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16/08/2011 | México - Los movimientos ciudadanos y la guerra que viene

Milenio Staff

Un análisis de los movimientos sociales emergentes en México, de las decepciones democráticas y la falta de participación, así como del afán oportunista de muchos líderes.

 

NUESTRA MÍSTICA CULTURAL

Se nos ha dicho hasta el cansancio que México es el gran país de los contrastes. Su riqueza cultural, ecosistémica, biológica, lingüística, racial, económica, territorial y demás, se ha traducido en un bien complejo y total, un todo que mostramos con orgullo ante el mundo como la concatenación de culturas diversas unidas en un solo corazón, convertido en águila tragadora de serpiente, posada sobre un nopal, leyenda contadora de una historia de agravios, sangre y redención sobre un lago de agua cristalina.

La complejidad de las relaciones que se tejen entre todos estos elementos pasa por una sabiduría popular que no necesita al experto ahí donde el chamán se erige como el mejor traductor de nuestra esencia. Así las cosas, la historia de nuestro pueblo no se estudia, se cuenta. La comprensión más citada del ser mexicano pasa por el novelista o el ex funcionario antes que por cualquier otra persona experta o estudiosa del tema. La necesidad del cuento, pues, se hace más grande e imperiosa que todos los senderos que llevan hacia la satisfacción misma de la necesidad en sí, cualquiera que ésta sea.

EL CHIP PRIISTA QUE TODOS LLEVAMOS DENTRO

Doy por hecho, querido lector, que usted está al tanto del pasado autoritario del país. Una revolución institucionalizada fue la mundialmente escandalosa herramienta para hacerse de un poder absoluto, sin que eso sonara remotamente a dictadura militar o a cosas aún peores. Ese elemento político, proveniente de nuestra contemporánea Revolución, fue nuestro granito de arena cooperador, a la larga, de esa formación política fundamental, a saber, nuestra conformación priista de a pie: un movimiento revolucionario transformado en un partido político fuerte y único, una aplanadora electoral, un gran puño cerrado, chingar o ser chingado, chingarse siempre al de al lado.

Sufrimos muchas intervenciones, muchas guerras, muchas peleas, somos muy distintos entre nosotros y eso se nota, color de piel aparte, hasta en nuestra cartografía. Nuevas peleas, enfrentamientos, viejas heridas sin cerrar. Nuestra constitución como país pasó, y pasa, más por la continua contención y exasperación violentas que por cualquier otra cosa. Así, la élite política, sea la revolucionaria o la democrática contemporánea, sin importar nivel de gobierno o entidad federativa, se convirtió en el grupo expiatorio a través del cual podemos lavar nuestras culpas, pecados, omisiones e irresponsabilidades. No podemos negar el autoritarismo brutal y asesino del gobierno central que nos marcó por más de 70 años, pero tampoco podemos hacerlo con nuestra consabida actitud acomodaticia travestida ahora de sociedad civil, tan vulgar como convenenciera, a la hora de la “reciente” conformación ciudadana. Esa que tampoco ha escapado a su propia joven historia negra, tan distorsionada como poco transparente. Grupos de poder que se han convertido en grupos de presión. Personalidades celosas de sus feuditos que también destrozan y amenazan, así sea veladamente, a la menor provocación.

LA EROSIÓN DEL CONTEMPORÁNEO CAMBIO

Advertencias hubo, y muchas. El ala empresarial había dado el salto. Producto de una estrategia plasmada en documentos de organismos como el Consejo Coordinador Empresarial, una camada de políticos-empresarios, que ya tenían cierta experiencia legislativa y que conocían a la perfección las carencias ciudadanas de sus empleados (por lo general de grandes empresas), comenzó a sustituir, en el ánimo de cambio de las masas, democracia real por camisetas. Es decir, a delegar la responsabilidad ciudadana del voto en la sola acción de “ponerse la camiseta”, frase muy utilizada en las compañías para hacerle sentir al empleado que forma parte de una familia, aunque en el fondo no lo sea. Al ponerse la camiseta se forma parte de. Y eso es, era, lo importante. Nada más.

