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14/11/2012 | Guatemala después del Sur: I. El día de la traición

José Luis Sanz y Carlos Martínez

El 15 de agosto de 2005 la Mara Salvatrucha provocó en las cárceles de Guatemala nueve motines simultáneos que causaron 36 muertos, pero no lo hizo por odio. La ruptura del Sur, un pacto de no agresión con el Barrio 18 y el resto de pandillas, fue un movimiento estratégico gestado durante siete años por un motivo frío: negocios.

 

Los viejos códigos carcelarios de Los Ángeles siempre fueron un corsé apretado para los pandilleros guatemaltecos, pero en los años 90 los paisas, los civiles, dominaban los penales de todo el país, y correr el Sur parecía la única forma de sobrevivir.

Las deportaciones masivas iniciadas por la administración del primer presidente Bush apenas impactaban todavía en Guatemala, las pandillas llegadas de California no se habían levantado aún en las calles, y los escasos cholos, como se llamaba a todos los pandilleros, sin distinción de Barrio, eran en las cárceles como animales exóticos y peligrosos a los que domar. Por si acaso intentaban sacar las garras, los paisas los mantenían en celdas y sectores separados, siempre vigilados.

Sin excepción, al tatuado que caía preso le imponían humillantes tareas de limpiezas de suelos y baños, conocidas en argot carcelario como talacha, y le hacían pagar hasta por el lugar donde dormir. Las miradas de orgullo se cerraban con golpes. Pandilleros que estuvieron en esas cárceles aquellos días cuentan que la indisciplina se castigaba en ocasiones hasta con descargas eléctricas mientras los custodios miraban a otro lado. Desafiar la autoridad de los líderes paisas podía costar la vida en unas cárceles en las que las tablas, los recuentos diarios de reos, a menudo no cuadraban porque los muertos no duermen en sus celdas.

Por eso parecía necesario correr el Sur -Southern United Raza-, una norma aún vigente entre las pandillas del Sur de California que prohíbe que dentro de una cárcel corra la sangre entre latinos. Un acuerdo impuesto por la Mexican Mafia, la temida eMe, que sirve para protegerse de las numerosísimas pandillas de negros y blancos, e incluye el pacto entre enemigos de no agredirse en zonas que abarcan varios kilómetros alrededor de los penales.

En las calles, el Sur prohíbe también matar niños, violar mujeres o atacar al enemigo en presencia de su familia. Dentro y fuera de las fronteras de Estados Unidos, a las pandillas que defienden esta especie de código de honor se las llama pandillas sureñas; y sureños a los pandilleros que lo respetan.

Para 2002 los sureños guatemaltecos eran algo más fuertes y estaban más hartos. Decidieron rebelarse contra los paisas. En los penales y en la calle formaron ruedas sureñas en las que participaban uno o dos representantes de las muchas pandillas californianas que ya tenían presencia en el país: White Fence, Chapines 13, Eleven Street, Lenux, Harpies, Play Boys... y por supuesto de la Mara Salvatrucha y el Barrio 18, mucho más numerosas que el resto. Enemigos reunidos para comandar un solo ejército y tomarse las cárceles.

Durante un año, las órdenes de esas ruedas movieron engranajes en decenas de clicas y celdas. Sospechosamente, a ciertos penales comenzaron a entrar a diario pandilleros presos por pequeños delitos. Por un robo a una anciana, por tenencia de armas, por fumar marihuana justo delante de una comisaría. “Se les decía a los homies: vos hoy tenés que caer preso, y vos y vos, porque allá necesitan la esquina. Y allá que iban, y te dejabas caer preso”, cuenta un expandillero de la 18 que formó parte de esas ruedas sureñas. Armas de fuego, machetes, granadas, entraron a los penales ocultos en el cuerpo de esos presos voluntarios, o frente a los ojos de custodios cegados con un soborno.

Otro ex pandillero, este de la Mara Salvatrucha, cuenta cómo la pandilla entregaba armas a sus homies presos en la torre de tribunales, cuando salían a audiencia. “Solo decías que te había traído comida la familia, o cosas así, y ahí te daban tu pistola. Después al regresar al penal, como salíamos y entrábamos en grupos de a 10, al momento del registro nos agarrábamos a pencazos entre 7 u 8 de nosotros para que el que llevaba las ondas saltara la valla y fuera a descargarlas al sector 17”.

Los sureños acordaron fechas para las revueltas. Los objetivos principales eran la cárcel de Pavoncito y el Preventivo de Zona 18, dominios de dos líderes paisas especialmente destacados por su odio a los cholos. Por meses los pandilleros siguieron bajando la cabeza ante los reos comunes mientras planeaban el estallido.

