China se ha transformado en un socio económico y comercial fundamental para América Latina. En tanto tal debe ser también un componente importante para ayudar a afrontar las incertidumbres que rodean a América Latina con respecto a su futuro económico. Incertidumbres que, en no pequeña medida, fueron la resultante de la entrada en escena de China dentro de nuestro firmamento.
Los gobiernos latinoamericanos deberían definir su relación con China a partir de un trípode conformado por propósito, credibilidad y eficacia. Un propósito que clarifique los objetivos que desea obtener por intermedio de esta relación. Una credibilidad que sea expresión de las bazas de la que se dispone frente a un interlocutor que sustenta su aproximación al mundo en un realismo duro. Una eficacia sustentada en la habilidad para obtener resultados.
Tanto el propósito como la credibilidad deberían quedar delineados formalmente en lo que en diplomacia se conoce como un "Libro Blanco". Es decir, un papel de trabajo que plasme los lineamientos estratégicos de la relación. Definir una estrategia a largo plazo y apoyar la misma en un conjunto explícito de herramientas de poder, resulta vital cuando se interactúa con un promotor cerebral e indoblegable de su interés nacional como lo es China. Ello no sólo implica saber dónde se quiere llegar sino también conocer los instrumentos de poder de los que se dispone. Entre estos últimos América Latina puede contabilizar en su haber 15% de las reservas mundiales de petróleo, 25% de las tierras cultivables, 30% del agua del planeta y 40% de las reservas globales de oro y cobre. La eficacia (que cuando se negocia con China significa ante todo determinación y pulso firme), puede verse grandemente facilitada cuando se dispone de claridad con respecto a los fines y a los medios disponibles.
Poder frente a poder debe ser la esencia de la relación con China y para ello nada resulta tan importante como la fuerza de bloque. Separados los países latinoamericanos pueden poco ante a un Estado que ha prevalecido frente a las corporaciones más poderosas y las naciones más ricas. Juntos, la coincidencia en lo que deseamos obtener de China (transferencia de tecnología, inversión en infraestructura, mayor volumen de compra de manufacturas, etc.), se suma a la unión de fortalezas.
¿Quiénes conformarían el bloque? Las opciones son tan amplias como diversos los mecanismos de integración latinoamericanos, los cuales abarcan desde el ámbito regional hasta los subregionales. América Latina puede amalgamarse a este fin como un todo o como fracciones del todo. Mientras más se unan mayor será el poder de negociación disponible, pero también lo será la heterogeneidad de sus intereses. Juntos, Brasil y México pueden mucho, pero sus intereses en relación a China pueden no ser los mismos. El dilema consiste, por tanto, en abarcar más a costa de apretar menos o en apretar más abarcando menos.
Ser socios de China puede traer inmensos beneficios, pero a condición de tener claro lo que se quiere y cómo alcanzarlo. Transformarse en un interlocutor pasivo y reactivo frente a ese país, por el contrario, puede resultar una ocupación peligrosa.