Fue así como un gerente de la Coca Cola, que ya había sido diputado federal y que ya había llevado a cabo un montón de acciones hoy mediáticamente reprobables (cierre de carreteras, marchas, caminatas, forma bravucona de hablar, acciones de resistencia civil, toma de plazas, denuncia de fraudes vía orejas de burro en pleno recinto parlamentario…) llegó a la Presidencia de la República. Vicente Fox, a quien mentes lúcidas como la de la escritora Ikram Antaki defendieron hasta en la peor de las nimiedades, nunca dejó de ser, y continúa siéndolo, el ranchero chistoso, ignorante y entrón, aunque muchos se llamaran a posterior decepción.

Por las mentes lúcidas habló el pueblo. ¡Sí señor! Por eso, durante la primera mitad del sexenio foxista todo era chistosón y pasable. “Es nuevo”, se decía. Así las cosas, los chistes, las bromas, las caras, la informalidad, las botas, el rancho, la mujer, el Vaticano, los hijos, el crucifijo, la entonación, la Fundación y las lavadoras de dos patas se volvieron, irresponsablemente, la agenda presidencial. Es decir, los temas importantes que la cabeza del gobierno mexicano proyectaba no sólo al mundo sino al país en sí mismo. El “hoy, hoy, hoy cual sal de una política antes desabrida y acartonada.

Pero los problemas reales no sólo no se fueron, sino que se incrementaron. Así, que la Coca Cola pudo haber resuelto en meses (enderezar una mala estrategia publicitaria, por ejemplo), el país, encabezado entonces por el ranchero grandote de las botas, sencillamente no ha podido siquiera plantear republicanamente, hasta el momento, un buen diagnóstico. No hubo reformas al sistema político, como se esperaba. No se mató al dinosaurio a bocajarro, aunque sí a ciertos medios. Los vochos y las teles nunca llegaron. Los zapatistas sí lo hicieron y se manifestaron, a todos maldiciendo. “Victoria” pírrica del “mandar obedeciendo”. Para el cierre del sexenio ya no había risas: el ex gerente ya tan sólo quería cerrar éste, su personal changarro.

LOS MOVIMIENTOS CIUDADANOS Y SU DISTORSIÓN

Existen los movimientos de mujeres, de la diversidad sexual, de los niños de la calle, de los triquis, de las costureras, proderechos y protección a las y los trabajadores sexuales, por los derechos de los animales, entre otros. ¿Los ha oído mencionar constantemente, querido lector? Seguramente no.

Después de la decepción del sexenio de Fox, la masa de aquellos que se habían puesto la camiseta, así como salió a mover matracas y a echar confeti un dos de julio, regresó a su casa. Ese desgaste del “bono democrático”, como muchos lo han llamado, permitió que volviera con fuerza la forma de “organización social” anterior, a saber, los movimientos de formas clientelares, priistamente conformados, que involucran a grandes grupos e intereses sociales (el implementador histórico de dicho mecanismo fue el general Lázaro Cárdenas, 1934-1940).

LAS DEFINICIONES

Movimiento social. Son las acciones significativas que emprende una parte de la población, misma que ostenta intereses que están fuera del orden social y político existente. Así las cosas, la defensa de dichos intereses deberá permanecer necesariamente fuera de las vías institucionalizadas. Partiendo de esta premisa, de acuerdo con Dalton y Kuechler, un conjunto de personas que tenga una causa en común, y que busque alcanzar los objetivos de esa causa en particular, puede desafiar el orden y los causes institucionalmente existentes siempre y cuando éstos se interpongan, a su juicio, en la satisfacción de los objetivos ya mencionados.