***

Silvestre recuerda el día que entró al Preventivo en septiembre de 2002. Tenía 20 años y cargaba las letras de la Mara Salvatrucha en la piel. Se creía muy fuerte. Había matado por rutina -y, admite, con cierta dosis de placer-, desde que a los 14 años su hermana le regaló su primera pistola, una Amadeo Rossi calibre .38, un revólver pequeño de frabricación brasileña. En teoría debía servirle para defenderse de los constantes asaltos de un pequeño grupo de pandilleros del Barrio 18 que campaban por su colonia con actitud de finqueros. Pero Silvestre era un joven con iniciativa. Con esa arma comenzó a asaltar comercios y autobuses en otras zonas de la ciudad.

Dice que al principio solo disparaba al aire o a las piernas. Fue Sadman, un pandillero amigo suyo, deportado del Norte de California, el que templó el pulso y le enseñó a apuntar a la cabeza. También fue el que, cuando Silvestre le pidió brincarse a su pandilla, le puso freno con un buen consejo: “No te conviene. En Guate solopandillas sureñas van a quedar y las que se van a parar bien son la 18 y la MS. Mejor hacete de una de esas.” Antes de que terminara 1997 el ambicioso Silvestre ya había conseguido autorización para levantar su propia clica de la Mara Salvatrucha. Cuando en septiembre de 2002 llegó al Preventivo de Zona 18 le acusaban de diez asesinatos.

─No todos eran míos, pero no importa. Así es esta onda – dice Silvestre. Y sonríe. Sabe que también se ha librado de pagar por otras muertes que sí son suyas.

***

El 23 de diciembre un joven líder de la Mara Salvatrucha, el Vago de Coronados, encabezó un motín en el penal de Pavoncito, a las afueras de Ciudad de Guatemala. Mientras un centenar de pandilleros sureños derribaba muros y abría rejas para hacerse con el control del recinto, el Vago se lanzó directamente a la búsqueda de Julio César Beteta, que por años había sido el líder de los paisas en esa cárcel. Según publicaciones periodísticas de aquellos días, el Negro Beteta, como le llamaban, acumulaba más de 50 mil quetzales (más de 6 mil dólares) al mes en impuestos a otros presos, tenía una oficina junto a la del director, y a aquellos que no cumplían sus normas los encerraba en unas bartolinas en las que permanecían hasta quince días con agua hasta las rodillas.

A Silvestre le contaron que el Vago se amarró pedazos de colchoneta en el pecho y la espalda como armadura improvisada, agarró un machete en cada mano y se encaminó al Sector 5, donde se alojaba Beteta. Unas horas después posaba frente a las cámaras de todos los noticieros del país con la cabeza del líder paisa clavada en una larga estaca. Esa víspera de noche buena, el Vago de Coronados se cambió el apodo y decidió que en adelante se llamaría el Diabólico de Coronados. Su nombre sonaría muy fuerte en la década siguiente. Y aún lo hace.

El motín de Pavoncito duró dos semanas y reforzó el respeto del Diabólico en el interior de la Mara. 14 muertos y 50 heridos son medallas para un verdugo. A principios de enero él personalmente llamó a Silvestre para darle instrucciones: la misma suerte de Beteta debía correrla el líder paisa del Preventivo: Byron Lima.

El capitán Byron Lima Sosa era el preso más popular de Guatemala. Estaba condenado junto a su padre y otras tres personas por asesinar en 1998 al obispo y defensor de los Derechos Humanos Juan Gerardi, quién sabe por orden de qué hombre con alma de Caín y poder suficiente para evitar la cárcel. A Lima, que era parte del Estado Mayor Presidencial del ex presidente Álvaro Arzú, le calleron 20 años de prisión y nunca se dio con el autor intelectual del crimen. Quizá por eso el capitán, lejos de la deshonra esperable, conservaba importantes vínculos en las altas esferas políticas y del Ejército guatemalteco. Literalmente, gobernaba su propia cárcel. No solo recibía trato de favor, sino que imponía disciplina militar al resto de presos y controlaba todos los negocios del penal, los lícitos y los ilícitos. Lo cuentan varios expresidiarios y hace diez años era un secreto a voces: Lima tenía el monopolio de la compra de producto para los comedores y tiendas que los internos administraban intramuros. Lima te conseguía un teléfono y te vendía el saldo para usarlo. Lima introducía y vendía cualquier droga que se consumiera en el lugar.

