El 6 de mayo, el presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, fue derrotado por el socialista Francois Hollande. Y en Grecia, la coalición gobernante fue pulverizada con los votos esparcidos entre numerosos partidos pequeños.

En sistemas democráticos, el limpiar la casa de vez en cuando es algo normal y saludable. Pero las elecciones europeas apuntan a algo preocupante: una nueva atracción hacia los radicales en la extrema izquierda y la extrema derecha.

En Francia, en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, casi la tercera parte de los votantes escogió o a un trotskista, Jean Luc Melenchon ( quien hizo campaña por confiscar los bienes a “los ricos”) o a Marine Le Pen, líder del Frente Nacional, partido de extrema derecha cuya filosofía se basa en un fervor antiinmigrante y extremos nacionalistas. Aun el propio Hollande, socialista tradicional, hizo una campaña basada en elevar la tasa de impuestos a la clase más acaudalada al 75 por ciento, y otras barbaridades del catecismo socialista.

Los franceses van por el camino equivocado. Pero quizás los mercados financieros y la influencia de la Canciller alemana Angela Merkel limiten las opciones de Hollande.
Grecia, por su parte, está febril y delirante. Por décadas los gobiernos griegos han prometido pródigos beneficios a sus votantes y han pospuesto el pago de los mismos a un futuro indefinido. Ese futuro está llegando ahora en la forma de bancarrotas y austeridad impuesta desde Bruselas. Y la violencia no se ha hecho esperar. Ahora, más del 60 por ciento de los votantes griegos han escogido partidos pequeños de izquierda y derecha en lugar de los tradicionales Pasok y Nueva Democracia. Un caso extremo es el del Partido Aurora Dorada cuyo símbolo es sospechosamente parecido a la swastika nazi. Este partido ganó el 7 por ciento del voto popular y enviará 19 delegados al parlamento griego. Durante la celebración de su éxito electoral, su líder Mikos Michaloliakos anunció en los micrófonos: “La hora del miedo ha llegado. Grecia es solo el principio”.

Estos extremos no tenían por que suceder en Europa, que es rica y productiva. Pero los europeos se autosabotean cuando ignoran una realidad actuaria: sus poblaciones están envejeciendo vertiginosamente. Sin reformas a sus planes de pensiones y otros beneficios, Europa no puede mantener su nivel de vida. En lugar de darle frente a sus problemas, los europeos se están desintegrando en pequeños partidos y echándole la culpa a otros en lugar de mirarse en el espejo.

La Europa de hoy está moribunda. Los votantes en la última semana han demostrado no comprender que se están suicidando o, peor aún, que no les importa. La pregunta que queda es quién o qué tomará el lugar de Europa una vez que su unión política y su moneda sin valor pasen a ocupar espacio en el basurero de la historia.

Tres veces en el último siglo, Estados Unidos tuvo que intervenir para salvar a Europa. Ahora parece que tendremos que hacerlo de nuevo mientras Europa se tambalea entre los desperdicios producidos por los burócratas, políticos y sindicatos de la Unión Europea. Pero esta vez no serán soldados americanos, o armas americanas o aun una sombrilla nuclear lo que venga a Europa. Esta vez serán ideas americanas basadas en una filosofía de libre mercado, crecimiento económico y libertad individual.

Los europeos no tienen adónde ir. Probaron el fascismo y el comunismo y fracasaron históricamente. Eso dejó un socialismo de economía mixta. La Unión Europea fue creada en 1992, al final de la Guerra Fría, como un monumento al ideal socialista de centralizar y planificar economías y sociedades.

En Estados Unidos tenemos la mayor sociedad capitalista del planeta, con un sector energético basado en combustibles fósiles, una base manufacturera en recuperación y una industria de alta tecnología que es segunda de nadie. Solo necesitamos un presidente pro-empresarial para hacer del siglo XXI el segundo siglo americano. Y le mostraremos al mundo cómo los mercados libres y el sector privado pueden sanear las peores economías. ¿Aprenderán los europeos?

¿Quién sabe? Quizás al final de todo esto, los europeos encuentren su cultura enterrada bajo dos siglos de porquería marxista-socialista: la Europa de Adam Smith y Alexis de Tocqueville, de Von Mises y Hayek, de Aristóteles y Tomás de Aquino. Quizás comprendan que ellos son la cuna de la libertad y los derechos.
Y todo vuelva a su lugar.

AGonzalez03@live.com