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10/02/2013 | Argentina - Odios

Vicente Massot

Hay un dato que no debería pasarle desapercibido a nadie interesado en la política de nuestro país. Aunque parezca mentira, el mismo nada tiene que ver con la inseguridad —según el último relevamiento de Management & Fit, la principal preocupación de los argentinos— con la trepada del dólar blue, la caída de la actividad económica, la incomprensible decisión de la presidente y del Palacio San Martín de buscarle una salida al caso de la voladura del edifico de la AMIA o con la imposibilidad del oficialismo de encontrarle la vuelta al tema —vaya si crucial— de la falta de un heredero si, como todo lo hace preveer, a Cristina Kirchner le faltasen los votos necesarios en octubre próximo para llegar a los dos tercios necesarios para reformar la Constitución.

 

Siendo todos los temas antes señalados de singular importancia, otro —bien distinto— aparece hoy como el más preocupante para un gobierno que claramente ha perdido la iniciativa y ya no sorprende, a diferencia de otrora, con esos movimientos que dejaban descolocados a sus opugnadores en el preciso momento que creían tener la victoria al alcance de la mano.


El fenómeno al cual hacemos referencia tiene que ver con el cambio de humor social y se inscribe dentro del campo de la psicología social. A partir de la crisis de 2001, entre nosotros se hizo costumbre el escrache a los funcionarios públicos que la ciudadanía —con o sin razón— creía responsables de sus males. En este orden de cosas, fueron numerosos los hombres públicos que, a caballo de la crisis terminal de principios de siglo, resultaron objeto de burlas, trompadas o persecuciones que no se habían visto antes en el país.

El kirchnerismo fogoneó o hizo ojos ciegos a este tipo de reacciones populares, enderezadas —casi exclusivamente— en contra de los funcionarios de la Alianza que había llevado a la Casa Rosada a Fernando De la Rúa y a miembros del cavallismo y del así llamado establishment económico. Durante todos estos años, desde mayo de 2003 a la fecha, la sola idea de que un miembro del gabinete del santacruceño o del de su mujer no pudiese salir a la calle tranquilo, hubiese resultado impensable.

Los De Vido, Jaime, Moreno, Kunkel y tantos otros de su misma importancia podían exhibirse, hasta con impunidad, sin que a nadie se le ocurriese levantar la voz en su contra. Algo ha cambiado al respecto y no parece ser fruto de la calentura de un fanático o la locura de algún antikirchnerista visceral.

Cuanto acaba de sucederles al vicepresidente de la República y al cerebro del plan económico del gobierno es digno de análisis porque revela, mejor que cualquier otro indicador, un viraje de parte de la opinión pública. Mas allá de si se puede o no justificar la forma de recusación sufrida por Amado Boudou y Axel Kicillof, lo cierto es que fueron blanco de la indignación popular en dos lugares bien diferentes y sin que haya razones para pensar que hubo una orquestación del arco opositor o de algún grupo decidido a poner en ridículo a los funcionarios mencionados.

Lo que primero es menester preguntarse en estos casos es algo similar a lo que decíamos respecto del 8 de noviembre y del 20 del mismo mes del año pasado. Porque una ciudadanía que nunca antes, por miedo, abulia o desinterés en los asuntos públicos, había tolerado sin inmutarse las arbitrariedades del matrimonio Kirchner, de buenas a primeras fue el protagonista excluyente de una de las puebladas más numerosas que recuerda la historia argentina. Porque también Hugo Moyano, que había sido uno de los dos principales apoyos del santacruceño y de su mujer, paralizó el país ante la desesperación y la impotencia de la Casa Rosada.

La falta de transparencia del actual oficialismo viene de lejos. Su ángel tutelar y guía espiritual fue posiblemente el hombre más corrupto del cual se tenga memoria en estas playas. Algunos de sus colaboradores más estrechos aprendieron bien las lecciones de sus jefes y en eso de malversar los caudales públicos han dejado a sus antecesores a la altura de un conjunto de monjes benedictinos.