“Si tenías pisto te recibía con los brazos abiertos,” cuenta Silvestre, “pero a nosotros... ʻLlévese a los cholos o los muchachos los van a matar ahí abajoʼ, les decía a las autoridades. Hasta el teléfono celular del director tenía, y ordenaba a los guardias que le abrieran o cerraran los sectores que él quería y los sombrereaba: ʻSi esas botas que cargás yo las mando a comprar. Abrime, ¿o querés que te despida o te haga trasladar?ʼ, les decía.

La palabra de Lima era la ley de dios en el Preventivo de Zona 18, y a Silvestre la Mara Salvatrucha le dijo que había que asesinar a ese dios.

El miércoles 12 de febrero de 2003, liderados por Spyder, del Barrio 18; Psyco, de la clica Alfa y Omega de la MS-13, y Chopper, también de Alfa y Omega, un total de 250 sureños desataron un motín en el Preventivo. Silvestre participó en él y cuenta que el capitán Byron Lima salvó la vida porque cuando inició la batalla no estaba en su celda del sector 7, sino en el área de visitas, donde logró protección de los guardias.

Quienes no escaparon a la guillotina de los cholos fueron sus lugartenientes. Ese día los pandilleros usaron las barras de pesas del gimnasio para abrir candados y asesinaron a siete hombres. Decapitaron a cuatro de ellos. Uno de los descabezados era Obdulio Villanueva Arévalo, un sargento mayor, antiguo compañero de armas de Lima, condenado a su lado por el asesinato de Gerardi. Cuentan que Villanueva trató de escapar de su celda haciendo a golpes un agujero en la pared, pero estaba demasiado gordo y no logró atravesarlo.

Después de la masacre del Preventivo, Lima fue trasladado varias veces, pero allá donde fue se llevó su autoridad consigo. Y su odio por los cholos. En 2008 tuvo su último enfrentamiento con ellos, en Pavoncito precisamente. Cuatro líderes históricos de la Mara Salvatrucha fueron decapitados por los civiles a las pocas horas de llegar trasladados al penal. Lima, el líder carcelario, asegura que trató de evitarlo pero no pudo. Diez años después, como si el tiempo se burlara de los muertos y de quienes matan en las cárceles de Guatemala, el capitán Byron Lima sigue siendo el principal líder de los paisas en el país y gobierna con rostro amable pero autoridad férrea el penal de Pavoncito. Dirige la cooperativa que controla todos los negocios del penal, incluida una maquila que elabora uniformes para la Fuerza Armada, y pese a que otros internos han puesto denuncias contra Lima por abusos, el actual director del Sistema Penitenciario lo considera un preso modelo.

Silvestre aún viste como si fuera pandillero pero hace siete años decidió que se bajaba del tren en marcha de la Mara Salvatrucha. En la cárcel había conocido a su segunda esposa y concebido con ella su segundo hijo. A este no quería perderlo como al anterior, que vive con su madre en Estados Unidos. “Hoy tengo por quién vivir y quiero vivir por ese alguien”, les dijo a los líderes de la Mara. Le sentenciaron a muerte.

Sentado en un banco de piedra, en la cárcel en la que todavía cumple condena rodeado de paisas y de otros pandilleros retirados -pesetas, traidores, los llaman los activos-, cuenta de nuevo la forma en que se les escapó Lima como si fuera una jugada intrascendente en mitad de un partido de fútbol que viene durando años y ya le aburre. Asegura que, al fin y al cabo, matar al capitán Lima era solo una parte de la misión y que en las instrucciones que Diabólico le dio en enero de 2003 había en realidad un plan oculto más importante.

─El motín en Preventivo tenía otro fin. Cuando hablamos, Diabólico me dijo que el plan era que por el motín nos movieran a todos a Pavoncito, para cumplir con lo que se había hablado en el 99. 

─¿Y qué es lo que se había hablado en el 99? 

─La ruptura del Sur. Diabólico quería que se rompiera ya de una vez, en Pavoncito, pero necesitaba tener a más gente, porque los de los números eran demasiados.

Tal y como Diabólico había calculado, las autoridades castigaron a los responsables de la masacre trasladándolos a Pavoncito, porque en ningún otro penal los quisieron recibir. Con una lógica similar a la que en esos mismos años estaba aplicando en El Salvador al separar a la MS y la 18 para que no se mataran, el Estado guatemalteco decidió separar a los cholos del resto de presos. Cómo imaginar que la Salvatrucha jugaba con el sistema para sus propios fines.

