La lista es interminable. El hecho es que en este lapso, la economía ha sufrido mayores desequilibrios económicos acumulados, que en toda su historia moderna en conjunto. Hoy, a pesar del cambio, a pesar de todo, seguimos en la mediocridad.

Las grandes reformas estructurales, como el TLC en la región norteamericana, han dado grandes frutos (a pesar de la primitiva demagogia, o esquizofrenia económica, de algunos grupos de interés). En balance, sin embargo, tres décadas de ajuste, de sufrimiento, de falta de estrategia para capitalizar el formidable potencial del país, no han sido suficientes para despertar al paciente, devaluado y desesperado, de un prologado episodio de total letargía económica, de esta mediocridad permanente.

En el pasado, la falta de oportunidades se explicaba en función de factores externos: no es nuestra culpa, es el factor fuera de mi control. Un sexenio, eran los "sacadólares," otro, el terremoto, otro más, la alta volatilidad del capital financiero, o el embargo atunero, o los petro precios. Hoy, hoy, hoy, la causa de la mediocridad no es interna, es del exterior: la debilidad del dólar, la incertidumbre mundial, el conflicto bélico en Irak.

Esta patente falta de humildad, tanto del pasado como del presente, ha convertido a las futuras generaciones del país en víctimas de políticas económicas equivocadas, objetos de laboratorio, simples partes de un experimento fallido. La consecuencia es que los líderes del mañana no conocen los beneficios más elementales del bienestar, o sea, de un clima de crecimiento con estabilidad. Hemos superado, o casi, el cáncer inflacionario; pero hemos caído, por motivo del estancamiento estructural, incluso de las "contra-reformas", en un episodio de crecimiento raquítico. Es una crisis, sin crisis, un auto que se ha detenido, sin el tradicional descalabro cambiario.

Paradójicamente, por ello, el apretón económico es más doloroso; no lo hemos tenido en el pasado, y no hay la morfina inflacionaria para artificialmente neutralizar el dolor. No es la ausencia de morfina, por supuesto, la que explica el dolor. Es la ausencia de cambios fundamentales en el paciente económico: que aprenda a vivir, y emprender, como adulto, en este, nuestro mundo complicado. El recuento de la economía en los últimos treinta años es recuento de una tragedia, de un costo de oportunidad sin precedente. Nos hemos acostumbrado a la mediocridad. Unos dicen, ciertamente, podríamos estar peor; por otro lado, precisamente, la tragedia actual es que podríamos estar mucho, pero mucho mejor. El desafío del crecimiento no es de mejor planificación, de arquitectos más competentes, o de modelos más sofisticados que permitan cumplir la imposible tarea de incorporar todas las variables. Es de incentivos, de confianza, de predecibilidad.

Roberto Salinas-León es Académico Asociado del Cato Institute.