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23/06/2011 | Afganistán - La guerra de Obama

Monica Bernabe

El helicóptero aterriza dando bandazos y de entre la maleza aparecen una decena de jóvenes soldados estadounidenses agazapados. Cargan una camilla con un compañero malherido. Otro lleva a cuesta un soldado del Ejército afgano con la pierna destrozada.

 

El helicóptero se lleva a los dos heridos. Los otros se quedan allí, en medio de la nada, a continuar luchando. La imagen parece apocalíptica, como sacada de una película de la guerra del Vietnam, pero ocurrió esta semana en la provincia de Kandahar, en el sur de Afganistán, en la que ahora es la guerra de Obama.

Entre el 22 de enero y el 8 de junio los helicópteros de evacuación médica estadounidenses de la compañía Charlie, primer batallón, 52 Regimiento, procedentes de Alaska, atendieron a 1.114 pacientes en el sur de Afganistán. "Un 60% eran afganos", aclara la sargento primero Carl. El resto, soldados extranjeros, sobre todo estadounidenses. O sea, un total de 445 y eso en menos de seis meses y sólo en tres de las 34 provincias de Afganistán –Uruzgán, Zabul y Kandahar-, que es donde opera ese regimiento.

Centenares de soldados estadounidenses resultan heridos cada año en Afganistán. Es la cara oculta de la guerra. A eso hay que añadir las estadísticas oficiales de muertos. De los 2.551 militares extranjeros fallecidos a fecha del miércoles desde el inicio de la intervención, el 64% (1.632) eran de Estados Unidos.

Sobre el terreno, pregunte a quien se pregunte, la mayoría de soldados estadounidenses contestan que en los últimos cinco años al menos han estado destinados una vez en Afganistán y otra en Irak. Algunos incluso responden que, en cinco años, sólo han estado uno y medio en casa. La tropa está cansada.

Con este panorama, es normal que Barack Obama piense en una retirada de Afganistán. El año que viene, además, hay elecciones presidenciales en Estados Unidos, y el terrorista Osama Bin Laden, la razón del inicio de la guerra, está muerto.

La esperanza Obama

La llegada de Obama a la Casa Blanca el 20 de enero de 2009 se vivió con esperanza en Afganistán. Se creyó que eso cambiaría el curso de la guerra. Y de hecho, cambió. En junio de 2009 el presidente estadounidense nombró al general Stanley McChrystal comandante jefe de las tropas internacionales en Afganistán.

Una de las primeras medidas que McChrystal tomó fue ordenar que se limitara el apoyo aéreo en las operaciones militares de las fuerzas internacionales para así reducir el número de víctimas civiles. Y así fue. Las víctimas se redujeron, pero automáticamente las militares aumentaron. De 38 soldados muertos en junio de 2009, se pasó a 76 en julio de ese mismo año.

McChrystal también apostó por un cambio radical de estrategia, basada en ganarse la mente y los corazones de la población afgana y aumentar el número de efectivos sobre el terreno. Obama aceptó entonces enviar a Afganistán 30.000 efectivos suplementarios, pero con una condición: en julio de 2011 se iniciaría la retirada.

Desde entonces, pacificar Afganistán como sea se ha convertido en la prioridad número uno. Por un lado, negociando con los talibán, cuyo objetivo es entrar en el Gobierno afgano (de lo contrario las conversaciones no tienen ningún sentido para ellos. En la actualidad ya tienen capacidad para controlar partes del territorio). Y por otro, con la acción militar.

Futuro incierto

En junio de 2010 McChrystal dejó el cargo por unas declaraciones comprometedoras en la revista Rolling Stone y el general David Petraeus le tomó el relevo. Una de las primeras iniciativas de Petraeus fue impulsar la creación de un nuevo cuerpo de seguridad: una policía local, formada por hombres de una determinada zona y pasado a veces turbio, que reciben tan sólo tres semanas de instrucción por parte de tropas especiales estadounidenses y ya se les da un arma para combatir a la insurgencia. La semana pasada el propio presidente afgano, Hamid Karzai, mostró su preocupación de que dicha policía se convierta en grupos armados incontrolados.

Petraeus también dejó de lado las mentes y los corazones de los afganos, y apostó por la acción de las fuerzas especiales estadounidenses y las redadas nocturnas, en las que todos los gatos son pardos. En el 2010 murieron 2.777 civiles, un 15% más que en el 2009, según datos de la ONU. Y el pasado mayo, se volvió a batir otro récord: 368 civiles fallecieron, la mayor cifra desde que la ONU empezó a recoger dichos datos en el 2007.

La acción de la insurgencia es cierto que ha disminuido en Afganistán este año, sobre todo en el sur, con el aumento del número de tropas desplegadas sobre el terreno, tanto extranjeras como locales. Lo que es pan para hoy, sin embargo, puede ser hambre para mañana. Pero para entonces posiblemente las tropas internacionales ya se habrán ido del país asiático.

El Mundo (España)

 


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