Pero esos fines de la MS-13 encontraron un nuevo obstáculo. “Al llegar a Pavoncito vimos que éramos muy pocos. Ellos nos duplicaban en cantidad de soldados”, dice Silvestre. El expandillero piensa que los dieciocheros ya sabían lo que sus enemigos tramaban y por eso habían intensificado la entrada de gente al penal, a la espera de que alguien tirara la primera piedra. De los cerca de 700 internos, calcula que unos 250 eran del Barrio 18 y que los salvatruchos no llegaban al centenar. Los mareros tenían pocas pistolas y balas para enfrentar a tanta gente.

─En Pavoncito siguieron las ruedas sureñas, pero era todo una gran mentira. Cada vez que había una buruca, los llaveros de los números convocaban a los de letras y al resto del Sur para pedir calma, pero nuestrosllaveros iban siempre a aquellas reuniones con un par de granadas y alguna nueve, por si acaso algo -cuenta Silvestre.

El 13 de abril de 2003, Martes Santo, dos avionetas sobrevolaron el penal arrojando volantes de papel que decían “Cristo los ama, conviértanse”. Desde el aire la Policía estaba grabando imágenes del recinto para preparar un asalto al día siguiente. En la madrugada del Miércoles Santo, un millar de policías entraron a Pavoncito con la intención de esposar a todos los pandilleros y trasladarlos a otros penales. Milton Navas, el Gato de Hoover, del Barrio 18, salió de su celda disparando una subametralladora y mató a un policía justo antes de que lo abatieran. Silvestre cree que reccionó así porque no supo que era una requisa y pensó que se estaba rompiendo el Sur.

La mayoría de líderes fueron a parar a Escuintla. El Estado reaccionaba con aparente dureza, aislando a los más asesinos, separando a esos animales tatuados de los presos considerados normales. En realidad, los pandilleros se habían ganado sus propias cárceles y ahora, libres del acoso de los paisas, los líderes de la MS podían por fin armarse lo suficiente como para cumplir su objetivo.

─El Sur lo queríamos romper porque los vatos de los números eran... muy feo su modo, pues. Nos andaban taloneando los negocios, todo copiaban. Nosotros deseábamos operar solos, desde la cárcel pero solos. De ahí que en la Mara vivíamos el Sur como una hipocresía y pasamos los años siguientes trabajando en las calles para comprar armas y meterlas a los penales para romperlo -recuerda Silvestre-. Pasamos esos dos años en el ʻespérense, espérenseʼ.

***

Buster tiene 26 años, es delgado, y su mirada triste y distraída lo vuelve amable a la vista. No tiene tatuajes en el rostro. Solo un fino bigote sin el cual le costaría parecer adulto. Fue miembro de la MS-13 durante más de quince años, antes y después del Sur, y conoció a una Mara de la que ya pocos vivos tienen recuerdos: la de los primeros pasos en Guatemala, la de los primeros dilemas.

Una Mara Salvatrucha que pensó en hacer negocios en grande antes que otras pandillas. Y que fue despiadada antes que el resto.

─En el 96 vino el tráfico, y los (de la clica) Gangster Locos empezaron a matar a gente de la misma Mara -dice Buster-, porque vieron que el dinero estaba en el tráfico. Ellos fueron los primeros que decidieron trabajar para ciertos traficantes.

─¿Y el resto de clicas, les siguió?

─Parte de la Mara no estaba de acuerdo con trabajar para alguien, y se paró. Ahí empezaron las guerras dentro del mismo barrio. El barrio empezó a alegir clicas. Y al resto, se le encendían luces.

─¿Cómo así? ¿La Mara encendió luces verdes a algunas de sus clicas?

─Cabal. Yo solo era chequeo (pandillero a prueba, que no ha sido brincado o pasado por la ceremonia de admisión como miembro pleno) en esos días, y me tocó recibir órdenes. Ponele: a nuestra clica nos dieron 13 días para acabar con otra clica y era o nosotros o ellos. El Shark de Normandie, el Soldado de Coronados, y el Chapín de Centrales, que había venido del Norte, nos dijeron. Y nos dieron carros, pistolas, motos... Igual le pasó a la clica de mi hermano, que tuvo que matar a otra.

De su hermano, mayor que él, también marero, escuchó Buster una historia que él no puede imaginar sino cierta y que dibuja un rasgo más en el rostro de la MS-13: en 1998 ya algunos palabreros de la Mara Salvatrucha, encabezados por el Shark de Normandie, tenían decidido seguir el ejemplo de El Salvador, donde el Surangelino nunca llegó a instaurarse y la guerra con la 18 se libraba no solo en las calles sino también en las cárceles. Querían romper con las tradiciones angelinas y establecer sus propias reglas para la guerra pandilleril en Guatemala.

