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22/11/2012 | La tregua pandillera que nació entre rejas

Ignacio de los Reyes

Le llaman "El Zombie". Este joven pandillero vaga a oscuras por el penal de Cojutepeque, en El Salvador. Con la mirada perdida y con sus intestinos resguardados por una sucia bolsa de plástico.

 

Es miembro de Barrio 18, una de las bandas callejeras más violentas del mundo y la segunda más poderosa en el país, sólo por detrás de su archienemiga, la Mara Salvatrucha.

Y sus compañeros le presentan como el ejemplo extremo de la vida dentro de una prisión salvadoreña.

Una mala praxis médica le dejó con las tripas al aire, le cuenta a BBC Mundo el también preso Carlos Mojica Lechuga o, como todos lo conocen en su banda, El Viejo Lin.

Él es uno de los máximos líderes de Barrio 18, pero también negociador de la tregua que desde marzo de este año está en vigor con la Salvatrucha para reducir los homicidios y poner fin al reclutamiento forzoso de jóvenes.

En una prisión donde se raciona el agua potable, donde mil hombres comparten catres en un dormitorio para 200 y sin luz… la salud simplemente parece un lujo, explica Lin señalando el estómago de su compañero.

El momento

Sin embargo, es en estas celdas de condiciones inhumanas, en la casa de El Zombie, donde muchos han puesto sus esperanzas para la paz en El Salvador, que desde hace tres décadas vive una cruenta guerra entre pandillas.

Un pacto mediado por el obispo castrense Fabio Colindres y el ex guerrillero Raúl Mijango que ha recibido la atención de organizaciones internacionales, como Naciones Unidas, pero también de otras pandillas de la región.

Y que, según el gobierno de El Salvador, ha favorecido la reducción del número de asesinatos en más del 50% en algunas partes del país.

A cambio, los promotores del acuerdo piden más oportunidades de educación y empleo en las cárceles, beneficios penitenciarios similares a los de otros reos y mejores condiciones de vida para las comunidades donde viven los pandilleros y sus familias.

Algunas medidas empiezan a llegar. En Cojutepeque al menos ya hay retretes, todo un hito para una prisión donde era habitual defecar en el suelo. El olor a excrementos, sin embargo, no se ha ido de la cárcel.

El siguiente paso, esperan los presos, es que instalen cubos de basura para evitar que el suelo del patio y los dormitorios sigan cubiertos de desperdicios.

"Tenemos miles de muertos en dos décadas, inocentes y combatientes, gobiernos que durante años creían equivocadamente que su política de mano dura o de hierro iba a sofocar el flagelo de las pandillas", dice el Viejo Lin durante una entrevista en la cárcel, rodeado por algunos de los pandilleros más veteranos de la 18.

"Han llenado las cárceles de compañeros jóvenes, pero nada ha funcionado. Ahora entendimos que las condiciones estaban maduras para que las autoridades del país entendieran que si hemos sido parte del problema, también podemos ser parte de la solución", añade.

Luciendo el 18 de su camiseta se hace paso entre sus compañeros, presos que llevan la marca de su pandilla en cada rincón de su piel, tatuajes que sirven de homenaje a los amigos caídos y tintas por cada rival "bajado".

"No podemos dejar de ser parte de la pandilla, estamos tatuados de por vida. Tenemos dos opciones: continuamos por el camino de robos, extorsiones y asesinatos; o, si logramos que se nos dé una oportunidad, reintegrarnos de nuevo a la sociedad como seres productivos", explica el Viejo Lin.

La Paz Mafiosa

Carlos Mojica Lechuga, como el obispo Colindres, habla ya de un "proceso de paz" en al país, similar al que El Salvador vivió hace 20 años tras el fin de su cruenta guerra civil.

Pero no todos ven en esta tregua una epifanía pacifista de los pandilleros.

Sectores conservadores de la sociedad salvadoreña, activistas y algunos medios de comunicación han asegurado que los líderes de B18 y la MS pretenden sólo mejorar sus condiciones en prisión, donde cumplen condena unos 100.000 pandilleros.

El Viejo Lin, como otros cabecillas, fue trasladado desde la cárcel de máxima seguridad de Zacatecoluca a una prisión ordinaria poco después de que se declarara la tregua, en lo que muchos interpretaron como un gesto del gobierno salvadoreño a cambio de la reducción en los índices criminales.

"Estamos ante una paz mafiosa", dice Antonio Rodríguez, un sacerdote que dirige un programa de rehabilitación de mareros en Mejicanos, uno de los barrios más humildes de San Salvador y bastión de la Salvatrucha.