Sin embargo, las cosas cambiaron y alguien deberá explicar po rqué una sociedad tradicionalmente mansa, sin demasiada vocación heroica y acostumbrada a aceptar pasivamente los latrocinios de los sucesivos gobiernos sin inmutarse, haya reaccionado de esta manera. Hasta hace unos días se sabía que el juez favorito del gobierno, Norberto Oyarbide, no podía, como acostumbraba hacerlo, almorzar a la vista de todo el mundo en El Mirasol de la Recova. También era sabido en los ambientes políticos que el inefable Amado Boudou, durante sus estadías en la capital federal, se recluía en el hotel Duhau y pasaba allí horas y horas haciendo gimnasia por orden presidencial. Él mismo le confesaba a alguno de sus amigos que las instrucciones que había recibido eran claras: podía aparecer en actos públicos siempre y cuando no fueran en la ciudad capital. Pues bien, ahora es consciente —y con él todo el kirchnerismo— que la ojeriza de parte de la sociedad no es sólo con el compañero de fórmula de Cristina y que el odio no se circunscribe a Buenos Aires.

Es evidente que la fama de corruptos que se han ganado los hombres de la presidente está extendida y lo mismo es que la gente descubra a Axel Kicillof en la última fila de la clase turista de Buquebus, que cruza el Río de la Plata hasta Colonia, como a Boudou en un acto conmemorativo de la batalla de San Lorenzo en la provincia de Santa Fe. Podrán enarbolar los kirchneristas la tesis del resentimiento de los más ricos en contra de los funcionarios del gobierno nacional y popular para explicar el caso Kicillof y, al mismo tiempo, levantar la tesis del complot para dar cuenta de la gritería de los casi 35000 asistentes a la celebración del aniversario de la primera batalla ganada por don José de San Martín luego de su regreso de la Madre Patria. Pero a nadie convencerán.

Por de pronto, no han resultado incidentes menores. Participaron cientos o, en el episodio santafesino, posiblemente miles de personas y, en ninguno de los dos casos, hubo alguien dispuesto a cerrar filas y defender a los funcionarios en problemas. El kirchnerismo, que entre septiembre y noviembre pasados había perdido el dominio de las calles, de buenas a primeras contempla que sus primeras espadas no pueden mostrarse en público sin correr el serio riesgo de pasar un mal momento.

Bien mirado, lo que venimos describiendo es un síntoma agudo del estado de ánimo de una parte considerable de la opinión pública. La misma que aun condenando los exabruptos de Enrique Pinti y de Miguel del Sel en contra de Cristina Fernández, en el fondo piensa que la presidente es una desequilibrada y una sectaria. El problema es que, después de años, el odio ha vuelto a ser un factor que se ha instalado entre nosotros y amenaza no dejar la escena.
El kirchnerismo y el antikirchnerismo representan algo más que dos facciones encontradas que disputan el poder. Son dos formas de entender la política y la convivencia tan distintas y —sobre todo— tan antagónicas entre si, que han quedado separadas por el odio.

El fenómeno comenzó a recortarse en nuestro horizonte en consonancia y como efecto necesario del Vamos por todo que en su momento la presidente convirtiera en el leit motiv de su gestión. Es que la frase no admite vueltas en punto a su interpretación y deja trasparentar la vocación hegemónica del kirchnerismo en toda su dimensión.
Por lo tanto, no hay razón para sorprenderse de lo que les sucedió a Boudou y a Kicillof. Casi podría sostenerse, sin pecar de alarmistas, que estos y otros hechos se repetirán en la medida que suba el tono del debate electoral y se acerquen las fechas políticas claves de este año.

La primera de las mismas será la discusión salarial entre el gremio docente y el gobernador Daniel Scioli en la provincia de Buenos Aires. Cualquiera sabe, a esta altura, que las arcas del estado bonaerense están vacías luego del descomunal esfuerzo hecho por el mandatario provincial para pagar en tiempo y forma el medio aguinaldo de diciembre y evitar así un nuevo roce con el gobierno central. Pero lo que Scioli logró a fin de año no podrá repetirlo al comenzar las clases. Dicho de otra manera: no tuvo que pedirle auxilio a Cristina Fernández en diciembre; pero indefectiblemente deberá hacerlo, so pena de no comenzar el ciclo lectivo en febrero.