Al saberlo, según le contaron a Buster, los homies angelinos enviaron a un emisario, el Snyper de Adams, un pandillero fornido, bigotudo y peinado hacia atrás. En el pecho tenía las letras de la Mara y el tatuaje de un dragón. Traía con él un mensaje con una sentencia de muerte: el Sur no debía romperse, y se le había comisionado matar al Shark para hacerlo saber. Hubo un meeting, en el Cementerio Nacional en la Zona 3, un lugar controlado por la MS-13 y por los cientos de zopilotes que pueblan el enorme basurero junto al cementerio. A la reunión acudieron palabreros de varias clicas. Snyper pensó que iban a escucharle. Tal vez imaginó que se ahorraría una bala.

Lo que Buster sabe es que ese día, delante de aquella rueda, como en un ritual para matar al padre, la Mara Salvatrucha ejecutó al Snyper, quemó su cadáver y lo arrojó al basurero. La voz de Los Ángeles, si alguna vez había sonado a autoridad, quedaba silenciada en las cabezas afeitadas de los mareros guatemaltecos, enterrada con el Snyper entre sucios pedazos de ropa y apestosos restos podridos de comida.

─¿Quién te dijo eso? -pregunta Diabólico mirando de reojo, cuando le contamos del Snyper, del meeting en el cementerio, del cuerpo arrojado al basurero.

Esposado de pies y manos, completamente vestido de blanco como un santero, con un gorro también blanco calado hasta las cejas y ojos recelosos, Jorge Yahir de León, Diabólico, se parapeta en monosílabos cuando le preguntamos por los años que la Mara Salvatrucha pasó planeando romper el Sur. Levanta la barbilla y deja ver los tatuajes de su cuello, que parecen ser ellos solos los que sostienen su cabeza. Las autoridades guatemaltecas dicen que Diabólico es desde hace algunos años el principal líder nacional de la Mara Salvatrucha y que desde la cárcel de máxima seguridad en la que estamos, Fraijanes I, da órdenes a otros penales y de ahí a todo el país.

La autoridad de Diabólico se esculpió a base de ser más violento y espectacular que sus camaradas. “ya desde las cárceles de menores venía armando motines”, dice Silvestre. En febrero de 2007 se le culpó de liderar el asesinato, en la cárcel del Boquerón, de los cuatro policías que asesinaron a su vez a tres diputados salvadoreños del Parlacen y su motorista, aunque de esas muertes Yahir fue después absuelto en juicio. A finales de 2005, intentó matar a puñaladas a tres dieciocheros durante una audiencia, en la sala de un juzgado. Detrás de nosotros, seis custodios penitenciarios armados con porras no pierden de vista al pandillero engrilletado. Otro más sostiene amenazante una especie de extintor con forma de pistola en su extremo. Es un enorme rociador de gas pimienta.

Diabólico escucha más que habla. Mide la intención de nuestras palabras y el efecto de las suyas.

─No te podemos dar la fuente. Solo queremos saber si la historia es cierta.

─No es cierto -dice Diabólico-. No hay ningún Snyper.

Sí lo hubo. Pandilleros en Estados Unidos recuerdan a un guatemalteco al que llamaban Snyper de Adams, y cuando se les cuenta el relato de Buster parecen entender por qué ese homie despareció de Los Ángeles de repente, para siempre, a finales de los 90. Pero niegan que la pandilla lo hubiera enviado a Guatemala en misión para defender el Sur. “Era un vato raro, que se creía más mente de lo que en verdad era. De esos que hablan creyendo que gran conocimiento, ¿va?, pero solo casaca”, dice un antiguo homie suyo. "Una vez le dimos una gran vergueada porque no venía a los meetings y no se estaba parando bien. Fue la última vez que lo vi”, cuenta un veterano angelino que ahora vive en Washington.

─Como sea, al final el Sur sí lo rompió la Mara Salvatrucha, ¿no es así, Yahir?

─Sí, nosotros lo rompimos, por qué negarlo. Las situaciones que se vivieron en las cárceles, las presiones, llevaron a que se rompiese eso. “Si la duermo me van a jalar”, pensaba uno.

─La idea era entonces romperlo ustedes antes de que lo hiciera la otra pandilla.

─Es que se juntó bastante pandilla de ellos, y nos querían meter en un solo lugar a los de la Mara, pero nosotros no aguantamos casaca. Somos pocos, pero sabemos a quién metemos, no como ellos. Ellos al ver que eran un vergo, querían destruirnos con pura política suya.

