comunes. Aunque puede parecer un descenso en el escalafón protocolario, el mensaje del primer ministro británico con ese nombramiento es que confía en que el fiel y pragmático Straw conduzca el programa de reformas que tantas polémicas han levantado en el laborismo.

El resto del reajuste ministerial, que afecta a un total de once carteras, es un claro reforzamiento de Tony Blair, empezando por el nuevo Ministerio de Asuntos Europeos, en donde coloca al eurófilo Geoff Hoon. La elevación del rango de esta cartera y la elección de su responsable es una declaración de europeísmo. En Exteriores recala por vez primera una mujer, Margaret Beckett, hasta ahora en Medio Ambiente, y que es otra declarada partidaria de las posiciones de Blair.

El gigante laborista John Prescott, el cual ha protagonizado un vodevilesco escándalo por sus relaciones con una secretaria, sigue siendo viceprimer ministro pero ha sufrido un leve tirón de orejas al no habérsele asignado cartera. Blair indica con rotundidad que no piensa en un relevo en el poder a corto plazo. Se autoconcede una última oportunidad.