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17/03/2006 | Europa y el destino de sus libertades

Oscar Elía Mañú

Libertad de expresión vs creencias religiosas; problemas de una discusión.

 

A mediados del mes de marzo, los humos de la quema de embajadas parecen disiparse del cielo de Oriente Medio. Sin embargo, tras la polvareda, un denso lodo parece cubrir de nuevo Europa; lodo que se encontraba allí antes de que Jyllands-Posten publicara las viñetas, y que parece, semanas después de una crisis aparentemente cerrada, cubrir a políticos e intelectuales, a izquierda y derecha, en una Europa desorientada.

La derecha parece oscilar entre dos principios opuestos; ¿acaso no es la libertad de expresión lo que diferencia a Occidente de los regímenes dictatoriales de Oriente Medio, de Cuba, de China? Ella parece consustancial al liberalismo; derecho fundamental que el ciudadano occidental da por hecho, pero que de repente observa en peligro. En su televisión, individuos malcarados exigen castigo, piden ejecuciones, anuncian venganza. Pero al mismo tiempo, otra pregunta intranquiliza los sueños de la derecha europea; ¿cómo no observar con preocupación la ofensiva cristófoba que recorre Europa?¿Cómo no reconocer que en la democrática España se queman crucifijos en televisión, se consagran condones en el teatro, se representa a Jesucristo armado con misiles en ARCO?¿Cómo no reconocerse lejanamente en la indignación musulmana cuando el insulto al catolicismo es un dogma que se extiende por radios, periódicos y televisiones? Ante los últimos acontecimientos, la derecha liberal se desgarra entre dos posturas aparentemente irreconciliables; ¿solidaridad del creyente o miedo del ciudadano?

La izquierda europea parece enfrentarse a un dilema semejante; ¿acaso la separación de la Iglesia y el Estado no es una exigencia tradicional del socialismo? Pero el Presidente del Gobierno español denuncia junto con el líder turco Erdogán la publicación de las caricaturas; sorpresa para socialistas, su preocupación por los sentimientos islámicos en Irán o Pakistán es directamente proporcional al desprecio por los sentimientos cristianos de sus compatriotas; ¿cómo defender la teocracia islamista al tiempo que se aniquila el sentido cristiano europeo? En invierno de 2006, la coalición gubernamental española defiende la Alianza de Civilizaciones, el respeto a cualquier aspecto de cualquier cultura; consiente asfixiantes regímenes en nombre de Alá al tiempo que persigue eliminar todo rastro cristiano de la sociedad española.

La construcción de una sociedad española que abomine de cualquier sentimiento trascendental pero que abrace los dogmas pseudoreligiosos de la Educación para la ciudadanía puede estar entre el proyecto de la izquierda ibérica; queda por demostrarse la coherencia de tal proyecto con la defensa del gobierno de Alá sobre la tierra en la orilla sur del Mediterráneo. Una vez más, la mayoría silenciosa, la que observa estupefacta las andanzas de la coalición en el Gobierno, constata cómo los ingenieros de lo social defienden para los demás lo que abominan para sí mismos.

Así, una izquierda despistada tras la caída de la URSS desliza su mensaje hacia la hostilidad ideológica total; parece dispuesta a sumar cualquier fuerza contra el liberalismo y el cristianismo. La coalición gubernamental, empujada por su extremo revolucionario y la certeza política y moral que éste atesora, abraza el realismo más descarnado, y pacta con quienes no dudarían en eliminarles de manera rápida y efectiva; el lobby homosexual español se pudriría en las cárceles de Irán o Arabia Saudita tanto como el ateísmo marxista y el ateísmo del mercado cinematográfico, televisivo y teatral. Pero poco parece importarles hoy tal falta de coherencia cuando se trata de ponerse enfrente del vaquero texano.

Política del cinismo, que abomina de cualquier principio que no sea el ideológico, y nos retrotrae a los orígenes de la catástrofe de hace medio siglo: la sublimación de la Realpolitik llegó de la mano del bolchevismo; pactar con el nacionalsocialismo al tiempo que se denunciaba y perseguía al fascismo. La izquierda radical firma en la era del terrorismo global un particular pacto Molotov-Ribbentrop con quienes ven en Estados Unidos el Gran Satán y en Occidente la corrupción de la especie humana. Pero, al tiempo, los silencios de la izquierda esconden que, esquizofrénica, se mueve entre el odio hacia la Casa Blanca y el miedo ante la umma de las lapidaciones, el burka y la yihad continua que se tragaría a los herederos de Pablo Iglesias, de Feuerbach o de Gramsci sin apenas pestañear.

