El acuerdo quizás podría describirse como la opción menos mala, pero no como una buena solución para el enorme problema fiscal que enfrenta la nación como resultado de una política económica desastrosa del gobierno federal que no parece deseoso, o es quizás incapaz, de tomar las riendas y controlar el irresponsable gasto federal que esta llevando al país, paso a paso, por el mismo sendero desastroso por el que transitan los países europeos.

Tratando de extraer optimismo de un cuadro deprimente, al extender las rebajas de impuestos hasta un nivel de ingresos de $450,000 anuales, limitar los impuestos sobre ganancias de capital y dividendos a 20 por ciento y también limitar los impuestos de herencia a 40 por ciento con una excepción de hasta $5 millones, posiblemente se evite otra recesión, pero el resto no es de celebrar.

Y el resto comienza con la falta de reducción de gastos en el acuerdo. Peor aún, con el incremento en impuestos. Para toda persona inteligente, bien informada y bien intencionada, la economía nacional padece de un problema fundamental: un gasto excesivo caracterizado, principalmente, por el crecimiento explosivo de los gastos de beneficios sociales, los entitlements, y un pobre crecimiento económico producido por una filosofía que pone en el altar al gobierno central como el gran benefactor, la gran nodriza de más de 300 millones de norteamericanos que han sido criados por más de 200 años por los principios de responsabilidad individual y de confianza en sí mismos.

El acuerdo fiscal tiene un desbalance difícil de creer. Por cada dólar en reducción de gastos hay un aumento de $41 en nuevos impuestos. Esto es más que irresponsable. Esto es vergonzoso. Y no debemos suponer que esto termina aquí. Obama tratará de aumentar impuestos aún más, quizás otros $600,000 o $700,000 millones, ya sea en límites a las deducciones, o un impuesto al valor añadido, o un carbon tax por el uso de energía, o simplemente continuar aumentando impuestos a “los ricos”.

Y, más aún, no nos olvidemos de los impuestos asociados a Obamacare que se estiman en $1 trillón ($1,000,000,000,000) sobre los próximos diez años pero que han sido puestos en un lugar discreto por la Administración para ocultarlos de la opinión pública mientras sea posible y para lo cual cuentan con la cooperación de una prensa cómplice a quien no parece importarle la lacra de deshonestidad profesional.

Todo esto se traduce en una política anticrecimiento. En un sistema que reduce el potencial de crecimiento de la economía nacional. Y, no debemos tener duda, que el gobierno federal gastará los ingresos producidos por esos impuestos, inflando el presupuesto nacional y reduciendo el potencial de crecimiento de la economía.
Es un modelo económico europeo y el opuesto exacto de economía de oferta. El Presidente y su equipo debieran saber que no se puede aumentar impuestos en camino a la prosperidad y a un presupuesto balanceado. El pastel económico se hace menor y el gobierno crece. Redistribución y dependencia del gobierno crecen con más fuerza y penetran la fibra ciudadana.

Y no nos equivoquemos: el crecimiento económico es la clave para reducir los gastos, reducir déficits y reducir la deuda nacional. Específicamente, aumentemos el producto doméstico bruto (PDB), reduzcamos la carga fiscal de los impuestos, reduzcamos la demanda por dependencia del gobierno. Esa es la solución. Eso es lo que ha caracterizado a Estados Unidos. El costo del gobierno debe ser menos del 20 por ciento de PDB.

Desafortunadamente, vamos en la dirección opuesta.
AGonzalez03@live.com