Un mes es apenas un suspiro en la historia de los pueblos, de ahí que todavía no se puede emitir un juicio de valor sobre el gobierno de Evo Morales, que hoy cumple su primer mes en el ejercicio del poder. En el transcurso de este tiempo, empero, hubo signos que a más de dar una pauta de lo que puede ser un régimen, a la postre podría ser el síndrome que lo marque por siempre. Dependerá de que las nuevas autoridades hagan un balance equilibrado de su accionar y sobre esa base constatar que más han prevalecido algunos desaciertos que aquello que podría empezar a marcar los logros de un gobierno.

Sin lugar a dudas, se podría decir que el Presidente, en forma personal, ha sufrido un cierto desgaste prematuro, que si bien puede ser reversible, con las rectificaciones que adopte en el futuro, de todas maneras abrió un paréntesis de incertidumbres.

Lo peor es que ese desgaste ha sido totalmente inopinado y gratuito. Nada ha ganado —más bien perdió mucho— con ciertas posturas intemperantes, que no se concilian con la serenidad que exige la conducción de una sociedad y, en suma, de un país. Las sindicaciones sobre supuestos actos de corrupción, conspiración o falencias en el desempeño de determinadas funciones han afectado a personas, instituciones y empresas que, en cualquier situación, merecen siempre el respeto general, mucho más de la primera autoridad de la nación.

En estos casos, siempre será mejor investigar y constatar las presunciones y denuncias que se tengan y sólo entonces emitir juicios sobre la conducta ajena. Entretanto, lo que cabe es guardar la compostura. De esta manera, se ganará en autoridad y fundamentalmente en la respetabilidad de la que deben estar rodeados los actos del Gobierno.

En cuanto a la administración misma del Estado, no hay nada que contabilizar al haber del nuevo Gobierno. Es evidente que fue oportuno en pedir auxilio a la comunidad internacional para atender los efectos de las inundaciones ocurridas. En el caso del LAB, la otra situación de emergencia que confrontó, tardó ocho largos días sin tomar acción alguna, con grave perjuicio para miles de personas que dentro y fuera del país no pudieron cumplir sus viajes previstos. En contraposición, se actuó bien y oportunamente en el tema del Mutún y se evitó un conflicto regional y cívico con Santa Cruz.

Por lo demás, los días pasan y siguen los estudios, lo que demuestra que no es tan fácil gobernar, como se imaginó cuando se estaba sin tener esta responsabilidad. A propósito de esta falta de acción, la queja presidencial a los corresponsales de la prensa internacional ha sido que siente que es “prisionero de la ley”.

Ocurre, empero, que Bolivia es un país de 180 años de vida republicana y que, en este largo tiempo, gobiernos de distinto signo ideológico han construido una institucionalidad, sin la cual el Estado no habría podido funcionar. Se incurrió en error de apreciación si en algún momento se pensó que aquí se podía actuar lisa y llanamente, a simple voluntad.

La tarea de gobierno radica precisamente en cumplir primero la ley, pues de otra forma no se puede exigir que el resto sí lo haga. Y en cuanto a querer imprimir mayor rapidez a su accionar, lo único que puede hacer es presentar leyes sustitutivas, nunca anular a gusto las existentes, porque entonces sería como dejar al vacío la estructura del sistema de gobierno.