Despiste político que afecta a unos y otros en una España desnaturalizada; la derecha juzga suicida renegar de los principios religiosos y culturales que han convertido el continente en un oasis de libertad y bienestar; pero abomina de una nueva religión que, de la mano del Presidente del Gobierno, promete la democracia verdadera como dogma religioso. Al tiempo, la izquierda reivindica en España su viejo ideal; mantener las sotanas lejos de la política, principio político que parece alcanza en la era del yihadismo y de los ayatoláh carácter urgente y necesario. Pero sorprendentemente, olvida el legado de Marx y abraza el de Stalin; une su destino al de la subordinación de la política a los deseos de los intérpretes de Alá en su odio al liberalismo y al capitalismo.

Libertad de expresión, certeza histórica y política

Apelar al realismo se presenta hoy como una obligación; observar la realidad histórica tal y como es, y no cantar las virtudes ideales de nuestras democracias. Desde hace un siglo, fascistas y comunistas, hitlerianos y maoístas o etarras reivindican la verdadera libertad de expresión con tanto ahínco como políticos y periodistas en Parlamentos y redacciones de periódicos. Afirmación sorprendente, pero que no deja de recordar que Ben Laden, Ahmadineyad o Hugo Chavez claman por la libertad de expresión tanto como nuestros periodistas, escritores e intelectuales. ¿Cómo es posible? Desmemoriada y satisfecha, Europa parece olvidar su propia historia; el liberticida es el primero que clama por la consecución de la verdadera libertad. hace casi un siglo, los medios de comunicación de la democracia no constituían para el bolchevique sino una libertad de expresión formal, falsa, corrupta; los soviets depuraron a sangre y fuego la libertad de expresión. De sus cenizas surgió con satisfacción Pravda. Satisfacción que causaba estupor y temor al otro lado del telón de acero, y que tampoco nos obliga a sumergirnos en los libros rojos del Partido; tal concepción goza de buena salud en Corea del Norte, en Cuba y en el mayor sistema concentracionario de la historia, China. Hoy, en clave occidental, también somos conscientes de que Hugo Chavez propone su libertad de expresión a golpe de acabar con traidores y vendidos.

Mirando más cerca, ¿acaso Arnaldo Otegui no reivindica la verdadera libertad de expresión? La que respete y defienda los derechos de un mítico pueblo vasco que hunde su origen en el amanecer de los tiempos; frente a la expresión de la Gran Euskadi, todo lo demás sobra. Al otro lado del Mediterráneo, el yihadismo reivindica también la verdadera libertad de expresión; la que lo sea de los designios divinos, la que siga las enseñanzas del profeta. Ante ello, todo lo demás sobra. De igual forma, los ulemas que claman por el castigo al Gobierno de Dinamarca y los manifestantes que claman por la ejecución de los dibujantes nórdicos, no hacen sino reivindicar la verdadera libertad de expresión, denunciando la corrupción y la herejía que asolan la orilla norte del Mediterráneo. Ni unos ni otros afirman otra cosa que no sea la verdadera libertad.

La pregunta por la libertad de expresión nos lleva a la pregunta por su sustrato antropológico, gnoseológico e histórico del ser humano. Lo que caracteriza al régimen atómico de Teherán, al talibán de Tora Bora y a los verdugos del 11M es la pretensión de una certeza no religiosa, sino política; “estamos preparando para verter nuestra sangre para defender a nuestro profeta (...) Muerte a Israel...Muerte a Estados Unidos...Profeta de Dios, estamos a tu servicio” (Heezbolá); “vosotros amáis la vida, nosotros amamos la muerte” (Al Qaeda). La religión se hace política, y la política se hace guerra. La propuesta del islamismo es la propuesta de la quema de embajadas: incendiando el mundo, el yihadismo nos muestra su mundo, su futuro, su sociedad. La libertad de expresión alqaedista es la de los budas de Bamiyán; una filosofía anquiladora y nihilista por absoluta, cuya libertad de acción en la extensión de la muerte nos sorprende cada día. Pero una libertad que Al Zawahiri y los herederos de Ben Laden consideran la única verdadera.