A finales de los 90 el Barrio 18 creció frenéticamente en las colonias más populosas de la capital y el desbalance de fuerzas con la Mara Salvatrucha se hizo cada vez más incómodo, en la calle y sobre todo en los penales. La MS guatemalteca detestaba medularmente a la 18 y, al ver cómo brincaba a más y más patojos, cómo hinchaba su pecho, temió llegar un día a temerla.

Pero las presiones de las que habla Diabólico tienen más que ver con los negocios que ambas pandillas dirigían dentro de los penales y los planes de crecimiento empresarial que escondía la Mara en las calles. Silvestre asegura que los dieciocheros copiaban los sistemas de extorsión telefónica que los salvatruchos iban ideando y atraían la atención de la Policía. Líderes de la 18 explican que, a medida que aumentaba su población carcelaria, introducían mayores cantidades de droga en los recintos, se permitían bajar los precios de cada dosis y arrinconaban a los dealers de la Salvatrucha.

La guerra entre la Mara Salvatrucha y el Barrio 18 hace mucho que dejó de ser solo por honor o por cadenas de venganza. En Guatemala, el Sur era un lastre para los planes de negocio de la Mara. En las pandillas la cárcel gobierna a la calle y la MS-13 estaba harta de compartir sus oficinas corporativas con el Barrio 18.

***

Parado en medio de aquel patio carcelario que estaba listo para una batalla, mirando hacia sus homies del Barrio 18 pero gritando también hacia el otro extremo, para que le oyeran sus enemigos de la Mara Salvatrucha, el Trouble pidió calma: “¡Nel, al suave, al suave! Me extraña, raza, ¿qué hemos hablado?”

Pedir calma era casi imponerla. Aunque muchos de sus propios camaradas de la 18 desearan en ese momento pasar por encima de él, derribarlo en una carrera y lanzarse a cuchilladas hacia los descamisados que esperaban al otro lado. “¡Vos tu madre, a la verga con esto!”, le decían.

Minutos antes, una discusión entre un dieciochero y un miembro de la MS-13 había derivado en una pelea a puños. De inmediato, en uno de los reducidos patios de la Comisaría 31 de Escuintla, una cárcel para 200 presos a la que todos llaman El Hoyón, se habían formado dos grupos de hombres dispuestos para sacar de sus celdas las armas escondidas y, a machetazos o a tiros, poner fin para siempre al Sur.

A los dieciocheros solo los frenaba la autoridad del Trouble. Pandilleros guatemaltecos recuerdan cómo en los años 98 y 99 la presencia de Jacobo, el Trouble, recién bajado de Estados Unidos, convirtió a la clica Hollywood Gangsters de la Zona 6 de Ciudad de Guatemala en un foco de atracción para dieciocheros de todo el país. El Trouble irradiaba autoridad más allá de su clica. Tenía respeto en todo el Barrio. “Tenía mente”, dicen los actuales líderes de la 18. “Portaba un cerebro grandísimo el compadre.” “Era de aquellos que, la neta, ¿que loshomies de allá andan pidiendo esquina y les están entrando los de la MS? Puta, para allá iban carros, armas, porque él lo decía”.

Fue ese respeto el que le permitió aquel día mantener en pie las leyes que la Eighteen Street se había traído consigo desde sus orígenes en Los Ángeles y contener el instinto asesino de su gente en El Hoyón. Algunos miembros de la MS-13 hicieron lo mismo entre los suyos y ese día no se rompió el Sur. Corría 2003.

El Trouble salió libre en 2004 y lo mataron poco después. Había ido a la granja penitenciaria de Pavón a visitar a otros pandilleros de la 18, y pistoleros de la Mara Salvatrucha le esperaban a la salida. Le siguieron en taxi algunos kilómetros, hasta que se alejó del perímetro carcelario, y lo asesinaron.

***

La rueda del Barrio 18 estaba reunida en una celda cuando sonaron los dos primeros disparos. Blam, blam. “Vaya, homies, qué pedos, es aquí dentro”. Las detonaciones llegaban del otro lado del muro, de las celdas y el patio que ocupaba la Mara Salvatrucha, pero el griterío que las siguió recorría todo el recinto. El Abuelo, el Pantera, Criminal, Driver, Snoop, Spider, Lobo... los grandes nombres de la pandilla, supieron al instante que se habían equivocado. Afuera había 160 dieciocheros descalzos y vestidos solo con boxers y camisetas, esperando la muerte con las manos vacías.

