El Presidente pronunció su primer discurso de campaña desde los predios del Capitolio. Aparte de la falta de propiedad que ese acto conlleva, el discurso fue una trampa solapada a los congresistas republicanos para que le nieguen su absurda Acta y acusarlos en campaña como “el Congreso que no funciona”, un lema usado exitosamente por el presidente Harry S. Truman en 1948. Pero lo más curioso es que el presidente Obama, más que querer sonar como Truman, puso sus mayores esfuerzos en no sonar como Jimmy Carter, a quien se parece más y más a medida que los votantes se percatan de su incompetencia y falta de liderazgo. El principal objetivo del discurso presidencial no fue crear empleos para otros sino proteger su propio empleo que, a medida que nos aproximamos a noviembre de 2012, luce tambaleante.
El Presidente pidió tiempo a la televisión a las 7:00 p.m. y se limitó a 31 minutos. A las 8:00 p.m. comenzaría la temporada de la NFL; los campeones Green Bay Packers se enfrentarían a los New Orleans Saints y el Presidente no deseaba competir con Aaron Rodgers y Drew Brees.
La reacción republicana después del discurso no se hizo esperar. El senador John Kyl (R-Az) comentó: “En lugar de una nueva ruta de recuperación y reforma, el Presidente desempolvó viejas y gastadas ideas y las puso en una nueva envoltura de retórica partidista”.
El costo de implementación de la American Jobs Act se estimó en $447,000 millones. ¿Cómo se pagará? El Presidente dijo que, en una semana y media, nos dejaría saber la respuesta.
El senador Bob Corker (R-Tenn) esperaba que el presidente echara abajo regulaciones absurdas y que hablara de reforma a los programas de beneficio social, acuerdos de comercio internacional y producción nacional de energía. “El sector privado es quien crea empleos. El rol del gobierno federal es simplemente crear el ambiente apropiado”. O sea, en el terreno de los negocios, el rol de Washington no es explicarle a la hierba cómo crecer sino limpiar el terreno de piedras.
La ilusión en el trasfondo del discurso es que, si hace dos años el estímulo de $900,000 millones no resolvió el problema, quizás $500,000 millones adicionales sí lo logren. Si los votantes nos creemos eso, nos merecemos lo que tenemos.
El resto del discurso fue un desastre. El Presidente quiere un crédito sobre impuestos para las compañías que empleen a gente que han estado desempleados por seis meses o más. Esto suena como un incentivo para que las compañías cesanteen a algunos de sus empleados y los reemplacen con nuevos empleados elegibles para el crédito. Al día siguiente del discurso, la Bolsa de Valores de Nueva York bajó 300 puntos.
El Presidente está en una encrucijada de la cual no sabe cómo salir. Peor aún, sus asesores, académicos y burócratas no han demostrado tener la competencia necesaria y se guían por ideología y no por experiencia empresarial. Mientras tanto, nos aproximamos a noviembre de 2012. Los republicanos han comenzado el proceso de elegir su candidato. Los demócratas ya tienen el suyo. Pero Obama ya no será el candidato esperando reemplazar a George W. Bush. Él es el presidente en funciones de la nación. Si Washington no funciona, los votantes tienen el derecho de preguntarle a Obama por qué no lo ha reparado. Si los dos partidos no pueden trabajar juntos, Obama no está simplemente flotando sobre la bronca como si fuera un observador neutral. Él es el titular de uno de los dos partidos. Si el Congreso ha esperado mucho tiempo para resolver la crisis de desempleo, la misma responsabilidad recae sobre el inquilino de la Casa Blanca.
En su discurso el Presidente dijo: “Las elecciones tendrán lugar en 14 meses. La gente que nos envió aquí –los que nos emplearon– no se pueden dar el lujo de esperar 14 meses”. Efectivamente, no pueden. Pero, con este presidente, no les quedará otro remedio.