Al menos
18 personas han muerto en un nuevo estallido de violencia interétnica en la
región china de Xinjiang, donde buena parte de sus habitantes autóctonos
–los uigures que profesan el islam y hablan una lengua emparentada
con el turco– ansían la independencia.
Tras minimizar el incidente hablando de
cuatro fallecidos durante un par de días, las autoridades de Xinjiang han
reconocido hoy que la Policía de Hotan abatió el lunes a 14
personas que atacaron una comisaría en esta turística ciudad de la Ruta
meridional de la Seda famosa por su jade y enclavada a las puertas del desierto
de Taklamakan.
Según el
diario “Global Times”, portavoz en inglés del Partido Comunista, una turba
armada “con granadas y artefactos explosivos” atacó varias oficinas
gubernamentales de impuestos, comercio e industria. Portando pancartas con
mensajes separatistas, incendiaron la comisaría de Policía y tomaron algunos
rehenes, de los cuales murieron dos junto a un policía militar y un guardia de
seguridad.
Frente a
dicha versión oficial, el Congreso Mundial Uigur señala desde el exilio
que la Policía dispersó por la fuerza una protesta pacífica, abatiendo a tiros
a seis personas y a golpes a otras 14. Uno de sus portavoces, Dilxat
Raxit, denunció además que 70 manifestantes habían sido detenidos en “una nueva
represión violenta del Gobierno chino, que tacha de terrorismo cualquier
demanda de los uigures”.
Control
de Pekín
Cualquiera
de las dos versiones resulta imposible de corroborar por el control que
mantiene el régimen de Pekín sobre las ciudades donde se producen disturbios,
en las que difícilmente pueden entrar los periodistas extranjeros, y a la
censura en internet, que ha bloqueado cualquier referencia al incidente de
Hotan, que tiene unos 300.000 habitantes.
A
principios de julio de 2009, se desataron en la capital de Xinjiang,
Urumqi, los peores enfrentamientos de las últimas décadas entre los
uigures y los “han”, la etnia mayoritaria de China que ha colonizado la región
y controla el poder político y económico.
Tras varios días de enfrentamientos,
disturbios y tensas protestas,el balance final de víctimas ascendió a casi 200
muertos, la mayoría de la etnia “han”, y 1.700 heridos. Entonces comenzó la
represión del régimen chino. Según el Congreso Mundial Uigur, una organización
en el exilio que apoya la independencia, hubo unos 800 muertos y más de 4.000
personas fueron detenidas.
En
oscuros procesos judiciales criticados por los grupos defensores de los
derechos humanos, 190 personas han sido condenadas por su implicación en
la revuelta, de las cuales 26 fueron sentenciadas a muerte y 9 han sido ya
ejecutadas. Lejos de cicatrizar, la herida sigue abierta en Xinjiang, donde
continúa la tensión dos años después de los disturbios de Urumqi.
Xinjiang,
región petrolífera
Con tres
veces la superficie de España y ocupando una sexta parte de
China, Xinjiang es una región estratégica para el régimen de Pekín por sus
reservas de petróleo y gas naturaly sus fronteras con Rusia, Mongolia,
Pakistán, Afganistán, India y varias repúblicas ex soviéticas de Asia Central.
Desde los años 30 del siglo pasado, los uigures suspiran por la independencia para
formar el Turkestán Oriental. Unas ansias secesionistas que han sido cortadas
“manu militari” por el Partido Comunista, que ha colonizado la región.
Destinados en masa durante los duros años de la “Revolución Cultural” para
construir carreteras y ferrocarriles, los “han” ya suponen el 41 por
ciento de los 20 millones de habitantes de Xinjiang, donde los uigures
representan el 45 por ciento y otras minorías étnicas, como kazajos,
tayikos, kirguises y uzbecos, se reparten el resto.