Nadie que no viviese obsesionado por presuntas conspiraciones en su contra y no se sintiese atacado por cualquiera que no compartiese su forma de hacer política, hubiese puesto el grito en el cielo. Pero el kirchnerismo cree en los fantasmas y en las brujas. Por eso confundió un inocente partido de futbol con una maniobra de dos enemigos enderezada a expensas del gobierno nacional.

El episodio, con un actor principal diferente, acaba de repetirse. Esta vez en La Ñata, dirimieron supremacías el equipo del mandatario bonaerense —con él incluido entre los jugadores, claro— y su similar del gremio de los camioneros. Hugo Moyano, a diferencia de Mauricio, lo vio desde las gradas porque es difícil imaginarlo, con sus kilos y años a cuestas, corriendo tras una pelota, tratando de desmarcarse y tirando paredes y caños con su hijo en una cancha de dimensiones reducidas, ideal para los habilidosos.

Claro que las diferencias excedieron con creces el hecho de que mientras el lord mayor de la Capital Federal se puso los pantalones cortos, el líder sindical no traspiró nunca la camiseta. En realidad Scioli y Macri, si se analiza con algún detenimiento sus respectivas estrategias de cara a 2015, no son complementarios sino competitivos entre sí. Esto en razón de que, en alguna medida, las tribus electorales que tratan de seducir son las mismas. Al momento de juntarse pensaron más en una demostración de cultura política que en una futura alianza electoral o algo por el estilo.

Lo que dejaron en claro entonces es que se puede disputar políticamente sin por ello recurrir al agravio o pensar siempre en términos bélicos. Cualquiera pudo darse cuenta, luego de la goleada que el combinado del gobernador le propinó a la del intendente, que por sobre el inevitable conflicto que permea a la actividad política, hay entre Scioli y Macri un espíritu de consenso muy acusado.

Moyano es otra cosa. Su llegada a La Ñata estuvo precedida por una declaración que se compaginaba muy bien con la que, semanas antes, había ensayado Scioli reconociendo cuanto era un secreto a voces: sus aspiraciones presidenciales. El camionero, ni lerdo ni perezoso, le agregó una nota especial que no pasó desapercibida en las tiendas de campaña kirchnerista. Dijo que si el compañero Scioli era de la partida en 2015, el movimiento obrero lo respaldaría en toda la línea.

Más claro…

No se necesita ser un peronólogo de nota para saber que no son pocos los gobernadores, intendentes, senadores, diputados, sindicalistas y referentes de distinto tipo del justicialismo que ven con agrado la candidatura del ex–motonauta. Al mismo tiempo y en atención a las reglas no escritas del Movimiento, nadie sacará los pies del plato mientras Cristina Fernández mantenga el poder y el tema de la re-re siga siendo prioritario en la agenda de la Casa Rosada. La viuda de Kirchner, en tanto y en cuanto no trastabille, tendrá asegurado el silencio o la obsecuencia del PJ.

Salvo, claro, el de aquéllos que o nunca comulgaron con el matrimonio santacruceño o han terminado —luego de años de alianza— dinamitando los puentes de comunicación con el kirchnerismo. Hugo Moyano —como se comprenderá— es la figura emblemática de este último grupo. Principal aliado y socio de Néstor entre 2003 y 2008, hoy —por razones que no son del caso analizar— se convirtió en un enemigo acérrimo de la presidente. Como no tiene posibilidades de recomponer el vínculo con el gobierno o de pactar una tregua y abrir un compás de espera, el camionero sólo puede huir hacia delante. Cristina Fernández lo detesta y, si por ella fuera, desearía verlo preso o despojado de todo predicamento.

Moyano no ha hecho nada que no estuviera en la lógica de las cosas. Trasparentó un apoyo que se veía venir por motivos obvios. No traicionó a nadie y, seguramente, a ninguno de sus acólitos o de sus opugnadores le sorprendió el paso dado. Daniel Scioli, de su lado, que en otras circunstancias hubiera retrocedido espantado o hubiese tratado de disuadir al sindicalista de respaldarlo de manera tan desfogada, lo acepto de buenas ganas. Al fin y al cabo la invitación fue suya. El resultó el anfitrión y sólo un iluso podría pensar que, en este caso, no hubo segundas intenciones.

De momento es prematuro tejer especulaciones respecto de qué tanto le agrega en términos electorales Moyano a Scioli. Primero porque los comicios del año próximo —aun cuando, como todo parece indicarlo, fuesen adelantados— están lejos y no ha sido decidido ni se encuentra escrito el papel que jugará el bonaerense. Segundo, porque el camionero tiene que pasar con éxito una prueba de fuego en la CGT el 12 de julio. Y tercero, porque falta una eternidad para 2015.

No es prematuro, en cambio, hacer notar que, más allá de lo estrictamente electoral, la decisión de Moyano no ha sido unilateral. Ha tenido la aquiescencia indisimulable de Scioli, lo cual no es un dato menor. Si se repara en lo cuidadoso que ha sido en su vida pública el gobernador y la subordinación —por momentos insoportable— que lo ha unido a los Kirchner, que en un momento así y después de vocear su vocación presidencial se haya dejado cortejar por el titular de la CGT en las narices de Cristina Fernández, dice mucho en punto a la reconstitución de las alianzas dentro del peronismo.

Poco importa hoy determinar el número de votos que eventualmente pueda acercarle uno a otro. El tema no pasa por ese meridiano. Se trata de una relación naciente cuyo eje es el peso del gremialista con mayores recursos y capacidad de movilización del país y el calado de quien hoy está al frente en todas las encuestas creíbles en cuanto a imagen y a intención de voto en la provincia de Buenos Aires.

Hugo Moyano ya rompió con el oficialismo de manera definitiva. Daniel Scioli quizá no rompa nunca. Pero la política —sobre todo en estos tiempos, caracterizados por la aceleración de la crisis económica— nunca es lineal. No es con referencia al kirchnerismo que debe medirse el paso adelante que han dado juntos. Es con referencia a cuanto pueda suceder en una situación extraordinaria en el país o en el supuesto de que Cristina Fernández no consiga llevar adelante su sueño de quedarse en Balcarce 50 hasta 2019.