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01/02/2006 | Izquierdismo, populismo o qué?

Julio María Sanguinetti

Una vez más hay que darle la razón a Don Emmanuel Kant y no queda claro si para bien: es verdad que los humanos tenemos categorías de pensamiento a priori y si alguien lo duda mire lo que es nuestra pasión obsesiva por etiquetar, clasificar, nominar, ordenar, sin cuyos parámetros nos sentimos como perdidos en la noche.

 

Es lo que hoy pasa en nuestra América Latina con la renovación de los gobiernos.

Ganó Uribe en Colombia, pues se vino la derecha se dijo. Ganó Sánchez de Losada en Bolivia, ola de derecha entonces... Ganó Lula, pues triunfo de la izquierda. Ganó Toledo en Perú, ahí era el indigenismo el ingrediente novedoso. Ganó Kirchner, pues ahí no quedó claro, como suele pasar con el versátil peronismo argentino en que caben el actual presidente tanto como Duhalde y Menem, los antecesores, hoy enemigos. Gana la Sra. Bachelet en Chile, pues éxito socialista al suponerse que es más socialista que el actual presidente Ricardo Lago. Ni hablar de lo que ha provocado el reciente triunfo de Evo Morales en Bolivia, que ha hecho arreciar las categorizaciones y, como consecuencia inevitable, las simplificaciones.

Para empezar digamos que nadie se está proclamando marxista ni planteando una revolución de esa inspiración. A Fidel se le usa como legitimador ante las masas a las que se les predicó un izquierdismo histórico y ahora en el gobierno, sea quien sea, se deben vivir otras realidades. Legitimador sí, pero no paradigma a imitar, salvo en el enfrentamiento retórico a los EE UU, en el que le sigue el presidente de Venezuela con su "Revolución Bolivariana".

Ahí en Caracas es donde nos encontramos con el punto más cercano a lo que desde Europa se ha llamado izquierda latinoamericana y en verdad es el histórico populismo. ¿Por qué? Porque poco que ver tiene con la social-democracia europea: l) se basa en un líder carismático; 2) el discurso, siempre torrencial, importa más que los hechos, especialmente en cuanto a unas instituciones democráticas, constantemente puestas a prueba con desplantes caudillescos de tono autoritario; 3) se vive para luchar contra "el enemigo imperialista"; 4) se mantiene a masas organizadas en la calle, en estado de asamblea; y 5) no se intenta construir un Estado de bienestar sino que, por el contrario, se organiza un sistema clientelista de premios y castigos digitado desde el Gobierno. Con lo cual estamos, entonces, inequívocamente frente al viejo populismo y nada que se le parezca a la izquierda contemporánea.

¿Evo Morales es lo mismo? Aún no lo sabemos, pues aquí aparecen otros ingredientes. Para empezar el étnico, pues él representa una masa de población mayoritaria, muy pobre, que ha estado siempre muy lejos del teatro de las decisiones, en una Bolivia en que el 65% de su población es de origen indígena y el cultivo de la coca la subsistencia de una enorme masa rural. Para seguir, hay un serio problema de unidad nacional, entre dos regiones, el altiplano y Santa Cruz, la ciudad más próspera, donde el nuevo presidente fue minoría de minorías en la votación. Él tendrá por delante ese desafío nacional intransferible, pero además el de resolver de qué modo llevará a la práctica su discurso, ese sí de izquierda clásica: nacionalizar los recursos naturales y derrotar la pobreza histórica.

El debate sobre la propiedad de los recursos del subsuelo recorre la historia de Bolivia, cuna del "Potosí", el cerro de la plata que inspiró la conquista española. En 1952, el Dr. Víctor Paz Estensoro encabeza una revolución que expropia los recursos mineros y él mismo, en su tercera presidencia, 33 años después, abre su explotación a la asociación con el capital privado. Si Morales reemprende el camino de nacionalizar difícilmente encuentre recursos suficientes para invertir lo necesario y explotar no ya el estaño y la plata -las viejas riquezas- sino el gas, del que Bolivia posee la mayor reserva suramericana. Si no cambia mucho, se le dará vuelta la gente. Todo indica que tentará caminos distintos, asociándose con otros Estados (ahí aparecen las empresas estatales, venezolanas o brasileñas, ofreciendo asociaciones). Lo que está claro es que hoy no posee margen para una real revolución y que él mismo, en su gira internacional, ha ido aterrizando el discurso. El tiempo dirá en qué estamos, mientras cruzamos los dedos para que los norteamericanos callen y miren antes de hablar o intentar hacer algo.

Hablando de retórica, otra perplejidad recorre el hemisferio. Luego de años en que el discurso de la izquierda radical y del populismo fue "no pagar la deuda externa con el hambre del pueblo", nos encontramos sorpresivamente con la idea opuesta: pagarle todo y cuanto antes al Fondo Monetario, a fin de liberarse de sus condicionalidades. Lo hizo Brasil, con parsimonia y moderación y ahora lo ha hecho Argentina de modo sorprendente y sorpresivo, empeñando casi un tercio de su reserva. Los analistas se dividen en cuanto a la eficacia de la medida. De lo que no hay duda es que ella hace sólo cuatro o cinco años hubiera sido de derecha ortodoxa y hoy se asume como lo contrario, mientras el Fondo Monetario vive el éxtasis nunca soñado de que quienes más le cuestionen le paguen todo por adelantado, intereses debidos y capital prestado...

¿Cómo calificar, entonces, a Brasil y Argentina? Cierto es que el primero es un Gobierno moderado y que si algo cambió de la política de Fernando Enrique Cardoso fue para más rigor fiscal. El Gobierno argentino presidido por Kirchner es más desconcertante: económicamente ortodoxo, políticamente agresivo, internacionalmente pragmático... La oposición lo ve deslizarse cada día más hacia el populismo autoritario: uso partidista de los programas sociales; manejo personalista del poder y control sobre la justicia.

Capítulo aparte y muy trascendente es México. El presidente Fox ha expuesto notorias buenas intenciones, pero no ha contado con un Parlamento comprensivo para sus aspiraciones reformistas. "En México, toda negociación parece sinónimo de claudicación", dice Enrique Krauze, y ello hipotecó a Fox. Como será la prueba de fuego del próximo gobierno, especialmente si gana López Obrador, un líder de estilo populista, que en el gobierno debería optar entre retornar al México histórico de la controversia o consolidar el formidable cambio democrático del 2000 .

Un párrafo final para Chile. Aquí el panorama es diferente, pues no se están discutiendo los "modelos" de nada, ni de democracia liberal, ni de economía de mercado, ni de apertura comercial, ni de relaciones con las grandes potencias, ni de los ámbitos del Estado y la empresa privada. El escenario, entonces, es del mundo desarrollado, donde la cuestión se juega en la administración, mejor o peor gestionada, con los conocidos matices. Allí estamos en "la democracia después del comunismo"de Sartori. O en la izquierda renovada de Norberto Bobbio. En el resto, como surge del relato, no se sabe aún. Claramente nadie, salvo Venezuela y con reservas, habla de una construcción socialista. En realidad, más que un giro a la izquierda se ve a la izquierda transitar resignadamente hacia el centro. Lo desalentador es que poco o nada se propone para incorporarnos al mundo global de la revolución tecnológica y la competitividad universal. Más bien la idea general es que aún podemos eludir su irreversible lógica.

 

El Pais (Es) (España)

 



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