Hoy, el islamista juega a la libertad de expresión con las cartas marcadas: la cree necesaria en el campo enemigo, donde poner en duda las propias creencias es hoy natural; la cree sometida a los designios divinos en su propio campo, donde la creencia es incuestionable. Para el islamista, construir mezquitas en Europa es un derecho; predicar el Evangelio en Irán o Arabia Saudita, una aberración imperdonable. Denuncia y persigue a los dibujantes daneses, pero anuncia alborozado la venganza en forma de viñeta; Ana Frank manteniendo relaciones sexuales con Adolf Hitler. Durante el último mes, la libertad de expresión, las viñetas y dibujos en periódicos árabes se ha convertido en la venganza y la punta de lanza contra occidente y especialmente contra Israel: enseñanza que Europa no debiera olvidar; la yihad total se libra en las televisiones antes que en las calles de Bali. Convertidos en ángeles vengadores, quienes bombardean mercados en Tikrit y estaciones de metro en Londres, vienen a liberar a cristianos y musulmanes de la corrupción que emana del decadente continente europeo; acabar con la libertad para instaurar la verdadera libertad.

Concepciones de la libertad de expresión que espeluznan al heredero del cristianismo, de la filosofía griega y de la civilización romana, pero cuya coherencia interna, de los principios filosóficos al código penal, está fuera de toda duda. Al apoltronado europeo, quien asesina policías iraquíes en Bagdad, derriban rascacielos en Nueva York o vuelan trenes en Madrid le proporcionan un frío baño de realismo; el islamista trae consigo la libertad de expresión; sólo que es su libertad de expresión.

El marasmo relativista europeo; ¿en qué cree Europa?

Afirmación sorprendente: la concepción islamista reivindica la libertad de expresión tanto como lo hace la constitucional-pluralista, lo que parece llevarnos a un callejón sin salida: ¿es legítimo concluir entonces, como lo hace el escéptico, que la libertad de expresión sirve para encubrir cualquier política, cualquier régimen? ¿Concluir en un marasmo relativista que daría más velocidad al declive europeo?¿Se llega así a un callejón sin salida en el que la fuerza del terrorista suicida acabará con la tranquilidad de un europeo ensimismado frente a una televisión que se convierte sin pretenderlo en arma del yihadismo?

De nuevo realismo; la constatación de que el islamista porta consigo su libertad de expresión no impide poder afirmar que la superioridad de la democracia parlamentaria sobre cualquier otro régimen político no reside en la apelación a un ideal, sino en la encarnación real que hace de ella, y que permite al mayor número posible de personas exponer el mayor número posible de opiniones sobre el mayor número posible de temas. No es la apelación a un ideal lo que hace superiores los regímenes democráticos a los regímenes árabes corruptos y al nihilismo islamista. Es la institucionalización real y concreta de ese ideal lo que convierte Europa y Estados Unidos en un espacio de libertad indudablemente superior a cualquier otro; sólo allí el test de la plaza pública de Sharansky merece un aprobado verdadero.

Para escándalo de los nuevos ingenieros de almas, la separación entre Iglesia y Estado es también cristiana. Lo es desde el momento en que la verdad revelada se muestra tan atrayente como misteriosa; para el cristianismo, no sustituye a la razón, sino que la complementa. Los ideólogos de la Educación para la ciudadanía y de la Alianza de Civilizaciones jamás han leído aquello que dicen aborrecer; ni la Suma Teológica ni la Ciudad de Dios parecen sonarles de algo. Subidos a los púlpitos multimedia, desencadenan la intolerancia contra una religión de la que desconoce lo fundamental. No han leído a Tomás de Aquino (la fe es un regalo allí donde no llega la razón) ni les suena de nada San Agustín y el análisis de la relación entre la Ciudad de Dios y la de los hombres. Los ingenieros de almas jamás leyeron a San Agustín o a Santo Tomás. La relación entre la verdad revelada y la acción política es demasiado sutil para un pensamiento débil con la finura de un bulldozer, capaz de ponerse del lado de los ayatoláh antes del de los sacerdotes.

Pero para enfado de laicistas, conviene recordar lo evidente; la libertad de expresión depende precisamente de las creencias religiosas que le dan sentido, la posibilitan y la limitan. Forma parte de un ethos superior en el que se integra y en el que alcanza sentido. Por eso la pregunta no es acerca de la superioridad de una sobre otra; la pregunta apunta directamente a las creencias religiosas, culturales, sociales de unos y otros. Entonces descubrimos que sólo en el solar euroatlántico –es decir, en el solar cristiano- la libertad de expresión es algo medianamente digno.

