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01/04/2006 | Sin sorpresas

Carlos Mira

Las noticias de la semana reafirmaron la encomiable voluntad de la Argentina por autodestruirse. Las escenas de violencia, la manipulación de la historia y el pasado y la reestatización de empresas se suman a muchos otros hechos que demuestran que nuestro país mira hacia atrás y no para adelante.

 

Varios hechos ocurridos la semana pasada no han tomado por sorpresa a quien tenga una mirada aguda sobre lo que viene aconteciendo en el país desde la caída de Fernando de la Rúa.

La típica inacción del inútil presidente radical había puesto en una especie de freezer toda la realidad del país. En un freezer o, para mejor decir, en una olla a presión, porque la acumulación sin solución de conflictos de todo orden terminó por estallar antes de la Navidad de 2001.

A partir de allí, una orden derivada del cosmos del sinsentido ordenó deshacer todo lo hecho durante la década anterior. El odio personal –de esos típicos que el peronismo suele originar– fue el motor incesante e incansable de una prédica de destrucción de todo cuanto oliera a “noventismo”.

Duhalde se embarcó en un empecinamiento personal: destruir a Menem. Digno de mejores fines, el esfuerzo no dejó pieza por considerar, movimiento por hacer, riesgo por correr.

El mismo Duhalde completó los primeros pasos de la marcha atrás. Como se había propuesto desde 1997, anuló la Convertibilidad, amplió el congelamiento limitado de depósitos de Cavallo (“corralito”) hasta convertirlo en una confiscación de activos financieros (“corralón”), pesificó asimétricamente la economía de forma tal de crear riquezas y miserias a su antojo (riquezas donde ya las había y miserias donde apenas se había podido salir de la pobreza), reblandeció el sentido de la ley y del orden, mandó a la policía a hacer gala de su aficionadismo matando a dos manifestantes, subvirtió el orden de la ley al suspender las internas abiertas de los partidos dispuesta por el Congreso, dividió a su propio partido al impedir la elección de sus propias autoridades y sus propios candidatos, se asoció con un oscuro gobernador del sur que apenas superaba el 5% de la intención de voto y convocó a unas elecciones en donde tres candidatos de un mismo partido se presentaron con agrupaciones armadas en las librerías comerciales que fabrican sellos de goma.

Lo que siguió desde entonces fue una sucesión de eventos esperables si es que uno se tomaba el trabajo de analizar a los protagonistas. Muchas veces, la esperanza es la forma que toma la rebelión contra lo obvio. Pero la esperanza fue triturada por la realidad. La esperanza de que no llegara la revancha del pasado, de que no se volviera a la economía controlada, a las fronteras cerradas, a las alianzas internacionales disparatadas. La no-sorpresa se impuso sobre la esperanza. La obviedad le ganó a la inteligencia.

La semana pasada ha sido sintomática en el sentido de confirmar la encomiable voluntad de la Argentina por autodestruirse. Remedó un nuevo aniversario del golpe que se transformó en la experiencia más traumática de la historia argentina moderna del único modo en que no convenía: intentado revivirlo. De nuevo escenas de violencia incluso entre los que estaban de acuerdo. De nuevo la vista atrás, de nuevo la ceguera del futuro, de nuevo el odio, de nuevo la instauración de la venganza.

Tres días antes de eso, el gobierno echó a la compañía francesa Suez y a la española Aguas de Barcelona de la administración de Aguas Argentinas y reestatizó la empresa. Otro eslabón en la cadena del Correo, de Enarsa, del hostigamiento a Aerolíneas Argentinas y de la pretensión de ir por Repsol de la mano de un pool latinoamericano de empresas estatales.

Es la secuencia lógica que sigue a los “acuerdos” de precios (a los que seguirán, seguramente, los castigos por los incumplimientos y, a continuación, los precios máximos), a la prohibición de exportar, a la continua intervención en cuanto mercado exista, al acoso del fuero laboral a las empresas, a la manipulación de la Justicia, al relajamiento de las normas penales y del trato al delincuente, al alentar patotas callejeras que atropellas todos los derechos, al recalentar la mente de los chicos con una educación adoctrinada, al enlistarse en amistades internacionales con alienados.

Es paradójico. El presidente Kirchner tuvo como slogan electoral la frase “para no volver al pasado”. Sin embargo, la velocidad de retorno hacia lo más oscuro de la memoria que la Argentina ha desarrollado durante su gobierno seguramente constará entre los anales récord de la historia mundial. Viajó hacia allí al ritmo que sólo alcanzan los que en realidad nunca quisieron salir del lugar adonde ahora vuelven.

¿Qué otros capítulos de ese salvaje viaje de regreso nos faltan aún recorrer? El estatismo de un gobierno que ha decidido volver a ensayar la ciclópea tarea de manejar los precios de la economía desde un escritorio –meta que ni los tanques de Stalin ni los de la China Roja pudieron lograr a costa de la matanza de millones– parece ya un hecho. El influjo en la Justicia para que ésta falle sistemáticamente en contra del ser humano individual y a favor de lo “colectivo”, es otra realidad cotidiana.

No hay sorpresas hasta aquí. Lo que uno podría haber esperado de un presidente con los antecedentes de Kirchner son los que efectivamente tenemos. Esperemos que esta obviedad que nos permitiría profetizar el futuro por la simple vía de ver cómo terminó el anterior pasado, no sumerja a la Argentina en los agujeros negros que visitó hace treinta años y que muchos se empeñan en recrear.

Economía Para Todos (Argentina)

 


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