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06/06/2012 | Is Greece European?

Robert Kaplan

En un mismo día, ayer, comenzaron a moverse los dos únicos límites que tuvo el kirchnerismo en su experiencia de poder. El Senado y el sector rural. Esta vez, al revés de 2008, no vienen juntos, pero son coetáneos de nuevo como protagonistas dentro de una crisis política y de popularidad que aflige a la Presidenta.

 

Nadie, ni siquiera el Gobierno, puede predecir tampoco el final de ambos conflictos. Todo está en el aire. Un eventual rechazo senatorial a la designación de Daniel Reposo como jefe de los fiscales podría convertirse en una divisoria de aguas para la gestión de Cristina Kirchner. Los productores rurales sienten que han sido convocados a un combate por la revancha de la derrota kirchnerista hace cuatro años.

El problema del oficialismo es que, como en 2008, no se trata sólo de conflictos aislados. Hay una distancia cada vez más pronunciada entre la Presidenta y vastos sectores sociales, liderados por la clase media urbana. La caída abrupta de casi todas las variables de la economía y la prohibición de acceder al dólar están destacando valores que habían caído en el olvido. Desde la corrupción hasta la arbitrariedad, pasando por el despilfarro de los recursos estatales o por las formas autoritarias de gobernar una democracia.

La Presidenta intuye esa ruptura. En su discurso de Catamarca, anteayer, recorrió las maneras y los gestos al hablar que sus asesores le aconsejan abandonar. Era una celadora enojada. Revisó la historia, más con los chismes que con el rigor. Convocó a entregar la vida por la patria, cuando no hay ninguna otra guerra que no sean las muchas e inútiles que declara el kirchnerismo. Anunció que no rectificará ninguna política económica, pero menos aún la que frenó las importaciones. Mandó a los industriales a fabricar todo en el país, aun los insumos más sofisticados. Sólo Guillermo Moreno pudo haberle dicho que esa política tendrá resultados inmediatos sin paralizar la producción nacional. La matriz productiva de la Argentina depende de insumos importados, guste o no. El problema es que ella cree que las fantasías de Moreno pueden transformarse en realidades.

La crisis de popularidad de la Presidenta tiene sus reflejos en el Senado y en las decisiones de los líderes rurales. Pero también interpela a la propia sociedad. Ante viejos y graves problemas institucionales o ante sospechas que ponían en duda la moral pública, la sociedad (o gran parte de ella) sólo reaccionó cuando la economía se cayó. Los caceroleros son hijos de la retracción económica, porque muchos de ellos votaron a la Presidenta hace pocos meses. El relato del kirchnerismo sólo es popularmente creíble cuando lo acompañan buenas noticias de la economía. Así es la historia de la relación entre los Kirchner y la sociedad. La volatilidad del humor social es un condicionamiento serio de la política, que no exculpa a una oposición política postrada e intelectualmente desarmada.

Los productores rurales sospechan, aunque nunca lo dicen, que puede repetirse de algún modo la rutina de 2008. Esto es: la conversión de ellos en una oportuna referencia de la desazón social en las grandes ciudades. Ayer aceptaron una guerra que no querían, pero a la que fueron llamados. Convocaron a un paro nacional. La distorsión cambiaria que padece la economía rural, la voracidad impositiva del Estado frente al bolsillo de los productores y el gélido frío político en la relación que plantea el Gobierno con el campo. Esos son los grandes trazos de un combate que, según lo aceptó públicamente Eduardo Buzzi, es un desquite del Gobierno por la derrota política de hace cuatro años. "Planifican nuestro exterminio", denunció.

El conflicto de ellos es con Cristina Kirchner, no con los gobernadores, aunque éstos hayan servido a los intereses políticos de la Presidenta. Hay una excepción: José Manuel de la Sota. El gobernador cordobés negoció con los productores rurales un aumento impositivo, que no incluyó un revalúo de las tierras. Todos conformes. De la Sota conoció los estropicios políticos de la guerra de 2008, que lo obligaron a él mismo a excluirse de la candidatura a senador nacional un año más tarde. De la Sota no era entonces gobernador, pero no quiere repetir ahora la historia con él como un destacado protagonista.

Desde Raúl Alfonsín hasta Cristina Kirchner, todo los presidentes han tropezado en el Senado. Todos debieron rectificarse cuando una mayoría de senadores, a veces ínfima, les dijo que no. ¿Sucederá esta vez lo mismo con Reposo? Ni los senadores kirchneristas creen en las aptitudes del candidato a jefe de los fiscales del país. Su escasez de condiciones está fuera de toda duda. Desgraciadamente, la nación política no se detiene en esas cosas, las esenciales en verdad, sino en nuevos combates. La oposición necesitaba ayer que le confirmaran un solo voto más para poder frenar esa designación.

La necesidad surgió, imprevista, brutalmente inesperada, cuando dos de los senadores por San Luis, Adolfo Rodríguez Saá y Liliana Negre de Alonso, dieron algunas señales de que estaban dispuestos a votar por Reposo. Hace sólo un mes, los dos votaron en contra de la expropiación de YPF. ¿Qué pasó ahora? Sólo se sabe que Negre de Alonso le hizo preguntas a Reposo, ayer, que éste evidentemente conocía de antemano. La senadora había anunciado, hace varias semanas, un virtual rechazo de ambos a Reposo. Lo hizo amparándose en la historia parlamentaria de ellos y en la trayectoria de Rodríguez Saá. La mala novedad, una intuición más que una información, llegó justo después de que Carlos Reutemann confirmó que votaría en contra, tal como lo anticipó LA NACION.

"La presión del Gobierno es inédita hasta con los intendentes radicales para que intercedan ante los senadores", dijo un miembro de ese bloque. Los radicales está jugados con el caso y son los que más se han movilizado contra Reposo. "Si un senador nuestro sufriera un infarto ese día, tendría que venir a morir en el recinto", dramatizaron. De hecho, Ernesto Sanz fue el senador que lo puso más incómodo a Reposo, cuando manifestó que en un concurso no habría calificado ni para simple fiscal.

La oposición trataba ayer de convencer al senador capitalino Samuel Cabanchik, al pampeano Carlos Verna y a los senadores de San Luis. "Después de todo, Rodríguez Saá conoció los cacerolazos cuando fue presidente", advirtió un opositor. El Gobierno se abroqueló, arrebatado de nuevo, detrás de esa batalla. Es un escudo frágil, después de tantas fracturas expuestas entre los jerarcas de un poder que fue preciso..

Stratfor (Estados Unidos)

 



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