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20/01/2013 | EEUU - «La gran calidad de la oratoria de Obama le hace parecer demasiado distante y profesoral»

Borja Bergareche

Leith, un cultísimo periodista educado en Eton y en Oxford, dedica a la persuasión a través del lenguaje y la palabra un repaso ameno y lleno de anécdotas y personajes en «¿Me hablas a mí?»

 

«¿Qué haría Jesús?», preguntan las típicas pegatinas evangélicas en muchos coches o camionetas de Estados Unidos o América Latina. El ex editor literario de «The Daily Telegraph», Sam Leith, lo tiene claro: «Sabemos lo que hizo. Habló a la gente. Eso, y nada más». Hablar es, a menudo, un ejercicio espurio. Y hablar bien es, cada vez más, una servidumbre. Ser acusado de hacer «preguntas retóricas» constituye una gravísima acusación. Y cualquier ejercicio de retórica termina, casi siempre, en «retórica vacía». Cree que la oratoria «ayudó mucho a Obama en 2008», pero luego empezó a jugar en su contra. Desde Cicerón, la oratoria y la retórica –las artes de la persuasión a través del lenguaje y la palabra– forman parte de nuestra cultura. Y Leith, un cultísimo periodista educado en Eton y en Oxford, les dedica en «¿Me hablas a mí?» (Taurus, 2012) un repaso ameno y lleno de anécdotas y personajes, dirigido a todos los públicos. Colaborador de medios como «The Guardian» o «The Evening Standard», reivindica que «la oratoria no es cosa de pijos» en una entrevista en un apartado hotel del Soho londinense.

- ¿Qué papel jugó la oratoria en la reelección de Barack Obama?

- Obama es claramente un orador fluido de gran calidad. Su oratoria le ayudó mucho en 2008, pero luego empezó a jugar en su contra porque comenzó a operar esa reacción anti retórica, y el anti-intelectualismo que se encuentra en parte de la sociedad estadounidense-. De repente, Obama comenzó a parecer demasiado «profesoral» y distante. En cambio, esta corriente no le afectó a George W. Bush -un hombre igualmente educado en Harvard y Yale- porque la falta de articulación de su discurso le hacía sonar honesto, como a Forrest Gump.

- Destaca con razón que la oratoria ha quedado relegada a los libros de autoayuda de las secciones de Negocio de las librerías. ¿Ha jugado la retórica algún papel en la crisis financiera?

- Probablemente no en el sentido formal de hacer un discurso, pero la persuasión y el lenguaje persuasivo están en todas partes. Hubo un momento que muchos convencieron a muchas personas, y a si mismos, de que una serie de complejísimos productos financieros eran beneficiosos para las personas y para la economía. Que ese convencimiento durara tanto tiene que ver con el tipo de argumentación retórica que Aristóteles llamó «ethos» [intento de establecer la autoridad del orador ante sus oyentes], relacionado con cómo quienes vendían esos productos se presentaban a su audiencia o clientes como una fuente autoritaria y fiable. “Ethos” es el tipo de discurso que hizo que las agencias crediticias, por ejemplo, tuvieran tanta credibilidad y sus decisiones de “rating” tanta autoridad en el sistema.

- ¿Dónde se encuentra la mejor retórica hoy día, en la política, en los medios, en la calle o quizás en las redes sociales?

- Una de mis tesis en el libro es precisamente que lo que parece retórica es a menudo retórica que no funciona. Cuando más persuasivos solemos ser es cuando no nos damos cuenta de que estamos siendo persuasivos. Dada la baja valoración de la clase política en general, en este momento su retórica es poco efectiva. En cambio, los aspectos retóricos del marketing y la publicidad creo que son muy efectivos. En las redes sociales, en Twitter por ejemplo, se produce un efecto cascada. Puesto que el espacio es reducido, no encontramos el tipo de retórica asociada al «logos» o a los razonamientos lógicos sino, más bien, mini-encuestas instantáneas dinámicas. Si llegamos a un escenario de viralidad, ya no hay persuasión sino efecto masa o rebaño, lo cual no deja de ser muy poderoso. La moneda de cambio en el entorno digital no es el acuerdo sino la atención. Y la retórica tiene que ver con el «ethos», con aglutinar a tu tribu a tu alrededor.

- ¿Es la política persuasión, o puro teatro?

- Hay un elemento teatral, sin duda. La sesión de control semanal al primer ministro no es el foro en el que se deciden las políticas. Muy raras veces están intentando convencer a sus oponentes. Lo que hacen es intentar ganar puntos ante la opinión pública y los comentaristas que interpretan la política para el público general. Pero la retórica está sin duda en el corazón del debate político, solo que se manifiesta más en los debates más sosegados y en espacios de reflexión como las reuniones del consejo de ministros. Hay un cordón umbilical que une la oratoria con la política democrática.

- La buena retórica política suele venir acompañada de acusaciones de elitismo, sobre todo en el Reino Unido. ¿La retórica es cosa de pijos?

- No. Si tomamos a David Cameron como ejemplo, esa situación juega en su contra, porque no dispone de la baza de hacerse pasar por «una persona de la calle», que es un recurso fundamental para un político. Hablar de forma sofisticada implica, en general, que estás fracasando como orador. Y usar palabras de cinco sílabas ante una audiencia general no suele generar adhesiones sino, más bien, el discurso ese de «no es uno de los nuestros», «es un pijo». Pero está claro que tener una buena educación y un buen conocimiento de cómo funcionan las cosas ayudará a construir bien los argumentos. Por eso, creo que Thatcher hizo muy bien en presentar la economía nacional como si fuera el presupuesto de un hogar. Como [el economista] Paul Krugman argumenta una y otra vez, la economía de un país no tiene nada que ver con la de una familia, pero electoralmente la comparación funciona muy bien.

- ¿No hace falta entonces haber ido a Harvard, o Eton, como usted?

- Para nada es necesario ser un “patricio” para ser exitoso en política. Aristóteles decía que la retórica es la naturaleza mejorada por el arte. Dudo mucho que los buenos oradores de la política, o los abogados ante un tribunal, se digan conscientemente cosas como «esto es una buena anáfora» o «voy a meter aquí un micterismo [figura de la elocución o de la acción para insultar o ridiculizar al oponente]». No son más que latinismos para definir recursos que están ahí y brotan en el discurso. La gente unifica las cosas o los argumentos en grupos de tres –el famoso tricolon de «veni, vidi, vinci»– de forma intuitiva. Lloyd George, el ex primer ministro liberal, venía de orígenes humildes, habló galés antes que inglés, y su retórica fue excelente. Otros grandes ejemplos de oratoria se han producido en un altar religioso.

- ¿Los curas?

- La dialéctica presidencial en EE.UU., por ejemplo, tiene mucho de la oratoria carismática del evangelismo protestante, algo que, probablemente, no se encuentra en la retórica de la iglesia católica española. Muchos grandes oradores de la política británica la aprendieron en los altares o en los sindicatos. Seguramente, estudiar oratoria en la universidad sea una desventaja.

ABC (España)

 


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