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27/11/2012 | La cadena de Israel

Guillermo Descalzi

“Informados por la Inquisición del gran daño que persiste a los cristianos al relacionarse con los judíos, y a su vez estos judíos tratan de todas maneras a subvertir la Santa Fe Católica tratando de obstaculizar a cristianos creyentes, los judíos incrementan su maldad y daño… Si no son convertidos deberán ser expulsados del Reino. Si algún Judío no acepte este edicto, si acaso es encontrado o regresa será culpado a muerte”. Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, 1492

 

Los judíos habían sido esclavizados por Égica, el último rey visigodo de Hispania, y ayudaron a los moros en su conquista cuando vieron en ellos una oportunidad para recuperar su libertad. La conquista musulmana de la actual España, Portugal y parte de Francia tomó quince años, del 711 al 726.


Ocho siglos después, tras la reconquista, los españoles se ensañaron con ellos. El 3 de agosto de 1492, cuando las carabelas de Colón salían del puerto de Palos en Moguer, también salían de ese y otros puertos españoles decenas de miles de botes y balsas llenas de judíos huyendo a la muerte decretada sobre ellos por los reyes católicos. Hoy se recuerda las carabelas, pero pocos conocen de los botes y balsas que zarparon ese mismo día.


Venimos de una larga cadena de abuso y resentimiento. Algunos rompemos nuestra conexión con ella, pero no sin antes haberla pasado a nuestros hijos. Los tenemos a temprana edad, con poca madurez, y es con nuestra inmadurez que iniciamos su encadenamiento. Ellos después necesitarán también romper su conexión en esa cadena. Se hace perdonando y haciendo cuenta nueva, pero perdonar es difícil cuando uno se tiene que defender de quienes perdona. Tampoco es fácil cuando uno se cree con derecho a su resentimiento. Nadie tiene derecho a ‘su’ resentimiento.


Las naciones y religiones, empresas e instituciones que hoy abusan de otros también fueron, a su vez, abusadas por otros. Hay quienes resienten la empresa del conquistador en Latinoamérica. Llegaron con el mismo abuso y muerte que sus antecesores sufrieron a manos de los moros, que antes también habían sufrido a manos de otros, y así para atrás por millones de años.


En el año 66 los romanos sacaron a los judíos de su tierra. Desde entonces han sido echados repetidamente de lugar en lugar, y tienen eso grabado en sangre. No permitirán otra repetición, no si lo pueden evitar.


Estuve en Israel cuando caían proyectiles Scud sobre Ramatt Gann, Tel Aviv, Ashkelon y otros lugares de esa pequeñísima nación. Sé lo que es, y sé que Israel tiene el deber de defender a los suyos. Su mejor protección la encontrará rompiendo la cadena de sufrimiento que hoy pasa por ellos al pueblo palestino, uno con menos derechos en su propia tierra que Israel cuando levanta asentamientos en sus territorios. No porque antes se lo hayan hecho a judíos va a ser correcto que el gobierno de Israel lo haga ahora a otros. No será correcto pero, dada su historia, es comprensible. Habrá mil razones que expliquen su comportamiento, pero es, sobre todo, algo aprendido en el trato infligido sobre los judíos a lo largo de los últimos dos mil años. El gobierno de Israel necesita romper su eslabón en la cadena de abuso que se remonta a cuando surgieron los primates, al fin del Eoceno, 34 millones de años atrás. Hasta allí llegan el abuso y resentimiento que modelan parte de nuestra naturaleza humana. Somos primitivos en algunas cosas, y hasta un poco menos que humanos también. Necesitamos romper nuestras cadenas. Nadie las rompe por otros.


Israel tiene una población de singular belleza espiritual. Estuve casado con una judía, Casiglia Mau, nacida en 1937 en Berlín. Sobrevivió al holocausto porque su padre la llevó, recién nacida, a la estación del ferrocarril y la entregó a extraños en un tren a Rotterdam, donde la pasaron por católica. Cincuenta años después se reunió con su madre. Ella había sobrevivido el holocausto y vivía en un kibbutz, Amir, en el Golán. La conocimos poco antes de su muerte. Conozco de primera mano el sufrimiento judío. Los admiro y amo. Tengo familia judía. Quiero para ellos lo mejor, y lo mejor pasa necesariamente por romper su eslabón en la cadena que solo ellos pueden romper para sí, la del abuso y el resentimiento. El gobierno de Israel necesita romperla. No será el fin. Es una cadena que ata a todos al más remoto pasado de la humanidad, y nunca es fácil romperla. Lo digno suele no ser fácil. Su gobierno necesita preservar la dignidad de su pueblo. ¿Habrá riesgo si suelta el puño y da la mano? Sí, lo habrá, pero solo a corto plazo. A la larga dar la mano siempre es mejor. Dios bendiga a Israel.

El Nuevo Herald (Estados Unidos)

 


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