En este sentido, los movimientos clásicos son: el movimiento nacionalista y el movimiento obrero. Ambos tienen que surgir, por fuerza, sólo en contextos capitalistas. Ambos llevan a cabo acciones colectivas que trasgreden los límites socialmente aceptables. A diferencia de los movimientos neoconservadores, racistas, fascistas, integristas o religiosos, estos movimientos tienen una verdadera orientación emancipadora y su carácter es total y absolutamente antiestatal, por lo que no es su objetivo alcanzar el poder del Estado, sino transformar la vida social. Por lo regular van en contra de ideas progresistas, pues entienden el progreso como enriquecimiento económico y lo ven como el mal de todos los males; su composición es muy heterogénea; su estructura debe ser descentralizada y antijerárquica; su grado de ideologización es alto y lo aplican tanto en lo público como en lo privado; utilizan métodos de acción colectiva no convencionales: resistencia pasiva, desobediencia civil, manifestaciones culturales y lúdicas, performances sorprendentes y confrontadores; y no deben participar, ni haber participado, en las acciones del ámbito gubernamental.

La individualidad inexistente y lo esencial del ser humano son los principios básicos. Si el cambio buscado es total, se le llama movimiento redentor. Si es parcial, movimiento reformador. Si busca un cambio sólo para ciertos individuos en sociedad, es un movimiento alterativo. Cuando logra especializarse en mecanismos no institucionalizados a gran escala, toma varios años y adquiere el carácter de verdadero movimiento social. Sus acciones pueden ir desde la manifestación a los boicots masivos; pueden utilizar la violencia o el sabotaje, llegado el momento, sin presentar nunca una imagen de victimización, pues sus acciones son siempre proactivas, pensadas y responsablemente asumidas.

Movimiento de resistencia. La condición para su aparición es la presencia de fuerzas armadas en su territorio de influencia, sin aparente justificación institucional válida. Las tácticas de guerrilla se hacen imprescindibles. En el marco del derecho internacional positivo, esta actividad es lícita, siempre y cuando se cumplan algunos requisitos: que los miembros estén, efectivamente, organizados (por sí solos, los panfletos, escritos o comunicados no valen); reconocerse como parte de un conflicto (identificable y comprobable); tener un mando que se haga responsable (no una sola persona, ni una red); portar signo distintivo reconocible; usar armas permitidas; respetar las leyes de guerra durante los enfrentamientos.

LA TERGIVERSACIÓN QUE HUELE A GUERRA

Confundir, pues, movimiento con partido es peligroso. Evo Morales llegó al poder en Bolivia con el Movimiento Al Socialismo (MAS), sin que hasta ahora haya cumplido con la agenda del mismo. Chávez, en Venezuela, organizó movimientos sociales para nutrir al Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), su partido, en pos de la ideológica “República Bolivariana” con resultados conocidos. Lula emergió del movimiento obrero brasileño, utilizándolo como su ala social pero decepcionándolo políticamente. Rafael Correa se presentó a las presidenciales en Ecuador como el candidato-movimiento de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie), lo que ha derivado en un sistema que los colegas sureños llaman “hiperpresidencialista”. Ollanta Humala, en Perú, se apoyó enormemente en un movimiento de reservistas, veteranos de guerra, liderados por su hermano. Cristina Fernández, en Argentina, está reforzando su propio movimiento social de estudiantes llamado La Campora. Obama está en plena crisis, a pesar del movimiento web que lo hizo presidente.

Entonces, ¿cómo podemos entender los nuevos movimientos que han surgido en nuestro país? ¿Cómo y en dónde ubicarlos, dentro de alguna clasificación medianamente seria? ¿En función de qué los medios ensalzan más a unos movimientos, por no decir a figuras, que otros? ¿Quiénes se están aprovechando de la mala fama de la actividad política para lucrar con los groseramente manoseadísimos adjetivos “ciudadano” y “ciudadana”?