Una media hora antes, un homie les había advertido que creía haber visto a un salvatrucho con un arma de fuego, pero no quisieron hacerle caso. Imposible, le dijeron. La ruptura del Sur era un riesgo evidente desde hacía años, y algunos líderes de la 18, como Criminal, Lobo o Abuelo incluso habían propuesto varias veces al resto de la rueda tomar la iniciativa y sacar ventaja. Pero hay miedos y deseos que nunca se cumplen y acaban por diluirse en las rutinas. Cuando alguien propuso introducir en el penal al menos un par de pistolas, para tenerlas guardadas por si acaso, la respuesta de Driver y Spider fue no. “Si las ven, ahí sí las letras la van a querer reventar”. El 15 de agosto de 2005, cuando en el Hoyón sonaron los primeros dos disparos del lado de la MS-13, los presos del Barrio 18 no tenían consigo ni una sola arma de fuego.

El día había amanecido extraño. Cuando a las 7 am se abrieron todas las celdas, los miembros de la Mara Salvatrucha ya estaban todos calzados y con los tenis amarrados. Los de los números, en cambio, se encaminaron en chancletas hacia su patio, para asearse, desayunar y esperar que a las 9 se encerrara la ruedaa su acostumbrada reunión de cada mañana y comenzara la rutina de ejercicio diario que se autoimponía el Barrio 18.

A las 9 también la rueda de la Mara Salvatrucha entró a reunirse a una de sus celdas, como todos los días. Pero esta vez tardaron apenas unos minutos en salir, pistola en mano. Los primeros blam, blam fueron disparos en la cabeza de dos pandilleros de White Fence que se les atravesaron en el camino. Romper el Sur no era solo romper con la 18, sino con todos los sureños, incluso con aquellos, como los White Fence, con los que la MS-13 había mantenido alianzas por años en las calles de Guatemala y a los que había tratado como iguales en las cárceles. A esos disparos les siguió la explosión de una granada que causó los primeros muertos de la 18. Después, en aquella pequeña cárcel, una bartolina policial reinventada como penal para pandilleros, todo fueron gritos, disparos, explosiones y carreras.

El Hoyón, la Comisaría 31 de Escuintla, es una edificación de muros blancos con pequeños torreones y almenas, un castillito de una sola planta y apariencia frágil que más parece una escenografía en miniatura que una cárcel. En su interior, además de las oficinas administrativas, hay un recinto cuadrado y en el centro de éste una rectangular con doce celdas, seis por lado, que lo divide en dos pequeños patios comunicados por los lados.

Cuando los pandilleros de la Salvatrucha, que no llegaban al centenar, comenzaron a avanzar de un patio al otro con aquellos que tenían armas de fuego al frente, los dieciocheros, aunque eran más que su enemigo, se sintieron en una ratonera.

Unos pocos alcanzaron las celdas, se refugiaron bajo sus catres y se protegieron con los colchones. La mayoría optó por correr sin parar dentro de aquella trampa en un desesperado intento por esquivar las balas. Nadie trató de sacar los machetes de las celdas. De qué sirve un cuchillo, por largo que sea, frente a un revólver.

Pero los mareros disparaban agazapados, con miedo, cubriéndose de unas balas que jamás llegaron. No concebían la posibilidad de que sus adversarios hubieran jugado limpio, que no tuvieran un as bajo la manga, que no tuvieran ni una sola pistola.

Si la Mara hubiera sabido que los dieciocheros no estaban armados, probablemente ninguno hubiera quedado vivo.

La rueda del Barrio 18, los líderes, fueron los más encerrados de todos. Bajo la lluvia de plomo intentaron una y otra vez salir de la celda y unirse al resto de sus acorralados homies, que se arrastraban heridos, se apretaban contra los muros o trataban de escapar ensangrentados por los tejados. Hasta que una granada cruzó la reja de la puerta y estalló entre ellos. Las esquirlas hirieron a Lobo y destrozaron a Pantera.

Un dieciochero gritó que había que avisar por teléfono al resto de penales, pero para todo era tarde. Se trataba de un golpe programado y el ataque en otros centros había sido simultáneo. A las 9 de la mañana los líderes de la Mara Salvatrucha habían puesto sus teléfonos celulares en conferencia entre todas las cárceles del país donde había pandilleros. Nueve en total, incluidas las de menores.