Acerca de la libertad de expresión

Apelar a la libertad de expresión frente al oscurantismo es decir más bien poco: bellas palabras que pueden señalar cualquier cosa; suenan con igual convicción en el parlamentario inglés que en los agitadores de Islamabad. Para estos, el verdadero oscurantismo es el de los países occidentales. Por eso la pregunta acerca de la libertad de expresión lleva consigo un vistazo más allá; qué libertad, qué expresión. Hoy, el pensamiento débil cabalga desbocado por Europa. Políticos e intelectuales olvidan que “libertad de expresión” es un término vacío e incompleto; se es libre para algo, y es algo lo que se expresa. Es decir libertad para hacer qué; expresión de qué.

Polémica que olvida un hecho incuestionable filosóficamente tanto como históricamente: sólo la búsqueda de la verdad da sentido a la libertad de expresión. La libertad de expresión conlleva unos valores, entre los que la búsqueda de la verdad de los hechos, el rigor y la coherencia intelectual se presentan insustituibles. Verdad, esfuerzo, rigor, responsabilidad pertenecen al ideal de la libertad de expresión antes que el derecho de escribir o emitir para los demás.

Enumeración de conceptos y valores que arranca una sonrisa escéptica en el europeo preocupado ante lo que oye, lee y ve cada día. Hoy, en Europa, la libertad de expresión parece haber perdido todo sentido; cuesta encontrar el rastro de la defensa de la libertad entre tertulias tabernarias y telebasura al por mayor, donde la difamación proporciona altas cuotas de audiencia. Desde la mañana a la noche, la televisión muestra la perversión total de la libertad de expresión; hoy las televisiones apuntalan cada día el pensamiento débil persiguiendo con saña la verdad y proponiendo la subjetividad, el hedonismo, la polémica de las bajezas; el esfuerzo se agota en los índices de audiencia, en la fama a cualquier precio, en la manipulación ideológica y empresarial; la responsabilidad desaparece entre acusaciones, gritos, y manipulaciones. Las viñetas de Jyllands-Posten muestran hasta qué punto la libertad de expresión se ha convertido en su perversión; todo vale en nombre del escándalo o la polémica. Hoy, en nombre de la libertad de expresión se cometen atropellos como nunca habían sido cometidos por quienes la perseguían a sangre y fuego. Desligada por completo de la búsqueda de la verdad, cuando todo vale en nombre de la libertad de expresión, es que ya nada tiene valor.

La libertad de expresión amenaza con convertirse en un cadáver que se pasea dando tumbos por Europa, víctima de su propio éxito, quedando a merced de los buitres que sobrevuelan el solar del viejo continente. Las viñetas de las viñetas de Jyllands-Posten muestran hasta qué punto la libertad de expresión se ha convertido en su perversión son la muestra putrefacta de esta libertad de expresión; grosera, polémica, mercantilista. Desligada de cualquier búsqueda de la verdad. Nihilismo cultural y mediático, que algunos creyeron que pasaría desapercibido para unos ángeles vengadores que no toleran, no ya el nihilismo, sino cualquier desviación teológica o cultural. Incapaz de reconocerse a sí misma y a sus valores, Europa se ofrece dócilmente a quien quiera acabar con tal vacío.

Al tiempo, al sur de sus fronteras, el islamismo radical que incendia embajadas pugna por traer consigo una libertad de expresión cuya fuerza se cuela cada día en nuestros televisores a través de amenazas y coches-bomba. Representantes del Islam genuino o de su perversión, lo cierto es que quienes amenazan con asesinatos, y quienes los llevan a cabo, no defienden una religión, sino una ideología; una interpretación total y absoluta de la vida del hombre. Si para el europeo todo tiene igual valor, serán otros quienes le señalen la jerarquía de ideales. La lista de pretendientes se reduce a dos; los ingenieros sociales que buscan crear un hombre nuevo y los yihadistas que buscan crear un creyente verdadero. Unos y otros parecen esperar alborozados lanzarse sobre una libertad de expresión convertida cada vez más en caricatura de sí misma. Pero, vana ilusión de los primeros, la historia no acabará ahí; los segundos esperarán su turno para acabar con ellos.

Óscar Elía es Analista Adjunto del GEES en el Área de Pensamiento Político.

Grupo de Estudios Estratégicos (España)

 



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