Si alguien pensaba que las diferencias indisimulables, pero hasta ahora salvables, de la presidente y el gobernador podían tener un nuevo pico de tensión a la hora de cerrar las listas a fines de junio, estaba equivocado. Sin duda, por las necesidades de uno y otro de cara a los comicios del mes de octubre, cuando llegue el momento de oficializar las candidaturas la relación entre ellos podría estallar. Pero tres meses antes de que ello eventualmente ocurra, Scioli se halla incapacitado para enfrentar un agudo conflicto con los maestros a quienes sabe que no puede pagarles sin recurrir a la tesorería central.

La gestión no será fácil aunque existen motivos para suponer que, luego de recibir algunas criticas del kirchnerismo puro y duro, el gobernador contará con los recursos que tantoanhela. La estrategia confrontativa de Cristina le dio muy mal resultado cuando en mayo de 2012 embistió con toda su fuerza en contra de Scioli. Éste adoptó entonces la táctica de quien, por aparecer más débil ante la gente, supone que tiene el derecho a victimizarse. Así lo hizo y salió ganando tiempo y espacio político. Con esa experiencia a cuestas la presidente —que necesita que su candidata en octubre, Alicia Kirchner, haga una gran elección en Buenos Aires— no puede incendiar la provincia. Recuérdese que a mediados del pasado año las encuestas pusieron en evidencia que la mayoría de las personas pensaba que la culpable de no pagar el aguinaldo era Cristina y no Scioli.

En marzo, pues, tendrá lugar el primer round de una pelea que no necesariamente está destinada a que uno pierda por knock out antes de octubre. De todas las disputas en danza —y las hay de los más distintos tipos— la que sostienen desde hace tiempo la viuda de Kirchner y el ex– motonauta no es la más acalorada ni la más visible pero resulta, indiscutiblemente, la de mayor importancia en términos de poder.

El tema del año en curso estará centrado en lo que pase en octubre, porque en esas elecciones legislativas se decidirá si el modelo hegemónico kirchnerista tiene posibilidades de vida después de 2015 ó no. Y, a su vez, en los resultados de octubre lo que suceda en la provincia de Buenos Aires será decisivo. ¿Se necesita agregar que en el territorio bonaerense el triángulo conformado por Cristina Fernández, Daniel Scioli y Sergio Massa dará que hablar? Hasta la próxima semana.

Recaudación – enero

La liberación de importaciones no alcanzó a tapar el deterioro

• La recaudación de enero registró una suba de 24,3 % contra igual mes de 2012.

• Este número marca una indudable caída en términos reales, tanto según nuestras
mediciones como las de otras fuentes privadas.

• Compárese con los números de nuestro Informe de enero 15 pasado.

• Nótese que la evolución de la recaudación viene siendo declinante, con un alza
que resultó inferior incluso al pobre 26 % registrado en diciembre.

• Los impuestos al trabajo y la tributación sobre ganancias ficticias siguen salvando la
recaudación.

• El impuesto a las Ganancias colectado por la DGI aumentó 28,3 % interanual, lo
que en términos reales marcó un exiguo incremento a pesar de basarse en
utilidades infladas por la prohibición de ajustar los estados contables por
inflación.

• El impuesto a las Ganancias percibido por la Aduana —como también otros
tributos colectados por esa repartición— tuvo un fuerte incremento gracias a la
liberación parcial y temporaria del cepo importador.

• Otro rubro que impulsó la recaudación fue la Seguridad Social, con una suba de
31,3 % interanual.

• En cambio, la recaudación del IVA DGI aumento tan sólo 20,1 %, lo que
significó una notoria caída en términos reales.

• El impuesto a los Débitos y Créditos Bancarios creció nominalmente 27 %
interanual, lo que también evidencia el enfriamiento de la economía.

• La insuficiente suba nominal de 23,1 % interanual en los impuestos Internos es
otra señal de la creciente debilidad de la actividad económica.

• De la mano del relajamiento del cepo a las compras externas, los derechos de
importación saltaron 42,6 % interanual, lo que permitió disimular el pobre
desempeño de otros tributos.

• El parate de las ventas externas se evidenció con un derrumbe de 35,7 % en lo
percibido por derechos de exportación.

Massot, Monteverde & Asociados (Argentina)

 


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