A raíz de una composición del Congreso, vía una reforma electoral que data de 1996, en la que los grupos parlamentarios se verían obligados a ponerse de acuerdo en los temas de la vida nacional y parlamentaria, hemos visto un desgaste y un enquistamiento de poder que ya ha llegado a límites insoportables. ¿Cómo se llegó a esto? La actividad política en México, a raíz del desgaste institucional en el proceso del cambio (gobierno del Partido Acción Nacional), se ha interpretado hipócritamente como la defensa de la pureza ideológica de un grupo de personas en campaña y luego como inacción del mismo a la hora de las negociaciones parlamentarias. La parálisis, entonces, es el mayor símbolo de nuestra cultura política, alimentada y apapachada por todos, en diferentes campos. Unos ejemplos sencillos: la gente pide algo distinto en política, pero castiga duramente la formación de nuevos partidos; dice que está harta de sangre, pero discrimina a los muertos y asesinados —¿o acaso se dieron marchas multitudinarias por el asesinato reciente de indios triquis en Oaxaca, o por el de un trabajador político gay en el DF?—. En los últimos años los vientos de cambio pasan más por la violencia que han sufrido personajes públicos y no por la complejidad problemática que vamos arrastrando como República.

Así, la sociedad civil victimizada se está convirtiendo en la nueva entidad justificadora de todo y de nada. Muchos en México están tratando de hacer todo lo posible para volver a las condiciones priistas anteriores, sin nombrarlas así, claro. Es la cláusula de gobernabilidad; es el operador Bejarano que todo partido, en el fondo, desea. A saber, hombre fuerte, Congreso dócil, ¡pues ya hemos visto que la democracia no funciona! No importa que no funcione por eso, porque sólo la hemos visto, y no hemos querido participar en y por ella. Así pues, hoy alguien tiene que defender a las víctimas, mientras sean políticamente correctas, claro. Por eso, tal vez, vemos a tanta mujer y hombre, antes políticos o funcionarios, hablar ahora en nombre de los ciudadanos. Expresan su opinión ruda y crítica, como “ciudadanos”, ahí en donde actuaron como “corderitos”, ingenuos u omisos, siendo parte del sistema. Hablan como si de verdad sus preocupaciones tuvieran que ver con una vida de barrio o como si se ganaran la vida vendiendo paletas. El chip, por lo visto, tiene su mecanismo de defensa, renovación de órganos y hasta de plaquetas.

Pero México necesita políticos que se asuman como tales, no mercachifles que nos hagan añorar el puño cerrado, así sea ciudadano. Los falsos movimientos tan sólo se roban las ideas de las verdaderas minorías desprotegidas y apuestan por caóticos y tramposos empates. Responsabilicémonos en masa ya de nuestro voto y exijamos más debates. Basta ya, por favor, de política hecha con base en leyendas de agravios, sangre y redención. Tengamos un 2012 de competencia electoral real, así sea maliciosamente mundana, pero basta ya de seguir envolviendo a la política en mantos guadalupanos radicales y discursos cursis, de aura hipócritamente ciudadana.


Anarquistas anticiencia atacaron el Tec: PGJEM

El pasado miércoles 10 de agosto, con medidas extremas de seguridad y revisión de personas, vehículos y paquetería, se reanudaron las clases en el Instituto Tecnológico de Estudio Superiores de Monterrey (ITESM) Campus Estado de México, luego del atentado explosivo que perpetró un grupo extremista contra dos profesores de esa casa de estudios el lunes ocho. Armando Herrera Corral y Alejandro Aceves López, directores del programa de Mecatrónica de la institución, resultaron lesionados por el atentado y ya están fuera de peligro, aunque uno de ellos perdió un ojo.

La Procuraduría General de Justicia del Estado de México (PGJEM) adjudicó la explosión al grupo anarquista internacional Individualidades Tendiendo a lo Salvaje (ITS), que se acreditó el envío y la fabricación del artefacto explosivo mediante un mensaje hallado en lugar de los hechos y un comunicado subido a su blog de internet al día siguiente. El caso es investigado por autoridades federales con información de la Interpol, aseguró el procurador Alfredo Castillo Cervantes.

En tanto, la noche del día nueve, la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF) recibió una llamada de alerta a causa un supuesto explosivo dejado en una de las puertas de acceso al Centro de Investigaciones y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional (Cinvestav), pero todo resultó una falsa alarma. De cualquier manera, a partir de ese día las autoridades de la Universidad Nacional Autónoma de México y otras instituciones educativas públicas y privadas implementaron nuevas medidas de seguridad y revisión para acceder a sus instalaciones.

Milenio (Mexico)

 


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