Los custodios de todos esos centros estaban desconcertados. En Chimaltenango y Cobán lograron intervenir antes de que hubiera muertos. En Pavón, donde Diabólico se encargó de encabezar el ataque, tuvieron que dar cobijo a un nutrido grupo de pandilleros de la MS-13 que saltaron los muros de sus sectores para huir, porque se negaban a romper el pacto sureño y participar de la masacre. En el Hoyón, al ver a los pandilleros subirse a los tejados, los guardias se soltaron a dispararles. Algunos de los dieciocheros muertos de ese día en esa cárcel fueron obra suya. La vida de un reo, o de diez, o de cien, no es una preocupación real cuando existe la posibilidad de un escape.

Ese 15 de agosto en las cárceles de Guatemala murieron en total 36 personas. El presidente Óscar Berger, de viaje oficial en Taiwán, dijo en sus primeras declaraciones sobre la masacre que lamentaba las pérdidas humanas pero celebraba que no hubiera habido fugas.

También en las calles aquel día se desató la furia. Buster, el marero de rostro triste, cuenta que en su clica los llamaron a meeting a las 8 de la mañana y les entregaron armas. A los siete que, como él, estaban brincados, y a todos los chequeos, 25 pandilleros en total. “Nos dijeron que el Sur se rompía ese día, que ya sabíamos qué teníamos que hacer, que había que golpear todo lo que pudiéramos”, dice.

Cuenta que él se subió a una moto de las que solían compartir, robadas, y se fue hacia Carolingia, territorio del Barrio 18, armado con una 9 mm en el frente del cinturón y un revolver .38 a la espalda. Le gustaba especialmente ese .38. Buster ya había matado antes, pero pensaba que era un día para lucirse. Llegó a Carolingia como a las once, parqueó y caminó tres cuadras hasta llegar al punto de la clica CLG. Los encontró reunidos, a 12 ó 15 de ellos, y disparó una y otra vez sin dejar de caminar hacia ellos. Dice que cuando el grupo se dispersó, en el suelo había tres cuerpos. No quiso dar tiempo a que el resto regresaran armados y salió corriendo de nuevo hacia la moto, volvió a su punto para cargar municiones y enfiló hacia la Zona 6 junto con otros homies, todos en motos. Querían matar más antes de que acabara el día.

Cuando llegaron al Barrio San Antonio ya entraba la tarde. Se sabía lo que había pasado en los penales y todos los puntos estaban en alerta. Sintieron caliente la vibra. “Nos esperaban armados y al vernos comenzaron a detonar”, cuenta Buster. Allí perdieron a uno de los suyos, un brincado. “Dejamos tirado allí al compadre. Por la noche lo andaba pidiendo su familia”. De regreso, en Zona 1, cruzaron disparos con un grupo de policías pero siguieron su camino. De ahí fueron a la Zona 18, al Limón, al Paraíso... Hirieron a varios pandilleros de la 18 y perdieron a un chequeo de la MS-13.

Opacados por la cadena de motines en las cárceles, ni esos tiroteos ni esas muertes merecieron una sola línea en los periódicos del día siguiente. Ni una línea.

Esa noche, Buster y sus homies de la Mara Salvatrucha celebraron con cervezas y carne asada. “Creo que amanecimos”, recuerda. “Al día siguiente todo había cambiado.”

Después del 15 de agosto de 2005 el Barrio 18 se prometió a sí mismo no confiar nunca más en sus enemigos y no olvidar lo sucedido. Abundan los dieciocheros que se grabaron en la piel, en un brazo, en el rostro, la fecha del agravio y el nombre de algún caído. La mayoría construyeron con su dolor un nuevo odio hacia la Mara Salvatrucha y corearon la voz de los llaveros más guerreros, como Lobo, como Criminal, que en los años siguientes, convertidos en líderes, quisieron demostrar a toda Guatemala, en las calles, con violencia, que la 18 no era débil.

También hacia dentro de la pandilla se envió ese mensaje. En cuanto comenzaron a cicatrizar las heridas de bala y esquirlas, inició una purga interna cuyas primeras víctimas fueron aquellos miembros de la rueda que habían defendido hasta el último momento el Sur. Driver, a quien el Trouble en persona había nombrado su sucesor en la cúpula del Barrio, fue ejecutado en el Hoyón por sus mismos homies a mediados de septiembre. Spider murió en el penal de Mazatenango antes del fin de 2005, también ajusticiado.

Otros hombres de respeto que sobrevivieron a esa purga perdieron poco a poco liderazgo en esa pandilla ensatanada por sentirse herida. En cierto modo, el Barrio 18 también comenzó a perder sentido para los pandilleros de la vieja escuela, forjados en la supuesta mística de la hermandad y de cumplir la palabra.

El Faro (El Salvador)

 


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