"Cambiar la vida de 50.000 jóvenes afectados por las pandillas en todo el país no se va a conseguir dando televisores de plasmas y regalías a quienes están en la cárcel", le dice a BBC Mundo.

"Las pandillas se han convertido rápidamente en actores políticos, han alcanzado casi un rango diplomático, sentados en reuniones con el mismo secretario de la Organización de Estados Americanos", sostiene.

Gobierno "facilitador"

En efecto, la tregua entre los que están considerados como los principales enemigos para la seguridad pública de El Salvador –las pandillas causan el 90% de los asesinatos, según el gobierno— es un tema delicado para la clase política nacional.

Por un lado, altos funcionarios presumen de la drástica reducción de los homicidios que revelan los datos oficiales.

Por otro, se afanan en puntualizar que el gobierno no participa de este diálogo.

No quieren que dentro y fuera del país se pueda acusar al presidente Mauricio Funes de negociar con grupos criminales mientras los demás gobiernos de la región están sacando al ejército para combatir sus propios problemas de Seguridad Pública.

"Lo que hemos hecho es servir de facilitador de la tregua", le dice a BBC Mundo el ministro de Seguridad y Justicia, David Munguía Payés.

"Abrimos los espacios para que otros actores de la sociedad salvadoreña y la comunidad internacional pudieran participar en este proceso", afirma.

Este país centroamericano tiene la segunda tasa de asesinatos más alta del mundo, con cerca de 69 homicidios por cada 100.000 habitantes, según Naciones Unidas, solo por detrás de la vecina Honduras (con 92).

Pero según Munguía ya se ha pasado de 14 homicidios al día a un promedio de 5, y la mayoría siguen estando relacionados con la violencia entre bandas juveniles callejeras.

"Estábamos convencidos de que el gobierno sólo no podía disminuir los índices delincuenciales del país —sostiene el ministro—, ellos hicieron algo que el gobierno no podía hacer: sentarse a hablar con las pandillas para evitar la guerra entre ellas".

"Que de verdad cumplan"

En cualquier caso, los homicidios, las extorsiones y los robos con violencia no han desaparecido del todo en El Salvador.

Lo sabe bien la familia de Alison Renderos, una joven atleta de 16 años de la ciudad San Vicente.

Esta promesa nacional de la lucha deportiva desapareció de su escuela semanas después de declararse la tregua, en mayo.

Su cuerpo fue hallado desmembrado y con signos de tortura, un crimen que conmocionó a un país normalmente acostumbrado a la violencia.

El gobierno sostiene que Alison tenía relación con un pandillero. Pero su familia, que aún dice vivir bajo la amenaza de estos grupos, dice que la única culpa de la adolescente fue vivir, sin saberlo, en un territorio disputado por la M-13 (Mara Salvatrucha) y Barrio 18.

"Si yo tuviera enfrente a las pandillas les diría que se pongan la mano en el corazón, que se den cuenta que todos tenemos familia", dice una de sus allegadas.

"Y que si de verdad han hecho un pacto, que sean hombres, y que de verdad cumplan lo que digan y dejen de llevarse a la juventud de El Salvador, que es la que está peligrando", le asegura a BBC Mundo.

Su escuela todavía permanece rodeada por jóvenes que obervan atentos, desde la acera de enfrente, la llegada de extraños.

"¿Algún proceso de paz ha sido perfecto durante conflictos armados?", responde el Viejo Lin cuando se le cuestiona sobre crímenes como el de Alison Renderos, cometidos aún bajo la tregua.

"No tenemos una varita mágica. En unos pocos meses no es posible desaparecer todos los males", advierte.

Reconciliación

Quienes participan en la mediación aseguran a BBC Mundo que El Salvador se enfrenta ahora a uno de los mayores retos de su historia.

Transformar un pacto entre pandilleros en una paz duradera que no olvide a las víctimas y que a su vez permita la reinserción de los presos.

Y ofrecer una alternativa a miles de jóvenes sin oportunidades en los barrios más humildes del país, que ven en estos grupos la única manera de encontrar reconocimiento.

El Salvador celebra este año el vigésimo aniversario de los pactos que pusieron fin a una sangrienta Guerra Civil.

Pero la reconciliacion entre las pandillas y la sociedad, entre los compañeros de El Zombie preso y la familia de la joven Alison, podría ser mucho mas difícil de alcanzar que cualquier acuerdo de paz.

Al menos todos parecen estar de acuerdo en algo.

Lo que sueñan para El Salvador es que algún día se pueda cruzar de un barrio a otro sin miedo a que los maten.

BBC (Reino Unido)

 


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