A lo que Israel responde que una Autoridad Nacional Palestina gobernada por Hamas no será otra cosa que una entidad terrorista y hostil. Por el momento, posturas irreductibles que llevarán a las partes a una inevitable escalada de violencia, de magnitud y consecuencias impredecibles, en la que no habrá vencedores, sólo perdedores. Ya somos testigos del incremento de las tensiones y el fortalecimiento de los sectores duros, para quienes no hay otra solución más que la desaparición de la otra parte.

Lo mínimo que se exige a ambas partes, escribe el ex secretario de Estado Henry Kissinger, es que cada una de ellas acepte la legitimidad de la otra y que el derecho a la existencia de ambas partes no albergue duda alguna. Somos testigos de una febril actividad diplomática internacional a fin de lograr este objetivo. La Administración del presidente George W. Bush reitera que no proveerá fondos a la ANP mientras Hamas no modifique su política de rechazo a Israel. El Gobierno israelí, a su vez, anuncia que congelará la transferencia de dineros y aplicará otras severas medidas cuando Hamas se haga cargo del gobierno. El dilema de Israel es cómo debilitar, a través de su aislamiento económico, a un gobierno de Hamas a fin de convencerle de modificar su actitud hacia Israel y respetar los acuerdos o, en caso contrario, de desplomarla, sin que se afecte sustancialmente a la población civil palestina. Algo así como la cuadratura del círculo.

Pero tanto en Estados Unidos como en la Unión Europea e Israel, que consideran que deben seguir proporcionando ayuda humanitaria a los palestinos, hay la plena conciencia de que medidas que afecten a la población civil sólo conseguirán radicalizar la opinión pública palestina. Pero, mientras tanto, Rusia, la Organización de la Conferencia Islámica, Suecia y la Liga Árabe han ofrecido asistencia de emergencia a la ANP. Con su invitación a Hamas, el presidente Vladimir Putin ha abierto una fisura en la política del cuarteto de Madrid, aunque Moscú ha reiterado que exigirá a Hamas el cumplimiento de las condiciones impuestas por el cuarteto, el reconocimiento de Israel, el abandono del terrorismo y el cumplimiento de los acuerdos firmados con Israel.

Otro protagonista, no invitado, es el régimen teocratico de Irán. "Los miembros de Hamas son los nietos espirituales del ayatolá Jomeini, el fundador de la República Islámica", declaró en su visita a Teherán el jefe de la oficina política de Hamas y uno de sus dirigentes más extremistas, Haled Mashaal. Una inquietante visita de un líder de Hamas a un país que insiste en llevar adelante su carrera por dotarse de armas nucleares y cuyo presidente, además de proclamar a los cuatro vientos que "Israel debe ser borrado del mapa", ha hecho del antisemitismo uno de sus principales caballos de batalla, promoviendo, entre otras cosas, un encuentro internacional científico destinado a estudiar la impostura del holocausto. Israel, recordemos, considera al régimen iraní su principal amenaza estratégica.

Es evidente que las elecciones palestinas, con sus inesperados resultados, han creado una nueva plataforma para la diplomacia en Oriente Próximo. Pero en una situación de mutuo rechazo, los líderes palestinos e israelíes son incapaces, por cuenta propia, de regresar a la mesa de negociaciones. Si se quiere evitar que la victoria de Hamas dé un nuevo cerrojazo a la ventana de la oportunidad y provoque un recrudecimiento de la violencia, la acción de los factores externos será más necesaria que nunca, como lo será la convergencia de políticas de los socios transatlánticos. Como en muchas situaciones en el pasado, no poco estará supeditado a la voluntad política y el grado de implicación de Estados Unidos y, en segundo término, de la UE.

Se exige en estos momentos difíciles un nuevo enfoque por parte de Washington y Bruselas. Se requiere más que nunca un esfuerzo para desarrollar una política común EE.UU.-UE como parte de un vigorizado proceso de paz. A ellos debería sumarse una coalición de las fuerzas racionales en Oriente Próximo, como Egipto, Marruecos, Turquía y Jordania. Pero mientras el cuarteto de Madrid no elabore una firme estrategia coherente y racional, poco puede esperarse de la implicación internacional en la búsqueda de una solución pacífica al conflicto palestino-israelí.

Es imposible, escribe Henry Kissinger, que haya una negociación seria a menos que Hamas cruce el mismo rubicón conceptual que atravesó el primer ministro israelí Ariel Sharon. La victoria de Hamas presenta a su liderazgo un doble desafío: tendrá que gobernar a más de tres millones de palestinos y proveerles de los servicios básicos (para lo que necesita imprescindiblemente de la asistencia internacional), a la vez que decidir si sigue adheriéndose a su carta fundacional y si continúa su "lucha armada" contra Israel. Si ésta seguirá siendo su política, sólo cabe esperar una reanudación de la espiral de violencia y más sufrimiento para los palestinos. Y una postergación indefinida del establecimiento de un Estado palestino.

SAMUEL HADAS, analista diplomático. Primer embajador de Israel en España y ante la Santa Sede