Alexander Lukashenko no está preocupado porque EE UU le «bautice» como el «último dictador de Europa» ni porque los observadores de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) digan que «las elecciones presidenciales en Bielorrusia no han reunido los estándares necesarios para unos comicios libres y justos». El eterno presidente bielorruso no escucha las exigencias de repetir las elecciones, tras lograr el 82,6 por ciento de los votos, y no contempla otra posibilidad que la de seguir ocupando la Presidencia del país.
Restando importancia a los llamamientos del líder de la oposición, Alexander Milinkevich, para ocupar las calles, Lukashenko aseguró ayer que el resultado de los comicios «ha demostrado quién es el jefe» en Bielorrusia. Así, como suena. Luego apostilló que los bielorrusos «han resistido a una presión colosal desde el extranjero». Los líderes de la oposición insisten en el fraude del proceso electoral mientras continúan haciendo llamamientos para que la gente se sume a la protesta. «El número de manifestantes en las calles no es suficiente para hacer que los responsables escuchen a la gente. Necesitamos al menos diez veces ese número», manifestó Milinkevich.
A las críticas de la OSCE ya se ha sumado el Gobierno alemán, que, a través de su portavoz, Thomas Steg, ha pedido apoyo para los grupos de la oposición. La UE amenazó ayer con retirar los visados a miembros del Gobierno de Minsk, una disposición que aplica ya a siete de ellos, como responsables de un más que posible fraude electoral. También el secretario general de la OTAN, Jaap de Hoop Scheffer, condenó la forma en que se han desarrollado los comicios, en los que se ha denegado a los bielorrusos un «verdadero proceso democrático».
Por otro lado, y como no podía ser menos, Rusia también tomó parte ayer en esta guerra de valoraciones manifestando oficialmente, en un comunicado del Ministerio de Asuntos Exteriores, que «los bielorrusos han expresado claramente su voluntad, y esto debe ser visto con respeto», no ocultando su apoyo al régimen de Lukashenko.
Estas declaraciones del Kremlin sólo son el reflejo del buen momento que atraviesan las relaciones entre ambos países y que, de confirmarse la victoria de Lukashenko, podrían culminar durante la próxima legislatura en un referéndum ya propuesto hace años que pediría la conformidad de la población para unir a ambos países como uno solo y que, de paso, cortaría de raíz cualquier atisbo de revolución pro-occidental.
1991. Lukashenko es el único diputado de Bielorrusia que se opone a la disolución de la URSS.
1994. Propone la unión con Rusia y volver a la estatalización de la economía. Gana las elecciones con el 80% de votos.
1995. Bielorrusia y Rusia firman un acuerdo de unión aduanera. Lukashenko gana el referéndum para sustituir la bandera nacional por la verdirroja soviética y hacer del ruso la lengua oficial.
1996. En otro referéndum se aprueba la extensión del mandato presidencial de cuatro a siete años.
1998. EE UU, Francia, Alemania, Gran Bretaña, Grecia e Italia retiran a sus diplomáticos tras desalojar el Gobierno el complejo donde estaban sus embajadas.
1999. Lukashenko es el único presidente europeo, con Yeltsin, que se opone a que la OTAN intervenga en Kosovo. Viaja a Belgrado para solidarizarse con Milosevic y no oculta su relación con Irán, Irak, Libia y Sudán.
2000. Desaparecen tres disidentes y un periodista. El Gobierno es acusado de mantener «escuadrones de la muerte».
2001. Lukashenko, reelegido. La OSCE critica que hubo más votos que votantes en algunas mesas.
2004. Lukashenko elimina el límite de los dos mandatos presidenciales.
